Sáb 26.06.2004

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Oportunismo puro

› Por Julio Nudler

El Plan Austral (1985), el Primavera (1988) y el de Convertibilidad (1991) fueron fruto del oportunismo político, según un estudio que acaba de ser publicado por el Fondo Monetario Internacional y pertenece al economista Ari Aisen. Este los toma como relevantes ejemplos de la influencia de la política en la estrategia económica, sobre todo en países insuficientemente desarrollados como la Argentina. La conclusión es que se adoptan los programas que más convienen a los gobernantes, en función por ejemplo de la proximidad de unas elecciones. A veces lo único que se pretende es que las cosas pinten bien para cuando la gente deba ir a votar, y no interesa lo que sobrevenga después. Raúl Alfonsín, por ejemplo, lanzó el Austral en junio de 1985 y gracias a él venció ampliamente en los comicios de octubre, aunque después la inconsistencia de su política económica provocó el retorno arrollador de la inflación. El viceministro de Economía, Adolfo Canitrot, admitió luego que “ese plan fue una ilusión”. ¿No podría cambiarse “ilusión” por “engaño masivo”? En Brasil también sucedería casi de inmediato otro tanto con el Plan Cruzado, de febrero de 1986, nueve meses antes de los comicios.
Un objeto típico de manipulación política son, precisamente, los planes de estabilización. Para frenar una inflación galopante hace falta un ancla, y suele haber dos disponibles: la cantidad de moneda y el tipo de cambio, aquélla o éste. La peculiaridad del ancla cambiaria (fijar el valor del dólar) es que genera prontamente un boom de consumo, pero seguido por una recesión. Con el ancla monetaria sucede al revés: la merma en la liquidez deprime el consumo en un primer momento, recuperándose éste más tarde. Como los ciudadanos votan de acuerdo a cómo les está yendo en el momento, y no según estarán en el futuro, algo que además suelen ignorar, todo político oportunista optará por el ancla cambiaria si tiene elecciones a la vista, pero si éstas ya han quedado atrás es probable que se incline por un ancla monetaria. Ari Aisen estudió 34 planes de estabilización (ocho de ellos en la Argentina, siete en Israel, seis en Brasil, cuatro en Bolivia, etc.) y llegó a la conclusión de que es así como ocurren las cosas.
Cuando faltan tres años para las próximas elecciones, y si las reservas sólo cubren el 10 por ciento de la masa de medios de pago (M3), la probabilidad de que un gobernante adopte un plan de estabilización basado en un ancla cambiaria (Pebac) es de 45 por ciento. Si quedan dos años, la chance es del 78 por ciento. Y si sólo resta un año, la probabilidad se estira al 99 por ciento. La razón es clara: cuanto más cercanos estén los comicios, mayores serán las posibilidades de aguantar con las reservas un tipo de cambio fijo, que implica el compromiso de la banca central de vender a ese precio los dólares que le pidan. Si falta mucho para la votación, el riesgo es demasiado alto. La cuestión es siempre la misma: resistir lo mejor que se pueda hasta las urnas. Si el plan explota después, habrá tiempo (político) para remontarla.
Pero una política adoptada por oportunismo y mezquina conveniencia no será probablemente la mejor para ningún país, basándose en lo cual Aisen sugiere que quizá convenga controlar más de cerca a los gobernantes de las economías periféricas para reducir el grado de oportunismo político. No es la primera ver que se insinúa la idea de capturar de algún modo el poder político en las economías emergentes. Ya lo había propuesto Rudiger Dornbusch tras el default argentino.
Un cuadro muy interesante muestra qué pasó en Brasil en 1994, cuando había mucha inflación. En junio, la intención de voto era del 17 por ciento para Cardoso y del 39 por ciento para Lula. En julio, mes en que fue lanzado el Plan Real, la distancia se acortó a 27 y 30 por ciento, respectivamente. En agosto, Cardoso había dado vuelta el partido, aventajando a Lula por 45 a 23. Y en octubre, cuando se celebraron las elecciones, un 54 por ciento sufragó por Cardoso y apenas un 27 por ciento por Lula.
El Pebac que lanzó México en diciembre de 1987 fue seguido en julio de 1988 por la amplia victoria de Carlos Salinas, de quien mucho y no bueno se ha hablado después. En cambio, un plan de estabilización basado en el ancla monetaria (Pebam), como el Plan Bónex argentino de diciembre de 1989, fue adoptado por el nuevo gobierno electo de Carlos Menem, y algo similar ocurrió con el Plan Collor de marzo de 1990 en Brasil. Los Pebam no son bien acogidos porque hacen caer el consumo en medio de una recesión, pero los presidentes recién asumidos pueden aún echarle la culpa de los problemas a quienes los antecedieron, y además suelen contar todavía con mucho capital político. En cambio, los Pebac son un recurso típico de gobiernos políticamente descapitalizados, que al acercarse unas elecciones buscan recapitalizarse a toda costa.
La probabilidad de que, faltando cierto número de meses para las urnas, el oficialismo se embarque en un Pebac, inmovilizando el dólar como freno a la inflación, es tanto mayor cuanto más cuantiosas sean las reservas disponibles en relación a la cantidad de medios de pago en moneda local en manos del público (M3). Arriba se examinaba cómo evolucionaba esa probabilidad cuando las reservas representan sólo un 10 por ciento del M3. Si hay el doble, 20 por ciento, ya 36 meses antes de unas elecciones la chance de que se opte por un Pebac (inmovilizar el dólar) y no un Pebam (anclar la cantidad de moneda) es del 94 por ciento. A partir de un 30 por ciento hay sencillamente certeza. La razón es que los políticos piensan que con tantos dólares en su poder podrán aguantar con el dólar fijo todo ese tiempo.
El estudio difundido por el Fondo trata de explicarse por qué Menem lanzó apenas elegido un Pebac, cuando no tenía ningún comicio por delante. E interpreta que el Plan BB de agosto de 1989, un programa de ancla cambiaria rápidamente zozobrado, obedeció a que, pese a su clara victoria en las elecciones, el riojano no contaba a esa altura con las simpatías de los grupos empresarios de interés, ni de la burocracia gubernamental ni, claramente, de la élite intelectual. Y lo cierto es que la implementación de un Pebac no exige contar con tanta cohesión política. Por tanto, en los casos de manifiesta fragilidad política, un gobernante puede no ajustarse a la regla según la cual si no tiene elecciones a la vista optará por un ancla monetaria si necesita frenar una fuerte inflación.
Otro factor que influye en cuál ancla se adoptará es la experiencia: si en el país ya se fracasó varias veces con una, se querrá probar con la otra. Esto atañe tanto a la Argentina como a Brasil, según Ari Aisen, donde repetidas veces no funcionó a la larga la receta de anclar el tipo de cambio nominal, y quedó totalmente desprestigiada. Además, si una conducción económica tiene poca credibilidad ante el mundo (los mercados, el establishment empresario), usar la política monetaria como ancla sirve como señal de severidad y rigor, virtudes tan gratas a los espíritus conservadores.
Los ministros de Economía actúan también un poco como los monos, imitando lo que hacen los demás. Así, entre enero de 1980 y febrero de 1986 fueron implementados 16 planes de estabilización consistentes en anclar el tipo de cambio, en países tan diversos como Turquía, Israel, Bolivia, Islandia, Argentina, Perú y Brasil. Cada uno de ellos era visto como un maniquí por los demás, para apreciar cómo podía sentarle esa ropa, dónde chingaba y cuánto había que ajustarle de sisa.
El minucioso análisis, en el que no faltan intrigantes ecuaciones econométricas, se pregunta al final cuán exitoso resultó en términos electorales el oportunismo político, ejercido a la hora de escoger un plan de estabilización. Aunque en la decisión de votos influyen ciertamente múltiples factores, queda claro que todo gobernante que no logra domeñarla inflación es castigado en las urnas. E, inversamente, encoger o aniquilar la inflación es siempre un pasaporte al éxito, como sucedió con la reelección de Menem en 1995.
“Dado que las políticas económicas en general y los planes antiinflacionarios en particular –razona Aisen– son asuntos tan relevantes para esas sociedades (en referencia a las de economías poco desarrolladas), el oportunismo político perdura y parece resultarle rendidor a los oficialismos. De no ser así -reconoce- resultaría difícil justificar los innumerables y recurrentes intentos de eliminar la inflación después de tantos fracasos.” Persevera y triunfarás.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux