Sáb 03.07.2004

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Las tres caras de Kirchner

› Por Julio Nudler

En lo que acaba de cobrar vida como documento del español Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, en cuyo membrete la primera palabra del egregio nombre ciñe corona, dos economistas argentinos, Pablo Gerchunoff y Horacio Aguirre, aquél más conocido para el público argentino que éste (por haber participado de los equipos económicos de Alfonsín y De la Rúa), buscan despejar en lo posible la confusión existente, también o sobre todo en el resto del mundo, sobre Néstor Kirchner y sus estilos. Los autores reconocen que la política económica de este presidente “puede dejar a más de un observador externo adivinando acerca de su orientación última”. Podría agregarse que a muchos internos también. Lo que se ve, según este análisis, es “un gobierno que sostiene una retórica de confrontación con aquella parte del empresariado que participó de las privatizaciones durante la década de los noventa..., pero que a la vez proclama la necesidad de implantar un ‘capitalismo en serio’, un gobierno que ha anunciado desde el primer día su adhesión a los principios keynesianos, pero que mantiene la disciplina fiscal como uno de los pilares de su política”. En otras palabras: proclama una política presupuestaria expansiva, pero hace lo contrario, porque heredó el fardo de una desmesurada deuda y no está dispuesto a disfrazarse de ultra y repudiarla. Esto lo fuerza a que el sector público ahorre, quitándole a la economía más de lo que le devuelve, para atender los servicios de un endeudamiento hinchado por Menem, De la Rúa y Duhalde.
Aguirre y Gerchunoff se preguntan cuántos posibles “estilos K” hay. Y como respuesta trazan tres perfiles: uno, el de Kirchner populista; dos, el de Kirchner nacionalista ortodoxo, y 3) el de Kirchner desarrollista, pero no con la economía cerrada sino abierta. A otro economista se le ocurrió, mirando esas tres máscaras presidenciales, que en la primera Kirchner sería un Perón joven; en la segunda, un Perón tardío, y, en la tercera, Frondizi (que al fin de cuentas subió al poder con los votos peronistas).
Los propios autores escriben que el Kirchner populista lleva consigo los rasgos del peronismo más clásico, orientado a atender “las necesidades y demandas inmediatas de las clases populares, por encima de todo, subordinando los objetivos de política económica a tales demandas, aun en detrimento de las restricciones fiscales y monetarias más elementales”. De inmediato se ve que Kirchner tiene indudablemente algo de este perfil, pero no demasiado precisamente, aunque también podría decirse que, aun así, le sobre respecto de Lula (quizá porque éste no tuvo la suerte de heredar un default sino la desgracia de tener que luchar para evitarlo, o el absurdo capricho de querer pagar cualquier precio con ese fin, sin siquiera saber si podrá alcanzarlo).
El segundo Kirchner, nacionalista ortodoxo, “no reniega –según Pablo y Horacio– de la base ‘nacional y popular’ del primero (el populista), pero reconoce los límites impuestos a la política económica por la experiencia argentina de las últimas décadas”. Este sería el jefe de Estado que negocia con dureza ante los organismos internacionales, aceptando incluso el riesgo de romper con ellos, aunque al mismo tiempo “mantiene en el frente interno su apego a una notable ortodoxia en cuestiones monetarias y fiscales”. A punto tal de que cumple con gran holgura las metas cuantitativas que impone el acuerdo con el Fondo Monetario. Esto abre una considerable brecha entre las palabras y los hechos, y cada uno sabrá si eso es bueno o malo.
El tercer perfil es, según este documento, el de un político convencido de que no hay salida para la Argentina en el extremo neoliberal, ensayado sin éxito en los últimos lustros, y tampoco en el populista, que también tuvo su oportunidad histórica y fracasó. Kirchner no desearía un país con tendencia al aislamiento y la autarquía, tal vez porque ya se sabe que conducen al atraso y el empobrecimiento. El patagónico desarrollista quiere mantener buenas relaciones con organismos internacionales e inversores extranjeros, con apertura comercial de la economía.
Gerchunoff y Aguirre se preguntan si las acciones del Presidente responden con nitidez a alguno de esos tres perfiles, y se responden que “no parece ser el caso”. Es más: “Fuera de la retórica no hay sustancia detrás del populista”. Mientras disfruta fustigando a los grupos empresarios participantes en las privatizaciones (así fue que “puso a parir” a los españoles en Madrid), contempla “con cierta negligencia benigna un salario real deprimido, contradiciendo así fundamentales artículos de fe del catecismo populista”.
Por tanto, “el discurso antiempresario parece una forma didáctica de exponer el propio diagnóstico de la crisis y una herramienta para, entre otras metas, posponer el aumento de tarifas de las empresas de servicios públicos y consolidar así la simpatía que despierta en amplias franjas de la sociedad”. Con sus ásperas palabras, el morador de la Rosada se armaría un escudo frente a las demandas del capital concentrado, aunque paulatinamente vaya cediendo a algunas de sus pretensiones, como muestra la nueva política energética.
La marcha de la coyuntura económica favoreció hasta ahora a Kirchner, quien algo habrá aportado con sus habilidades de gobernante a esta veloz recuperación, pero los autores no precisan en qué medida es así. En todo caso, se trata del primer presidente constitucional en más de veinte años que llega al poder en una fase expansiva del ciclo económico. El santacruceño es, por lo visto, un hombre afortunado. La “vigorosa recuperación” no se ha fundado sobre pilares de barro: cuenta con un abultado superávit fiscal, ausencia de presiones inflacionarias, apertura de la economía, cierto descenso del desempleo, un fuerte repunte de la inversión y una sorprendente reaparición de la demanda de pesos (monetización).
“El gobierno de Kirchner exhibe varios estilos de gestión –concluye el texto–, que hacen pensar en la falta de una dirección única de la política económica. Sin embargo, esta ambigüedad se ha revelado funcional a la acumulación de sustento político y, hasta cierto punto, a la marcha de la recuperación. Nos hallamos frente a una gestión –continúa– que hasta ahora no reniega de elementos de racionalidad económica, por más que el discurso presidencial parezca negarla por momentos. El punto importante es que ese cierto divorcio entre la retórica y los hechos no impide que las medidas requeridas para afrontar los desafíos económicos sean efectivamente tomadas.”
A esta altura, y después de crear bastante suspenso, Aguirre y Gerchunoff parecen decididos a concederle una buena nota al Presidente. Pero quién sabe si éste disfrutaría al leer las siguientes líneas finales del trabajo: “Sabemos que el Kirchner populista no existe más que en el discurso –y sólo parcialmente dentro de él–, el nacionalista ortodoxo sólo parece ser parte de una táctica en las negociaciones con organismos y acreedores externos, mientras que la diferencia entre lo hecho hasta ahora y los temas estructurales aquí señalados (efectivamente, el escrito contiene todo un recetario) marca el camino a seguir para que esta administración oriente un proceso de desarrollo en economía abierta”.
Esta deconstrucción de Kirchner termina así marcándole el “verdadero” camino a seguir en pos de la virtud, aunque seguirlo pueda no corresponder a la naturaleza ambigua de su política. Tampoco mide cuánto de suerte y oportunismo hubo en el avance económico logrado, y cuánto de destreza y buen tino. Sería importante calcularlo para saber a qué atenerse el día que se den las contras.

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