Lun 12.07.2004

ECONOMíA  › EL ECONOMISTA JEFE DEL BANCO MUNDIAL HABLA SOBRE EL PELIGRO DE LA DESIGUALDAD

“Bajar salarios no es productividad”

Guillermo Perry es el jefe del banco internacional para toda América latina. Señala que la Argentina –como Brasil y Uruguay– es un país “de ingresos medios” donde “la desigualdad es tan importante como el crecimiento”. Y para los que sueñan con salarios bajos, dice que “no tiene lógica crecer así”.

› Por Julio Nudler

Autor, junto a otros, de un monumental estudio del Banco Mundial sobre pobreza y desigualdad en América latina, Guillermo Perry, economista jefe de la entidad para toda la región, Caribe incluido, dice a Página/12 que hay dos maneras de reducir la pobreza: una es mediante el crecimiento económico, que algún derrame siempre produce. Crecer más y de modo sostenido. La otra vía es redistribuyendo ingresos. Ahí es donde entra a jugar la desigualdad. “En Haití o Nicaragua hay muy poco para redistribuir. Allí la cuestión claramente es crecer –explica Perry–. Pero en los países de ingresos medios de la región, entre los cuales están Uruguay, Argentina, Chile y crecientemente Brasil, la forma más eficiente de combatir la pobreza es combinando mayor crecimiento con una redistribución del ingreso. Esos países ya tienen un nivel de ingreso suficiente como para que la redistribución adquiera importancia como instrumento, sobre todo porque allí los niveles de desigualdad son tan altos. Si nuestros países, siendo de ingresos medios, fueran muy igualitarios, como ocurre en Corea y algunos otros asiáticos, el tema fundamental seguiría siendo el crecimiento, pero no es el caso.”
“Además –añade Perry–, los altos niveles de desigualdad disminuyen la eficacia con que el crecimiento puede reducir la pobreza. Hay trabajos sobre este tema, como el del actual economista jefe del Banco Mundial, François Bourguignon, que muestran que si uno toma dos países de parecido nivel de desarrollo, como Brasil y Polonia, pero donde el primero tiene una distribución muy desigual (un coeficiente de Gini, parámetro universalmente utilizado para medirla, de 0,60) y el segundo es bastante más igualitario (un Gini de 0,35, parecido al de los países industrializados), resulta que la tasa de crecimiento que en Brasil permitiría reducir a la mitad la pobreza en 10 años, que es de un 5 por ciento anual, en Polonia conseguiría lo mismo en 3 a 4 años. Lo otro que muestran los nuevos estudios es que el propio crecimiento puede retardarse cuando la desigualdad es muy grande, por el hecho de que mucha gente no tiene oportunidades que el ingreso medio del país podría estar brindándoles para hacer inversiones productivas, para acumular capital humano, etcétera.”
–Esa desigualdad se expresa en salarios muy bajos, que son un argumento competitivo para los países. ¿La desigualdad no favorece el crecimiento cuando éste se basa en la exportación de ciertos productos?
–Ese argumento quizá pueda utilizarse para la China, pero de ninguna manera para los países más avanzados de América latina, porque no son, en el contexto de los subdesarrollados, países de salarios bajos, comparativamente hablando. Y no pueden serlo, entre otras cosas porque ya su nivel de desarrollo es mucho más avanzado que el de otros. No tiene ninguna lógica pensar en crecer en base a salarios bajos.
–Sin embargo, hay países de la región que, después de sufrir una crisis, devaluación incluida, tienen una fuerte caída salarial en dólares, y ésta impulsa la sustitución de importaciones y las exportaciones.
–Pero ése es un tema diferente. Es el ajuste después de una crisis. Cuando un país venía aplicando un programa insostenible en el tiempo, su economía termina ajustándose de ésa y de otras maneras muy desagradables. Pero en una perspectiva de largo plazo, la competitividad de América latina en los mercados internacionales depende de mejorar los niveles educativos, la salud, la infraestructura, las instituciones. Productividad no es tratar artificialmente de frenar los salarios.
–¿No hace falta también que los países centrales terminen con sus políticas proteccionistas?
–Esto venimos diciéndolo con voz cada vez más fuerte, aunque incomode a algunos de nuestros accionistas en el Banco (Estados Unidos y la Unión Europea). En general lo que decimos incomoda a unos u otros de nuestros accionistas. Las políticas de protección y de subsidios agrícolas de los países ricos conspiran contra nuestra función como banco, que es promover el desarrollo. Pero lo más importante son las propias políticas de los países en desarrollo, que deben mejorar. La principal responsabilidad está en los propios países subdesarrollados.
–¿Cuáles son en estos países los factores que se oponen a la adopción de políticas adecuadas para el crecimiento?
–Hay varias cosas. El primer problema es el de las reglas de juego: si son justas, si se cumplen, si son predecibles. Esto incluye la protección del derecho de propiedad, pero a todo nivel, no sólo para los ricos. Normalmente, los menos protegidos son los derechos de propiedad de los pobres. Que el sistema judicial sea equitativo, que el Estado sea eficiente y no corrupto. Ahí están incluidos los mecanismos impositivos, el control de las regulaciones bancarias, todo eso. Esto es a largo plazo lo más importante, y lo que más distingue a los países de ingresos altos de los de ingresos medios o bajos. Otro grupo de cuestiones involucra al conocimiento y su aplicación a la economía. En esta época esto es lo determinante para el crecimiento. Ello depende del nivel de educación de los trabajadores y del ritmo de innovación en las empresas, la incorporación y el desarrollo de tecnologías. Pero estos temas no funcionan bien en países con malas instituciones, porque hay menos propensión a invertir y a innovar.
–¿Cómo están las cosas en la Argentina?
–Se había avanzado mucho en materia de infraestructura y de sistema financiero en los ‘90, pero en ambos casos los mecanismos de regulación estaban muy ligados al régimen de convertibilidad, que al romperse arrastró todo consigo. Pasada la crisis se avanzó en la recomposición, pero les falta aún bastante camino por andar.
–¿Qué papel juega la macro?
–La estabilidad macroeconómica es clave, porque de poco sirve crecer como la Argentina entre 1990 y 1998 si eso lleva a una crisis en la que se pierde lo conquistado.
–En el tema de la pobreza está implícito el de la riqueza...
–Podemos ver el caso del Cono Sur, donde hay algunos países con ingresos medios por habitante bastante superiores al resto de la región. Chile, que es uno de ellos, tuvo históricamente niveles de desigualdad muy altos, pero que han venido atenuándose, no tanto en los ingresos pero sí enormemente en el acceso a servicios. Argentina y Uruguay eran los países menos desiguales de la región, pero en la década de los ‘90, por factores que aún no comprendemos cabalmente, aumentó la desigualdad, sobre todo en la Argentina. Mientras Brasil disminuía algo su gran desigualdad, sobre todo al acabar con su alta inflación y al mejorar sus muy atrasados niveles de educación y salud, en Argentina la desigualdad aumentó mucho. Por eso hoy tiene igual relevancia para la Argentina crecer como reducir la desigualdad. Además, mientras hasta 1998 había disminuido la pobreza pese a aumentar la desigualdad gracias a que el crecimiento fue muy vigoroso, luego con la crisis se agravaron ambas.

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