ECONOMíA
› ENTREVISTA AL ECONOMISTA RICARDO
FFRENCH DAVIS, LA OVEJA NEGRA DE LA UNIVERSIDAD DE CHICAGO
“Hay espacio para empresas públicas eficientes”
Doctorado con honores en la Universidad de Chicago, Ffrench Davis derriba los mitos alrededor del “modelo chileno”. Sugiere reformar todas las “reformas” impuestas por el FMI en los noventa. Y cuenta cómo pudo estudiar con Milton Friedman y ser progresista.
› Por Maximiliano Montenegro
–Usted desmitifica la idea de que haya un “modelo chileno” exitoso, que muchos economistas suelen mostrar como un ejemplo a seguir para Latinoamérica...
–No hay que confundir economía de mercado con distintas variantes de economía de mercado. En el caso chileno hemos tenido, desde el año ‘73, tres variantes de economía de mercado. La primera mitad de Pinochet es una variante ultraortodoxa, textos básicos de economía de la Universidad de Chicago: libre comercio, desregulación del mercado financiero, políticas económicas pasivas, Estado ausente en todos los sectores.
–Usted hace una analogía entre esos casi primeros 10 años de la dictadura de Pinochet con la convertibilidad argentina...
–Entre el ‘79 y el ‘82, Chile adoptó la convertibilidad. No se llamaba convertibilidad, se llamaba el enfoque monetario del balance de pagos. Un tipo de cambio fijo, sin política monetaria. Por lo tanto, el gobierno no se metía en la regulación de la demanda agregada. Si entraban dólares, aumentaba la cantidad de pesos, si salían los dólares disminuía la cantidad de pesos. Fue muy similar a la convertibilidad argentina. Ese modelo terminó en la tremenda crisis del año ‘82, con una caída del PBI chileno muy parecida a la caída del producto argentino en el 2002, después de la devaluación: entre el 18 y el 20 por ciento acumulado. En el ‘83, el desempleo en Chile llegó al 30 por ciento.
–Ese modelo fracasó rotundamente y los militares cambian de rumbo...
–Se dan cuenta de que los mercados no funcionan automáticamente, que había demasiadas cosas que funcionaban mal. Renuncian al enfoque monetario de balance de pagos –la convertibilidad– y pasan a los miniajustes cambiarios. Apoyan las exportaciones con un tipo de cambio alto y con un subsidio a las exportaciones. Introducen regulaciones a los bancos, ven que los deudores están con problemas y gastan mucha plata en auxiliarlos. Les dan un dólar especial a los endeudados en dólares. Y así hay una serie de políticas económicas en las que el Estado vuelve a tener un papel importante.
–Aun así esa etapa termina con niveles de pobreza y desigualdad muy altos...
–Por eso a la primera mitad de Pinochet la llamo “ideología y neoliberalismo puro” y a la segunda mitad “pragmatismo regresivo”. Los militares se dan cuenta de que el Estado tiene que intervenir. Pero uno puede intervenir a favor de unos sectores o de otros. La intervención de Pinochet favorece a los sectores de altos ingresos. No era el pueblo el que estaba endeudado en dólares, era el 3 a 5 por ciento más rico del país, que tenía mucha deuda contraída en el exterior. El Estado les da mucha plata a estos sectores. Además, se eliminan prácticamente los impuestos a las empresas, con el supuesto objetivo de alentar inversores. ¿De dónde se saca el dinero? Se reduce el gasto en educación, los sueldos a los profesores, los subsidios a los estudiantes, los sueldos en los hospitales, las pensiones, todos ingresos que recibían los sectores medios y bajos. Es una política fuertemente regresiva, de ahí que se llegara al año ‘87 con la peor distribución del ingreso de toda la serie histórica de las estadísticas chilenas.
–¿La llegada de la democracia significa un tercer modelo?
–El gobierno de la Concertación subió los impuestos, en el marco de una reforma tributaria, para financiar más gasto social. Durante la dictadura de Pinochet se habían prohibido las organizaciones nacionales de trabajadores y se habían conculcado muchos derechos. La flexibilización laboral era total. La Concertación aprobó una reforma laboral con una legislación más protectora, que reestableció derechos a los trabajadores.
–Durante la década del ‘90, el llamado Consenso de Washington publicitó la idea de que eran necesarias las llamadas “reformas estructurales”: apertura comercial, financiera, privatizaciones, baja de impuestos a las empresas, flexibilización laboral. Usted dice que revisar esas reformas no significa una marcha atrás sino rectificar el rumbo. Usted habla de las “reformas a las reformas”...
–En el Chile de la democracia hubo que construir sobre lo existente. Se revisa el sistema tributario para hacerlo más equitativo y la legislación laboral para terminar con la desprotección de los trabajadores. La tercera cuestión es la manera de hacer macroeconomía. El gobierno de Pinochet iba, incluso en la segunda etapa, en la dirección de liberalizar la cuenta capitales y el tipo de cambio. El gobierno democrático, en cambio, entiende que se avecina una avalancha de capitales sobre Latinoamérica, como ocurrió en los noventa, y evalúa que si no son regulados va a volver a pasar lo mismo que en el ‘82.
–¿Por qué cree que se ha divulgado tanto la idea, en diversos sectores, académicos y políticos, de que hay un modelo económico exitoso en Chile fundado por Pinochet y “continuado” por la democracia?
–Por distintas razones. Una es que el gobierno de la Concertación trató de no crear anticuerpos, entonces fue muy cuidadoso en sus planteos. Segundo, todos los diarios de Santiago eran de derecha, pinochetistas. Todos. No había pluralismo como había en Argentina o México. Entonces, cuando a la Concertación le va muy bien, los partidarios de Pinochet instalan la idea de que les va bien porque hacen lo mismo que Pinochet. Pero hay una abismo en las políticas.
–En Argentina hay en la actualidad un debate porque el Gobierno quiere intervenir en la regulación de las empresas privatizadas, o en la apertura comercial, o en el sistema de jubilación privado, en las llamadas “reformas estructurales” de los ‘90. ¿Las lecciones de la experiencia chilena se pueden aplicar a Argentina?
–Miro con mucha simpatía lo que se está haciendo en Argentina. Creo firmemente además que nunca debemos ir en dirección de un modelo único. Tenemos que tener en cuenta que las economías de mercado son muy distintas en Noruega, en Finlandia, en Francia, en Estados Unidos o en Canadá.
En Latinoamérica tenemos espacio para hacer economía de mercado adecuada a nuestra idiosincrasia y peculiaridades.
–Los economistas liberales argentinos siempre vendieron la idea de que el modelo chileno, al que debía aspirar Argentina, era el modelo de capitalismo más puro, cercano al modelo norteamericano, que se diferencia de los modelos con una regulación estatal mayor, como el de los países nórdicos...
–Pero el capitalismo de los Estados Unidos tiene una “Small Business Administration”, una entidad pública que les presta a las pequeñas y medianas empresas. Los economistas neoliberales suelen decir que no hay que hacer distinciones para las pymes. Pero para crecer con equidad es muy importante que a las pymes les vaya bien. El rol de las pymes ha sido clave para el desarrollo italiano, francés, español. Uno no debe decir voy a ser neutro en todo. Si se pretende ser neutro en todo, se termina favoreciendo a los sectores de altos ingresos, a los más poderosos, a los extranjeros, y no se promueve el desarrollo nacional e integrado.
–En Chile, más allá de Pinochet o la democracia, nunca se privatizó la empresa nacional de cobre, que es la mayor exportadora del país. Una de las discusiones en la actualidad en Argentina se refiere a si es necesario o no que el Estado retome el control de recursos estratégicos, como petróleo o gas...
–En Chile fue muy afortunado que no se privatizara la corporación del cobre, la gran empresa nacional. Había civiles en el equipo económico de Pinochet que querían privatizarla, pero algunos militares se opusieron. La corporación del cobre tiene una alta productividad, es líder en el mundo en tecnología y provee de enormes ingresos a la Tesorería. No sólo sirve para financiar gasto social, sino que es un gran productor de divisas, lo cual es un instrumento clave para la política macroeconómica.
–¿Es extemporánea la discusión en Argentina acerca de si el Estado debiera o no controlar la explotación de recursos estratégicos?
–Si no hubiesen privatizado, mi consejo obviamente sería que no lo hicieran.
Es distinto cuando uno ya privatizó. No hay receta. En Chile se discute hoy la posibilidad de aplicar un impuesto especial a la explotación de minerales, por la concesión a la extracción. Cuando una empresa contrata un servicio de ingeniería o compra hierro, paga por eso. En cambio, si está extrayendo mineral o explotando un recurso no renovable, no paga nada. No tiene sentido.
–¿Qué opina de las retenciones a las exportaciones?
–Chile ha tenido mucha experiencia en los últimos 50 años. Cuando hay devaluaciones muy fuertes, es lógico plantear una redistribución más equitativa entre las partes. Brasil y Argentina tuvieron en el pasado un dólar excesivamente barato. Hoy poseen un tipo de cambio que los hace mucho más competitivos. Hay espacio en estas sociedades para reordenar el legado de los gobiernos anteriores, redistribuyendo parte de los beneficios excepcionales de unos para financiar las pérdidas de otros.
–¿Hay espacio en estos tiempos para crear empresas públicas?
–Evidentemente sí. En Chile no sólo está Codelco (la empresa del cobre), está la empresa nacional de petróleo, que también se maneja muy bien y tiene rentabilidad. En Estados Unidos, como le mencioné antes, la administración de pymes es un banco público que presta 90.000 millones de dólares al año. Muchos estados norteamericanos son propietarios de compañías eléctricas. En Singapur, un ejemplo de economía de mercado, hay más de 600 empresas públicas. La democracia es optar. Cuando nos dicen tengamos democracia, pero la gente no puede elegir modelo económico, estamos limitando la calidad de la democracia.
–La libertad de elegir, el célebre título de uno de los libros de Milton y Rose Friedman, era la libertad de elegir una única receta...
–Claro, cuando hay exceso de libertad para unos, no hay libertad para la mayoría. Los pobres y los desocupados no pueden elegir. Tenemos que reestablecer la libertad de los desocupados, dándoles trabajo, y de los pobres, ofreciéndoles oportunidades para salir de su situación. Son necesarias políticas que apunten no sólo al crecimiento sino también a la equidad. Lo que ha sido muy claro de los 16 años de Pinochet y de los 14 años que llevamos de políticas, más o menos, neoliberales en América latina, es que no ha habido ni crecimiento ni equidad. De ahí el planteo de reformar las reformas. Los gobiernos de la Concertación han logrado progresar en ese sentido: mejoraron la distribución y hubo mucho más crecimiento que durante la época de Pinochet.
–¿Cómo se entiende que usted exhiba una visión de la economía tan “heterodoxa” o “progresista”, si se quiere, habiéndose doctorado en la Universidad de Chicago, la cuna académica del monetarismo?
–Yo fui a Chicago consciente de qué se trataba. En cada curso intentaba entender muy bien lo que ellos veían y creían. Y trataba de ver qué pasaba, con ese mismo pensamiento, si uno se ponía en un escenario distinto. Un escenario de volatilidad internacional, un escenario de desempleo, un escenario que no contemplara el modelito clásico de una economía competitiva, donde los productos y el trabajo son homogéneos, y donde nunca pasa nada. ¿Qué pasa si hay mucha heterogeneidad, si hay hijos de ricos e hijos de pobres, si hay gente con calificaciones y gente que no las tiene? Entendía muy bien lo que se enseñaba en Chicago, pero quería ir más lejos.
–Alrededor del 80 por ciento de los funcionarios jerárquicos del Fondo Monetario provienen de la Universidad de Chicago...
–Lo paradójico es que Friedman dice que el Fondo Monetario sobra y que habría que cerrarlo. Necesitamos un Fondo Monetario para la globalización. Pero debe tener dos rasgos. Se debe tornar notablemente pragmático. Hoy está muy ideologizado, coptado por el neoliberalismo. La otra condición es que se preocupe no sólo del equilibrio financiero sino también de equilibrios para el desarrollo económico y de políticas amigables con los pobres.
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