Mié 04.08.2004

ECONOMíA

Un nuevo consenso sobre qué (no) hacer con el tipo de cambio

Economistas de diversas tendencias discutieron sobre cuál es la política cambiaria más conveniente para Argentina. Un debate que va mucho más allá de si el dólar se mantendrá o no a 3 pesos en el futuro. Lecciones para el Fondo.

› Por Maximiliano Montenegro

¿Cuál es la política cambiaria más conveniente para Argentina? ¿El dólar debería quedar clavado en 3 pesos o sería esperable que siguiera en sube y baja como hasta ahora? ¿Un dólar alto es una política progresista o sólo sirve para que las empresas engrosen sus ganancias a costa de los trabajadores? ¿El Fondo Monetario presiona para que el dólar caiga y así poder comprar más divisas con el mismo superávit fiscal para pagar más a los acreedores? ¿Después de tanta “autocrítica” el Fondo aprendió algo?
El panel que se reunió a ayer, convocado por la Escuela de Negocios de la Universidad Austral, para discutir sobre “regímenes cambiarios”, era ecléctico. De un lado, Roberto Frenkel, ex jefe de asesores de Juan Sourrouille y uno de los críticos más vitriólicos de la convertibilidad durante la década del noventa. Del otro, dos conspicuos defensores de aquel modelo: Federico Sturzenegger, ex funcionario de Cavallo durante la época de la Alianza, y el chileno Sebastián Edwards, ex economista jefe del Banco Mundial durante los noventa. Como observador calificado, el titular del Banco Central, Alfonso Prat Gay. Como “árbitro”, Juan Llach, ex viceministro de Cavallo y olvidado ministro de Educación de la Alianza. Edwards repasó los “consensos” que se habían alcanzado en la academia alrededor del régimen cambiario óptimo. Según el profesor de la Universidad de California, hacia mediados de los ’90 comenzó a formarse una especie de consenso de “dos esquinas”: por un lado, los que apostaban al tipo de cambio flexible; del otro, los promotores de la convertibilidad o de los modelos de dolarización. Esa idea del “consenso bipolar” fue plasmada en dos artículos escritos por sendas “estrellas” de la academia norteamericana: Stanley Fisher, número dos del Fondo durante los noventa (desde donde saltó a la vicepresidencia del Citicorp), y Larry Summers, ex secretario del Tesoro durante la administración Clinton.
Sin embargo, la crisis argentina saldó esa discusión en la torre de marfil de los economistas, al debilitar la preferencia por los tipos de cambio fijos, que pasaron a ser abiertamente rechazados hasta por el FMI.
Edwards aclaró que la “dolarización” –promocionada hasta el hartazgo por el CEMA, de Carlos Rodríguez, Pou y Roque Fernández– siempre fue una posición académica, para situaciones muy particulares en economías muy pequeñas. Pero nunca se la consideró muy en serio desde el punto de vista de los hacedores de política, incluso los de Washington.
Roberto Frenkel se manifestó a favor del “tipo de cambio real estable y competitivo, con objetivos antiinflacionarios, de producción y de empleo, no sólo financieros”. “Puede haber metas de prudencia monetaria, pero hay que incorporar objetivos de la economía real”, destacó.
El director del Cedes presentó un paper en el que, en línea con los ya clásicos documentos que escribió durante la década pasada, describe los problemas de la sobrevaluación cambiaria (estímulo al sobreendeudamiento, déficit de cuenta corriente insostenible en el tiempo) que los economistas del FMI nunca quisieron ver.
Edwards, tal vez añorando las épocas de funcionario en Washington, objetó que Frenkel disparara a discreción contra los colegas del Fondo. La respuesta no se hizo esperar: “No me refería a los funcionarios grises del Fondo, sino al FMI como coordinador de política económica internacional, dando señales equivocadas al mundo financiero”, dijo Frenkel. Y recordó que el organismo siempre mostró su total despreocupación con indicadores claves como el déficit de cuenta corriente. La “Oficina de Evaluación Independiente”, que acaba de publicar en Washington una seudoautocrítica del FMI por la crisis argentina, cita documentos de Frenkel y reconoce que fue uno de los que siempre advirtió sobre el peligro de estallido de la convertibilidad.
Federico Sturzenegger, autor de un libro sobre las bondades de la dolarización, afirmó que en la actualidad “en la mayoría de los países existen regímenes cambiarios mixtos: no puros de flotación, pero tampoco puros de tipo de cambio fijo”. Sturzenegger hijo se reservó también una chicana para Frenkel: “Me extraña que algunos progresistas propongan el tipo de cambio real alto que, como todos sabemos, implica una transferencia de ingresos de los trabajadores a los empresas. Porque supone una caída del poder adquisitivo de los trabajadores y una mejora la rentabilidad de las empresas”, deslizó. Fue Sturzenegger papá (Adolfo), quien desde el público le retrucó a su heredero: advirtió que no debería considerar la imagen estática de la distribución del ingreso sino la visión dinámica, “el tipo de cambio real alto genera empleo, mejora la tasa de crecimiento de la economía y los indicadores sociales, como por contraste bien muestra la experiencia de los noventa” (sic), aseguró. Aunque usted no lo crea, papá Adolfo, ex gurú de la convertibilidad, hoy también apuesta a la política cambiaria de Lavagna. “No me quiero meter en el debate entre padre e hijo, pero queda demostrado que no sólo los progresistas queremos el tipo de cambio real alto”, ironizó Frenkel.
Prat Gay rememoró el viejo chiste del abrelatas: un economista en una isla desierta tiene una lata de sardinas, pero no con qué abrirla. Para él el problema es sencillo de resolver: “Supongamos un abrelatas”, dice. En otros términos: para el titular del Central, antes de discutir cuál es la mejor política cambiaria, en Argentina había que recrear un mercado de divisas inexistente al momento de la devaluación. Sugirió, además, que las metas de política monetaria dictadas por el Fondo Monetario eran demasiado restrictivas. Y dijo que “la política monetaria debe ser conducida mirando todo, no sólo la inflación, sino también el tipo de cambio, la producción y el empleo”. La cita es de John Maynard Keynes. Un guiño que Lavagna y Néstor Kirchner sabrán apreciar.

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