ECONOMíA
› ESTALLA EL IPC EN ABRIL
El oleaje de la inflación ahoga al plan
› Por Julio Nudler
”Yo no me asombraría si el IPC (Indice de Precios al Consumidor) diera entre 8 y 10 por ciento en abril –dice a Página/12 un consultor privado que sigue muy de cerca la inflación–. La disparada de precios que se desató en la última semana de marzo está siguiendo este mes, y se va a espiralizar si el dólar no tiende a bajar, en vez de volver a subir como en los últimos días.” Este economista –que pide anonimato– no abriga hoy ninguna duda de que la meta inflacionaria oficial del 14 ó 15 por ciento para el año entero quedará desbordada al concluir el primer cuatrimestre.
Al 31 de marzo ya se había acumulado casi 10 por ciento (9,7 más exactamente). Si los precios avanzaban en el primer bimestre –al menos estadísticamente hablando– a un ritmo del 3 por ciento mensual, desde fines de marzo trepan también al 3 por ciento, pero semanal. Esta nueva dinámica se inició, según los analistas, cuando unos veinte días atrás cesó la actitud de autocontrol de los formadores de precios. Estos llegaron a la conclusión de que la estampida del dólar no fue una sobrerreacción u overshooting, y que por tanto era irreversible. Entonces, se lanzaron a remarcar. La última barrera de contención quedó establecida en el pequeño comercio minorista, que resistió el oleaje, comiéndose sus márgenes. Pero ese dique está por quebrarse también.
Según se calcula, a partir del momento en que el IPC acumule 30 por ciento de aumento la indexación se tornará imparable. Esto significa que, a pesar de la desesperante situación laboral, se extenderán los reclamos de reajuste salarial. Pero por debajo de la franja que aún conserva el trabajo, también recrudecerá la conflictividad entre los excluidos. De hecho, los 150 pesos que cobrará un jefe de hogar desocupado le alcanzarán para poco o nada. Para esa franja sumergida, comer es ya 15 por ciento más caro, y este dato se desactualiza velozmente. En concreto, la canasta de alimentos que cubre los requerimientos proteico-calóricos mínimos de un adulto en un mes cuesta 70 pesos. Esto quiere decir que $ 150 sólo alcanzaban hasta ahora para que comieran dos adultos, y no una familia, además de no atender ninguna otra necesidad esencial. ¿Se ajustará el monto del subsidio al nivel creciente de los precios? ¿Con qué recursos?
La pregunta de cuándo se cruzará la detonante raya de ese 30 por ciento no tiene en este momento respuesta precisa. Pero no puede descartarse que ocurra entre junio y julio. Todo dependerá de cuánta leña se eche al fuego. Ante semejante cuadro, nadie imagina cómo sumar a este panorama una suba del colectivo y del resto de los servicios públicos. Si la consecuencia será un aumento nominal de salarios, el Estado (nacional y provincial) no podrá quedar a salvo de esa presión, tanto respecto de sus empleados como de los jubilados. En ese caso perderían sustento los números fiscales en que se basa la negociación con el FMI. Para éste el ancla monetaria es clave: contener la creación de dinero, tanto si se lo inyecta a través del sector público para cubrir el déficit, como si se lo canaliza a los bancos para ayudarlos a afrontar la salida de depósitos.
Se vuelve así indispensable el ajuste fiscal para darle consistencia al ancla monetaria (las retenciones, el impuesto a las pesificadas y la misma inflación llenan la caja), y además el abandono de los bancos a su suerte, lo que a su vez puede implicar graves decisiones respecto de la banca pública y de la privada nacional. Todo esto conforma el edificio ideológico del Fondo, que no ha cambiado en lo esencial. Eduardo Duhalde, el justicialismo, buena parte de los radicales y hasta del Frepaso optaron por someterse a las exigencias del FMI y tratar de reunir penosamente los requisitos para obtener su ayuda. Pero su situación actual dista de ser airosa: mientras van cumpliendo una a una las condiciones, la concreción final del acuerdo se desplaza hacia mediados de año, y la sensación es que el paquete puede llegar demasiado tarde. O llegar y descarrilar rápidamente por la acumulación de exigencias inviables.
Estas reciben, en la jerga especializada, el nombre de “condicionalidades”, a veces inventadas por gente como Anoop Singh parasembrar de piedras el camino si, de veras, lo que quieren Estados Unidos y el FMI es no otorgar ningún rescate para escarmentar a este país. Insistir en que las provincias trasquilen un 60 por ciento de su déficit fiscal en términos nominales, más allá de la licuación del gasto que produce la inflación, y que además retiren de circulación los bonos-moneda es erigir un escollo virtualmente insalvable, aunque los gobernadores lleguen a ponerle su firma. Nadie puede esperar que cumplan.
Duhalde y su ministro de Economía intentaron, primero, la vía intervencionista: lacraron el corralito, fijaron el tipo de cambio en 1,40 y establecieron el control de cambios, al menos en los papeles. Pronto descubrieron, por ejemplo, que no eran capaces de conseguir que los exportadores liquidaran los dólares y que la parálisis económica se profundizaba. Se convencieron entonces de que sólo el Fondo podía salvarlos, y comenzaron a entregar prendas, la fundamental de las cuales fue la liberación del dólar.
Duhalde y Jorge Remes Lenicov ya se tiraron a esa pileta, y ahora sí sólo tendrán alguna chance de sobrevivir si el FMI se apiada de ellos. “Esta política, sin el Fondo es un fracaso seguro. Con el Fondo es una apuesta tan absurda como ajustar salvajemente en medio de una recesión, pero ofrece alguna mínima esperanza al menos”, define una fuente. La idea es que la asistencia multilateral podría servir para estabilizar el tipo de cambio y generar cierto espacio para que puedan actuar los impulsos expansivos que brotan de la devaluación, por la competitividad ganada en muchos sectores fabriles y en las economías regionales.
Por ahora la trabazón financiera vuelve muy difícil aprovechar las oportunidades, mientras que el alza del dólar se recicla a los precios internos y tala el poder de compra de todos los sectores de ingresos fijos o no reajustables, con un aplastante efecto depresivo sobre la economía. Si este nudo resulta tan complicado de resolver es porque no se restablece la demanda monetaria: el peso no es visto como una moneda apta para el ahorro y la reserva de valor. Por tanto, todo excedente líquido huye al dólar. Alternativas financieras en pesos, remuneradas con altas tasas de interés (el Fondo mismo está reclamando tasas positivas en términos reales; es decir, superiores a la inflación), son el único remedio imaginado, pero su toxicidad es conocida.
¿Encajarán las piezas de este endemoniado puzzle o la pesificación fracasará, arrastrando a Duhalde? ¿Qué clase de ancla sobrevendrá entonces: la dolarización, una cesta o la moneda única con Brasil?