Dom 03.07.2005

ECONOMíA

“Las últimas exigencias del Fondo no son lógicas, son para negociar”

Por D.C.

Mario Blejer dedicó la mayor parte de su vida profesional al FMI hasta que a fines de 2001 Domingo Cavallo lo convocó para incorporarlo a su equipo. Fue uno de los pocos sobrevivientes de la debacle de ese año y en enero de 2002 se convirtió en presidente del Banco Central. Sus peleas con Roberto Lavagna le costaron el cargo, pero su nombre siempre da vueltas como un eventual postulante para el Ministerio de Economía. En este reportaje con Página/12, defiende al Gobierno y hasta sugiere que sería mejor no acordar que cambiar la política económica.
–¿Por qué el Gobierno debería aceptar las recomendaciones del FMI?
–La visión del Fondo es que la Argentina ha tenido suerte con su política económica y que la suerte se acaba. No creen que exista un programa sólido a largo plazo. Eso no quiere decir que tengan razón.
–¿La política económica es consistente?
–Hay dos cosas sobre las que puedo opinar: la política monetaria y la fiscal. La política del Banco Central es realmente consistente. El Poder Ejecutivo le impone un determinado nivel para el dólar, lo cual es su prerrogativa, y el Central responde bien, maneja las variables de absorción, aumenta las tasas de interés si tiene que hacerlo. Es un buen trabajo. Y el tema fiscal está controlado. No puedo opinar sobre otras cuestiones, como la política salarial. Creo que es lógico que los aumentos se relacionen con la productividad de la economía, como dijo (Roberto) Lavagna, pero también es lógico que haya presiones salariales.
–¿El FMI pone tantas condiciones para acordar con la Argentina porque en realidad no quiere ningún acuerdo?
–Por lo que estuve conversando con gente de Washington, lo que quiere el FMI es retomar la negociación en el punto donde se interrumpió el programa anterior. No es que se oponga a firmar un acuerdo, pero considera que la relación quedó congelada en julio del año pasado y ahora quiere volver a dialogar como si no hubiera pasado nada. Lo cual no es cierto. No se puede desconocer que hay un 75 por ciento de la deuda arreglada. Las últimas exigencias que planteó el directorio no son lógicas, son para empezar a negociar.
–¿Usted estima que el acuerdo es posible?
–Sí. El Fondo no quiere quedarse afuera del crecimiento que está teniendo la Argentina. Para ellos es un problema serio, porque el Gobierno siguió una política fuera de lo convencional y la verdad es que le ha ido bien. Además, lo que definitivamente le interesa al Fondo es que la Argentina no vaya a caer en default. Lo otro que le importa es reducir su exposición con el país, por lo que pedirán que siga bajando la deuda.
–¿Y qué tipo de programa se pactaría?
–Las opciones son uno a tres años con fuertes condicionalidades u otro a un año con metas más sencillas, de tipo macroeconómico más algo de cosmética en las otras cuestiones.
–¿Tiene sentido arreglar con el Fondo a cambio de modificar la política económica?
–El Gobierno quiere un acuerdo para alivianar sus necesidades de financiamiento, pero no le interesa rever su política económica. Un programa, aunque sea corto, es favorable porque mejora el clima para la inversión, mejora el ambiente general para hacer negocios. Eso es importante en este momento. Aunque se salió del default, la Argentina todavía tiene que generar confianza para que se puedan encarar proyectos a largo plazo. En ese sentido un acuerdo tiene sus ventajas, pero si para lograrlo hay que pagar un precio que no se quiere, ya no es un tema a discutir.
–¿Qué opina de utilizar las reservas del Banco Central para pagarle al Fondo, como sugirió el directorio del organismo?
–No me resulta lógico. Es una intromisión. Suena a una posición negociadora inicial. Me parece muy extraño que el FMI diga de qué bolsillotiene que salir la plata. A lo sumo, puede pedir que le paguen, pero nada más.
–¿Qué opina de dejar caer el dólar, como también sugirió el FMI?
–Es posible que haya algún desajuste con el dólar, que la moneda esté un poco sobrevaluada. Es discutible. Pero el Gobierno pagaría un costo muy alto si ajustara hacia abajo y después, por algún cambio en el escenario internacional o en la situación interna, la moneda ajustara hacia arriba. Es una situación única tener que sostener el dólar para que no caiga. Además, creo que no es mala idea para la Argentina seguir acumulando reservas, más allá del efecto monetario.
–¿Por qué?
–Por mi propia experiencia, estoy convencido de que cuánto más se fortalezcan las reservas, mejor. Cuando yo asumí la presidencia del Banco Central, en enero de 2002, había 10.000 millones de dólares de reservas y con 2000 millones logramos parar la crisis. Evitamos la hiperinflación y pudimos contener el dólar para que no se fuera a diez pesos. Pero nos llevó cinco meses y casi nos mata de un infarto a todos. Si hubiéramos tenido 30.000 millones, el costo social de la crisis habría sido la mitad. Habríamos parado la corrida en tres semanas. Casi todos los países están procurando aumentar su nivel de reservas para tener más fortaleza y más autonomía.
–¿Si el acuerdo es imposible, el Gobierno haría bien en desafiliarse del Fondo?
–Una cosa es no llegar a un acuerdo porque las condiciones son exageradas y otra romper con el mundo. La desafiliación no tiene ningún sentido. Es entrar en un club muy peligroso, en el que sólo están por elección propia Cuba y Corea del Norte. Hay muchos países que no establecen un programa con el FMI y no pasa nada. Es posible no tener acuerdo, pero irse del Fondo no tiene ninguna racionalidad, salvo que se quiera confrontar por alguna razón política que desconozco.
–Y sin acuerdo, ¿el Gobierno le debería seguir pagando al Fondo o haría bien en declararse en default?
–El default es una mala política, porque perjudica el clima de negocios.
–¿El Fondo hace bien en representar el papel de lobbyista de bancos, privatizadas y acreedores?
–Actuar como lobbyista está fuera de sus funciones. Ahora, si ellos dicen que hay que aumentar las tarifas para que haya inversiones, es parte de su visión macroeconómica. El Fondo, al fin y al cabo, es una institución política y hay presiones de los países miembros en defensa de los intereses de sus empresas.

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