ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
El acuerdo con las dos líderes del mercado lácteo provoca dos reacciones, una política y la otra de carácter económico-social. La primera tiene que ver con la forma en que los dueños de las grandes empresas se vinculan con el poder político. Sellan pactos, más o menos importantes, siempre con el número uno. Por debajo van transitando en zig zag para evaluar, mientras tanto, cómo pueden seguir haciendo buenos negocios escapando de reglas prefijadas. Hasta que, convocados o seduciendo, definen acuerdos con la máxima autoridad. En la década pasada fueron cortesanos del poder para crecer para arriba y para los costados de su actividad. Ahora, han aprendido a jugar en el tablero pegar y negociar que ha planteado Kirchner. Y sólo ponen su rúbrica a un acuerdo luego de entrevistarse con el Presidente, como lo hicieron Coto, las cementeras, Mastellone y SanCor la semana pasada, y en ésta los seguirán otros más.
La cuestión económico-social tiene cierta complejidad; no por el fenómeno de la inflación en sí, sino por el particular comportamiento de las grandes firmas. Como síntoma de decadencia de décadas, su política de crecimiento estuvo basada en inversiones indispensables, una ínfima porción de ganancias reinvertidas y, fundamentalmente, en trasladar todos los costos al precio final. Pascual Mastellone representó ese estilo de capitalismo argentino al advertir que el acuerdo está asegurado por dos meses y después durante el año “se van a analizar las alternativas que puedan plantearse, como el convenio laboral”.
En síntesis, la empresa ajusta por precios y no por cantidad. Otra forma de expresarlo: ante un aumento de la demanda, el ajuste se realiza elevando los precios y no ampliando la frontera de producción para incrementar la oferta. Convencidos de que esa estrategia es la mejor en base a la experiencia pasada, cualquier aumento de costos (salarios, tarifas o alquileres) es trasladado a precios. Al tomar la decisión de no expandir la producción no reducen la incidencia de esa alza en el costo por unidad.
De esa forma van debilitando lo que en países exitosos se conoce como el desarrollo de un capitalismo moderno. Las empresas ganan plata, con niveles de rentabilidad normales, invierten, se crean más puestos de trabajo y aumenta la actividad. Si ese ciclo virtuoso no es detenido, por ejemplo con aumentos de precios que deprimen la demanda para retener márgenes elevadísimos, la economía ingresa en un sendero de desarrollo que hace que un país sea sustentable socialmente.
Mastellone fue claro: si aumentan los sueldos el acuerdo se rompe. Es, por lo menos, una forma mezquina de definir condiciones de negociación en una sociedad que registra una pésima distribución del ingreso. Y donde el salario, en el mejor de los casos, desde la devaluación ha podido superar por unos pocos puntos el índice de precios al consumidor, aunque sigue corriendo detrás del promedio de una canasta básica de alimentos.
Argentina será un país normal y abrirá las puertas a un capitalismo moderno cuando los empresarios piensen que es buen negocio para ellos en que los trabajadores ganen más. Esa es la forma en que los países que admiran transitaron el camino del éxito.
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