ECONOMíA › LA MAYORIA DE LOS ARGENTINOS SE RECONOCE FELIZ, PERO...
Una encuesta de Economía Regional y Experimental estudia una rama no tradicional de la economía, como el comportamiento. El trabajo está en el centro de las preocupaciones de la gente.
› Por Cledis Candelaresi
La mayoría de los argentinos se reconoce feliz a pesar de que más del 80 por ciento acusa carencias económicas. Pero esta paradoja, que surge de un reciente trabajo del Centro de Economía Regional y Experimental (CERX), no debería inducir a la errónea conclusión de que el dinero no hace la felicidad, ya que a la hora de identificar los factores que permitirían mejorar su nivel satisfacción, el grueso de los encuestados reclama una mejora en sus ingresos, en primer lugar, y en las condiciones de empleo, en segundo término. Las insatisfactorias condiciones de trabajo, incluida la sobreocupación, surge como uno de los principales desvelos hasta del estrato más adinerado de la población.
El CERX explora localmente una rama no tradicional de la economía conocida como del comportamiento, que tiene un carácter vanguardista e interdisciplinario. Un subrubro de ella es la que enfoca el análisis en el vínculo que existe entre los factores o sucesos económicos y la felicidad. El mismo encuadre académico que produjo varios estudios en las regiones ricas del planeta como Estados Unidos, Europa o Japón, cuyas conclusiones son coincidentes: cuando ya se alcanzó cierto nivel de satisfacción económica, la acumulación de riqueza no es causal de mayor felicidad. Quizá por eso, los ciudadanos de esos lugares se manifiestan hoy tan contentos como en la posguerra.
La realidad argentina es, obviamente, diferente. El citado trabajo se basa en encuestas a 650 jefes y jefas de hogar de la provincia de Buenos Aires, cuya percepción sobre algunos rubros de sus vidas permite elaborar el “índice de bienestar económico” (Ibe), que se actualiza trimestralmente. El último valor promedio de ese indicador –en el que el ingreso tiene una ponderación especial– se ubicó en 47,8 puntos. Magro, si se considera que el nivel juzgado “bueno” se alcanza recién a partir de los 60 puntos.
Durante el primer trimestre del año, el Ibe mostró una mejoría del 6,3 por ciento en relación con los últimos meses del 2005, estimulada por una mejor evaluación del ítem Trabajo, uno de los cinco evaluados, junto a los de Educación, Vivienda, Salud e Ingresos. Sin embargo, el juicio global sobre el estado de bienestar, muestra a la gran mayoría como muy disconforme.
“La felicidad está más asociada a cuestiones de gratificación sentimental, como el reconocimiento de los otros o la familia, mientras que el bienestar se relaciona de modo directo con las económicas”, explica Victoria Garrizzo, una de las economistas firmantes del documento, para quien la brecha entre lo que se tiene y lo que se aspira no es necesariamente prueba de un drama. “Sirve para orientar políticas que tiendan a cubrir esas expectativas insatisfechas”.
La percepción subjetiva del malestar se expresa estadísticamente de modo contundente. El 81 por ciento de la población dice no tener los ingresos suficientes para cubrir los gastos que necesita y, en promedio, las familias evaluadas consideran que necesitarían aumentar en un 58 por ciento sus recursos para no percibirse a sí mismos como pobres.
Una queja, que suena a priori, contradictoria con otra revelación del mismo estudio de aquel Centro de Economía: el 73,5 por ciento de los encuestados se reconoce “feliz” o “muy feliz”. Sin embargo, esta aparente paradoja se diluye ante la pregunta acerca de qué cuestiones los harían sentir mejor: el 60 por ciento prioriza una mejora en sus ingresos, condición secundada por la de tener un “mejor empleo”.
El problema laboral, y no sólo como falta de trabajo, aparece como una cuestión neurálgica para apuntalar el bienestar de los argentinos. Esto es así en particular para los sectores medios (de ingreso mensual promedio de 1500 pesos): un 24 por ciento demanda una mejora en las condiciones de empleo. Pero también es reconocido como un problema de fuste en los otros estratos, en parte por la sobrecarga laboral, ya que el 34 por ciento acusa trabajar diez o más horas, cuando los encuestados coinciden en que lo mejor es no superar las ocho. La misma cuestión es analizada desde otro ángulo pero con un resultado similar. Más de un tercio de los que se reconocen como poco o nada felices sostienen que un mejor empleo ayudaría a mejorar su nivel de satisfacción. Lo llamativo es que esto es así aún entre el 15 por ciento de los que dicen ya ser felices. El cuadro puede tornarse angustiante si se mira que el 53 por ciento considera no estar capacitado para conseguir un mejor empleo, lo que los deja en una difícil situación relativa.
Hay otras cuestiones globales de la medición que resultan más previsibles. Los estratos de mayores ingresos son los que declaran un nivel de felicidad superior. Si se toma el tercio más rico de la población, resulta que el 84 por ciento se dice feliz. Aún así, la mayor parte de los ubicados en este privilegiado segmento también demanda más dinero y una ocupación de mejor calidad.
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