Mié 10.07.2002

ECONOMíA

La crisis regional y las razones ajenas al contagio

Brasil critica la demora del FMI en prestarle ayuda a Argentina. Chile condena sus “malos consejos” aperturistas. Pocos apuntan sobre las causas estructurales de una crisis que abarca a todos.

› Por Claudio Scaletta

La crisis argentina pone cada vez más nerviosas a las principales economías latinoamericanas. Autoridades de Chile y Brasil reclamaron contra la ineficacia del Fondo Monetario Internacional. El ministro de Economía brasileño, Pedro Malan, criticó la excesiva morosidad del organismo para prestar su ayuda, mientras que el vicepresidente chileno, José Miguel Insulza, identificó directamente a los “malos consejos” del Fondo como causantes de la crisis. La lógica parece ser la misma que la asumida por el gobierno argentino: que la contribución del FMI es una condición necesaria para cualquier salida y que las economías regionales padecen un supuesto contagio de la situación argentina. La realidad, sin embargo, parece ser más grave. En un contexto de continuidad de la recesión mundial, América Latina se encuentra bajo los efectos de una sensible salida de capitales.
Lejos del discurso de los bancos de inversión y de los organismos financieros, la observación del movimiento real de los flujos de capital y de mercancías en la economía mundial y, dentro de ella, de América Latina, muestra que la región experimenta una fenomenal retirada de capitales en el marco de un aumento de los volúmenes exportados.
Durante la década del 90, la inversión extranjera directa (IED) en la región se asentó en tres rubros centrales: las privatizaciones, el cambio de manos de importantes firmas en cada país y la inversión en infraestructura y recursos naturales. Ahora, es este mismo sector privado del exterior que invirtió en la región el que revierte la dirección de los flujos netos de capital y se convierte, a la vez, en uno de los principales demandantes de divisas en el mercado interno. Antes que frente a una situación de contagio, América Latina se encuentra frente al agotamiento del ciclo de ganancias extraordinarias de la década pasada.
Pero el proceso no responde sólo a causas internas. Durante el 2001 la IED experimentó en el mundo una disminución del 40 por ciento. Sólo se mantuvo ligeramente positiva en algunos países asiáticos y, especialmente, en China. Esto es, en estados cuyas políticas están lejos de representar el escenario atractivo para las inversiones recomendado por el Consenso de Washington. La retracción de las inversiones es una consecuencia directa de la recesión en los países centrales, donde Estados Unidos funciona como una aspiradora de recursos. Sólo para financiar su déficit en cuenta corriente demanda al mundo, diariamente, 2000 millones de dólares. La crisis argentina se produce dentro de esta dinámica.
Para el economista Martín Hourest (Frenapo e Idef-CTA), la situación local representa “el primer caso de insustentabilidad estructural de los modelos aplicados en la región”. A su juicio, el superávit de balanza comercial no puede mantenerse indefinidamente. Para 2002, Argentina proyecta un excedente comercial de 15 mil millones de dólares. Pero desde que comenzó la devaluación, los volúmenes exportados crecieron un 11 por ciento, mientras el valor efectivo recibido sólo lo hizo un 3 por ciento. Semejante nivel de excedente no puede mantenerse en el tiempo con el único incentivo del premio cambiario. Menos aún, si la respuesta regional se orienta a una secuencia de devaluaciones competitivas y menor apertura.
Hacia el interior de las economías, más devaluación significará agravar el problema de la deuda. El nuevo escenario determinará que los estados y los sectores privados del exterior se enfrentarán como demandantes de divisas. El resultado de corto plazo será el aumento de los flujos de mercancías y de capitales que saldrán de la región. En el mediano plazo, los desequilibrios macroeconómicos retroalimentarán el ciclo recesivo, mientras que la caída de la actividad en el centro se traducirá en menor demanda mundial.
El papel del FMI en este escenario es, según Hourest, “la destrucción de los capitales de la periferia que compitan con los capitales de los países centrales”. Entre los fundamentos de esta perspectiva se cuenta la composición que tiene la ganancia financiera en el ingreso disponible delos consumidores del primer mundo. Las ganancias originadas por el stock de títulos y acciones representan el 35 por ciento del ingreso de los consumidores estadounidenses, el 15 por ciento de los británicos y el 11 por ciento de los canadienses.
En esta dinámica, no resulta extraño que economistas cercanos a la ortodoxia como Pedro Malan se quejen de la demora del FMI o que el vicepresidente de Chile –país cuyos bajos niveles arancelarios determinaron que permanezca al margen del Mercosur– critique los consejos aperturistas del organismo. En cualquier caso, incluso la inmediata “ayuda” del Fondo estará siempre lejos de la resolución de los problemas estructurales de las economías de la región.

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