Sáb 11.11.2006

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Círculo virtuoso

› Por Alfredo Zaiat

Dentro de pocas semanas empezarán las crónicas y las fotos en revistas y diarios de esa Argentina que sorprende y desorienta a los visitantes extranjeros que tienen grabadas en sus retinas las imágenes de televisión de un país en llamas y lleno de pobres. La explosión de consumo en los centros turísticos de verano, desde la exposición obscena de fortunas en Punta del Este, pasando por una apenas un poco más cauta en Pinamar, hasta la masividad de Mar del Plata sin plazas de alojamiento será la instantánea emblemática de esa dinámica de crecimiento posconvertibilidad. Las vacaciones de verano serán la exteriorización más contundente del actual boom de consumo. Cada mes se difunden indicadores que muestran la intensidad de ese fenómeno. Aumento de las ventas en supermercados y shoppings, suba del IVA DGI por encima del promedio de la recaudación, record de despachos de autos, aire acondicionados y cualquier otro electrodoméstico. Los consultores dedicadas a estudiar el comportamiento del consumidor han detectado que productos que habían sido excluidos de los changuitos han regresado a los niveles precrisis, como la comida congelada, las aguas saborizadas, los frutos de mar, el té gourmet, entre otros. La cantidad de tarjetas de crédito emitidas está en su máximo histórico y el frenético ritmo de venta y uso de celulares no se detiene.

Este proceso de expansión está motorizado en la ampliación de la masa salarial a partir del aumento del empleo y los salarios. También por el incremento de las jubilaciones y pensiones y la mayor capacidad de endeudamiento. Dinámica esta última que está siendo cebada por los bancos que se han lanzado a ofrecer en forma agresiva préstamos personales, como asimismo tarjetas de crédito. El consumo privado finalizará el año con una suba cercana al 8 por ciento, en línea con la evolución del Producto. Por el lado del consumo público también seguirá creciendo por las mejoras salariales a los empleados públicos nacionales y de algunas provincias. De ese modo, el gasto público en salarios y bienes de consumo cerraría el año con una expansión cercana al 5 por ciento. En el Informe de Inflación del Banco Central, del cuarto trimestre de 2006, se realiza una proyección del consumo para el año próximo, destacando que seguirá “dinamizando la actividad económica, impulsado –entre otros factores– por las nuevas rondas de negociaciones salariales previstas y el ajuste de 13 por ciento de las jubilaciones y pensiones que comenzará a regir en enero”. Y el probable ajuste adicional a esos haberes a lo largo de ese año. La suba del empleo y la continuidad del avance del endeudamiento personal serán otros elementos de expansión.

El boom del consumo es generalizado, aunque un tercio de la población, el que está sumergido en la pobreza, está alejado del corazón de ese proceso. Guillermo Oliveto, titular de la consultora CCR, precisa en un reciente reporte que ese 30 por ciento “está todavía en la desilusión, pero sin embargo es un grupo que aún así está un poco mejor que antes”. Para este estudioso del consumo, el gran actor de la reactivación en el comercio minorista es la clase media ‘en recuperación’, no sólo entendida como un estrato de ingresos sino como un sector que se percibe a sí mismo dentro de un status de consumo alto y ajusta de ese modo sus decisiones de compra. Existe una alta propensión a consumir porque no hay motivación hacia el ahorro por las bajas tasas de interés y el trauma del corralito. Además, con las sucesivas crisis, Oliveto apunta que “existe un deseo latente de consumo, de compra, que estuvo contenida durante años”.

Esos datos de consumo, como otros robustos de la macroeconomía, siguen desorientando a consultores de la city, y también a analistas extranjeros que nunca terminan de entender a la Argentina. No comprenden por qué no fue una potencia cuando a comienzos del siglo pasado tenía todo para serlo, y tampoco se explican cómo logró ahora recuperarse tan rápido de la peor crisis de su historia reciente, epílogo de un ciclo de tormentas en los últimos treinta años. Y entienden menos aún cuando verifican que esa salida se encontró sin transitar el camino de la ortodoxia tradicional. En realidad, la actual incomprensión tiene bastante que ver con la frustración de comprobar que un país superó una crisis con otra receta.

Un camino para vencer esa resistencia es analizar que la economía argentina ingresó en un círculo virtuoso, por factores externos e internos, que no aseguran el paraíso eterno pero ayudan a pasar bien el momento. Lo que sucede es que este círculo neokeynesiano es diferente del neoliberal publicitado en los noventa. Este último se presentaba como una receta sencilla, simple, hasta mágica, pero no dio resultado. Ese círculo virtuoso se disparaba con un ajuste fiscal, que impulsaría una corriente de confianza por el apoyo del establishment empresario y financiero. El ingrediente básico recomendado era cerrar la brecha fiscal con la baja del gasto público y, si no fuera suficiente, con un aumento de impuestos. Esa iniciativa provocaría un shock de confianza en los mercados financieros que, atraídos por la promesa de cuentas en orden, ingresarían capitales y se desencadenaría una corriente intensa de inversiones. Se generaría más empleo y aumentaría el consumo. Proceso que sería dinamizado con una baja de la tasa de interés –por ese ingreso de capitales– que reactivaría la economía, lo que derivaría en una suba de la recaudación, y así el Estado recuperaría solvencia fiscal para asegurar el cumplimiento de sus compromisos. Todos contentos, prometían los economistas ortodoxos. Como se sabe, no funcionó.

Ahora, en un contexto internacional favorable por el alza de los commodities y una situación fiscal holgada porque la megadevaluación actuó de disciplinador de las cuentas y con un frente de la deuda desahogado por el default y posterior quita, el círculo virtuoso no se sostiene por la lógica del ajuste. Se basa, fundamentalmente, en el dinamismo del consumo, que el Gobierno alimenta sin complejos. El aumento de los ingresos de la población incentiva el gasto que genera suba de la recaudación y, por lo tanto, cuentas fiscales aliviadas. La inversión no es impulsada por “la confianza” del mercado, sino por la fuerza de la demanda privada y la intervención del Estado. Y las reservas se acumulan por la compras de dólares que provienen del sector externo superavitario alentado por un tipo de cambio competitivo. Así la economía cumplirá cuatro años de crecimiento consecutivo y va rumbo a un quinto, en una situación sin precedente en su historia reciente. Al respecto, los economistas de FIDE, Héctor Valle y Mercedes Marcó del Pont, destacan en su último informe Coyuntura y Desarrollo, que la actual onda expansiva es diferente de la de los ’90, que era espasmódica y muy sensible a lo que ocurría en los mercados financieros externos y a las corrientes de comercio. Señalan que “la economía argentina en la actualidad se encuentra relativamente más protegida respecto a esos factores de inestabilidad”. Y explican que esa situación positiva, desde el punto de vista de la demanda agregada, se debe a una virtuosa combinación entre el aprovechamiento de condiciones externas favorables –“que vienen durando más de los previsto”, apuntan– y un fuerte dinamismo de los factores internos de absorción: consumo más inversión.

Ahora bien, que se haya cambiado para mejor la lógica del círculo virtuoso de la economía no implica que se haya cambiado el “régimen económico”. Cuando prevalece el debate sobre aspectos de esa dinámica de crecimiento económico se está discutiendo qué tipo de “patrón de acumulación” prevalece, no sobre el “régimen”. A la vez es preciso distinguir el “ciclo” económico de la “tendencia” de largo plazo. En forma esquemática, se puede describir que un ciclo es el movimiento de llenado y vaciado en forma periódica de un recipiente, mientras que el crecimiento es cuando ese mismo vaso se agranda. Y se alcanza el desarrollo cuando ese pote cambia de diseño adoptando una forma que cuida mejor su contenido. En ese sentido también resulta orientador precisar la diferencia entre “patrón de acumulación” y el “régimen económico”. El primer término es la modalidad que adopta un régimen económico y que se expresa en un determinado esquema de negocios. En otras palabras, el patrón de acumulación define un conjunto de actividades que, por su mayor tasa de ganancias, adquiere un rol predominante en el funcionamiento de la economía. Por su parte, el régimen económico está definido por un conjunto de relaciones sociales e intervenciones del Estado que determinan las condiciones de reproducción de un cierto sistema. Esta diferencia conceptual es importante para comprender que por vía de la megadevaluación se ha operado un cambio en el patrón de acumulación pero ese cambio se da en el marco del mantenimiento de un modelo de concentración y extranjerización. La venta de SanCor es una de las manifestaciones de ese proceso. Ese modelo hace aún más difícil la transición hacia estructuras productivas más convenientes. O sea, una cosa es el boom del consumo y el funcionamiento de un círculo virtuoso de crecimiento que descoloca a la ortodoxia. Otra, más relevante, es qué tipo de desarrollo económico se consolida con este círculo virtuoso. Ese es el debate necesario.

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