Sáb 23.12.2006

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Prueba y error

› Por Alfredo Zaiat

Con la sucesión de datos macroeconómicos que no dejan de asombrar a propios y extraños, otra vez queda en evidencia la imposibilidad de atrapar o adivinar el futuro como muchos desean. Más allá de los recurrentes errores de pronósticos, la sorprendente evolución de las variables enseña que los fenómenos económicos son fruto de la conjunción de factores fortuitos, particulares situaciones locales y determinadas corrientes internacionales. El éxito o fracaso depende de la habilidad que tengan los responsables de conducir el país para saber leer en el momento adecuado cuáles son las condiciones favorables del ciclo, para potenciarlas –el caso argentino– o para reprimirlas –el ejemplo brasileño–. Esa fue la principal virtud de Roberto Lavagna en los primeros meses de gestión durante el gobierno de Eduardo Duhalde, lo que le permitió hace cinco años navegar con pericia en un mar embravecido. La importancia de esa capacidad de lectura sobre lo que estaba pasando se revela en el hecho de que, antes de convocarlo, Duhalde había invitado a ocupar ese cargo a Carlos Melconian, economista que rechazó el convite porque planteaba que lo que necesitaba esa Argentina desgarrada por el corralito y muertes era un plan de shock integral con una serie de reformas estructurales & afines. La diferencia entre uno y otro fue la visión sobre cómo orientar el país dadas las condiciones del momento. Con los resultados a la vista, el rechazo de Melconian prueba que la suerte, que tanto es mencionada en la city, jugó otra vez a favor de Argentina.

Si se repasan las experiencias exitosas de otros países, su origen se encuentra en la visión que tenían los dirigentes políticos, empresarios y sociales más que en la estrategia constituida en base a un plan preestablecido. Sabían lo que no querían en base a traumas pasados y expresaban la aspiración de construir un país mejor. Luego de años de ensayar a prueba y error ese camino, y consolidado por esa vía el sendero de crecimiento, esa visión quedó formalizada y presentada posteriormente como una estrategia de desarrollo por parte de la intelectualidad y academia universitaria. A partir de esa instancia fue publicitada por el mundo, despertando la admiración de quienes estaban desorientados. Así fue desde la segunda mitad del siglo pasado con el milagro japonés, la recuperación europea luego de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento vertiginoso de los tigres y tigrecitos asiáticos y, ahora, con el avance arrollador de China. Quien con más claridad manifestó ese descreimiento por la definición grandilocuente de estrategia fue el ex funcionario e historiador de la economía Pablo Gerchunoff. En una conferencia organizada por la Universidad Nacional de General Sarmiento, dijo que él tiene algunas prevenciones con la palabra estrategia, porque “supone un alto grado de optimismo sobre la naturaleza del ser humano y su capacidad para moldear la realidad y construir el futuro”.

En casos puntuales, en especial en cuestiones vinculadas con las finanzas, la impresionante capacidad de recuperación de la economía argentina convirtió a damnificados de ayer en recompensados de hoy. No hubo ninguna estrategia premeditada. Hubo una visión, caótica e improvisada, de cómo distribuir los costos asociados a una crisis financiera de proporciones con el objetivo de minimizar los daños. Pasados cinco años no sólo se redujeron los castigos monetarios –no así los espirituales, con ineludibles costos en la salud–, sino que se transformaron en una inversión –por cierto compulsiva– muy rentable. En su momento fueron medidas sin ninguna previsión al calor de los lobbies cruzados de banqueros y empresarios endeudados, acreedores en default y la presión de ahorristas atrapados en el corralito.

Los planes para los ahorristas que querían saltar el corralito antes de su período de expiración fueron fabulosos en términos de rentabilidad financiera para quienes optaron para alguno de ellos. En todos los canjes (I, II y III), a los cuales se les fueron incorporando sucesivamente mejoras, los ahorristas tienen ahora más dólares que los depositados en noviembre de 2001, cuando Domingo Cavallo dispuso la inmovilización de los depósitos. En una investigación realizada por Claudio Zlotnik, publicada en el suplemento económico de Página/12, Cash, en su edición del domingo 3 de diciembre pasado, se revela que aquellos que se sumaron al Canje III –el 45 por ciento de los depósitos del corralón– poseen hoy más dólares que en la hipotética situación de que no hubiera habido crisis y hubieran mantenido el plazo fijo en dólares al 7 por ciento anual, increíble renta en moneda dura que el sistema financiero local ofrecía durante la convertibilidad. En los otros dos planes de trueque de depósitos por Boden, la diferencia de dólares a favor de ese hipotético depósito es poca. Pero hoy –se repite– todos tienen más billetes verdes que la colocación original. Hasta podría ser una reivindicación histórica del fallido compromiso de Duhalde en el Congreso en su discurso inaugural como Presidente (“El que depositó dólares, tendrá dólares”). Otra vez: no fue una estrategia pensada, sino simplemente un deseo irresponsable de un político perturbado que con mucho esfuerzo se puede sofisticar como una visión de política que se quería implementar.

Con los fondos acumulados por los trabajadores en relación de dependencia en las AFJP, con la lejana e incierta promesa de una jubilación privada en el futuro, sucedió lo mismo. Alarmas histéricas ululaban anunciando la confiscación del Estado de los haberes previsionales del sistema de capitalización por el default de la deuda y la posterior propuesta de canje. Bajo la presión del Gobierno para que aporten la masa crítica de bonos para asegurar un piso firme para el trueque y con el pacto no escrito de no modificar el sistema de AFJP, los bancos que manejan esas compañías entregaron los papeles. Con la quita de deuda, los fondos de los afiliados registraron un quebranto, que fue diluido mediante contabilidad creativa por normas dispuestas por el organismo de control de las Administradoras. Superado el trance del canje de los títulos públicos impagos, montadas en el veloz rally alcista de las cotizaciones de los nuevos bonos, los fondos acumulados por las AFJP ya superan los existentes antes de la crisis. A fines de noviembre ascendían a 86.052 millones de pesos (28.684 millones de dólares), casi 30 por ciento más que a comienzos de año. Cinco años antes, cuando se anunció el corralito y el default era inminente, el total de fondos manejados por las AFJP sumaba 20.079 millones de pesos-dólares. O sea, que sin una estrategia definida y con medidas aplicadas a los tumbos, hoy los trabajadores que aportan a esas compañías acumulan 8605 millones de dólares más que entonces. También en este caso un ejercicio de simulación puede concluir que los trabajadores que se jubilen ahora por ese sistema recibirían un haber mayor que el que hubieran recibido previo al default.

La historia con los acreedores defolteados es la misma. Los que quedaron fuera por el mal asesoramiento de bancos y abogados, con Nicola Stock como abanderado del rechazo a la propuesta argentina, están desesperados por la reapertura del canje por el dinero que están perdiendo de recuperar por el default. La zanahoria para atraer a los tenedores de los bonos en cesación de pagos, el cupón atado al crecimiento del PIB, hoy es la estrella del mundo financiero doméstico. Los inversores que participaron del trueque no lo consideraron en la evaluación para aceptarlo. Pero ese instrumento novedoso en un proceso de canje de deuda en default podría llegar a reducir a cero el impacto de la quita. Esto no implica que la operación haya sido un fracaso, como erróneamente calificó el ex presidente del Banco Central Alfonso Prat Gay en un reciente artículo en La Nación (sus colegas lo criticaron con dureza por ignorancia o por especulación política). La reducción del stock de deuda ha sido importante y es una de las bases fundamentales que sostiene la actual holgura fiscal y un horizonte despejado por la menor exigencia de pago de intereses. Esa recuperación de la quita por los acreedores se puede dar por dos vías: la de mercado, por la apreciación de los nuevos títulos, y por el veloz crecimiento de la economía. Un estudio del Banco Río sostiene que en un escenario donde el PIB avance 8,6 por ciento este año, 7,3 en 2007, 6,0 en 2008 y en los años siguientes a una tasa no inferior a 3,1 por ciento, “ese cupón se cancelaría totalmente en 2020, haciendo nula la reducción nominal de la deuda pública obtenida en la reestructuración del 2005”. Pese a lo controvertido que es analizar el tema de la deuda en términos nominales, en lugar de valor presente, ni el más afiebrado optimista planteaba esa hipotética situación ni pensaba una estrategia por el estilo. La visión era solamente que había que seducir a los defolteados.

Tener una visión y no una estrategia no significa que no haya que pensar el país, tener un modelo de desarrollo de movilidad e integración social y trabajar por un crecimiento con equidad. Sólo que aquellos que aseguraron que con una estrategia, un plan de shock o un esquema que duraría décadas como prometían con la convertibilidad, el saldo fue que hace cinco años todo terminó en un desastre económico y en muertes. Sin estrategia varios sectores, por caso el financiero, recuperaron las pérdidas. Las vidas, no.

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