ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Alfredo Zaiat
En su momento fue Internet que prometía y cumplió que iba a cambiar el mundo de las telecomunicaciones, el acceso a la información y el funcionamiento de la economía. Tuvo su instante de histeria con la proliferación y posterior explosión de la burbuja de las puntocom. Internet ya está incorporada en los anales de la historia como el nacimiento de una nueva época que implicó un salto cualitativo en las relaciones productivas. Más atrás en el tiempo, con el desarrollo y expansión del tren, que implicó un avance tecnológico extraordinario, se transformó y aceleró el proceso de desarrollo de potencias, la consolidada (Inglaterra) y la emergente (Estados Unidos). También tuvo su período de frenética especulación con los valores de las propiedades cercanas a las trazas de las líneas férreas, así como también con las acciones de las empresas de ferrocarriles. Hubo un boom y posterior crac, tal como enseña la historia con el exceso especulativo, resumido en manía, que se revierte en crisis o pánico. Todo invento tecnológico genera la ilusión de un mundo venturoso que supera las calamidades presentes. Se deposita en ese progreso de la ciencia la exagerada cualidad de solucionar miserias de la humanidad y vencer restricciones del desarrollo económico. Con bastantes de las características de esas dos experiencias mencionadas –Internet y el tren–, está irrumpiendo el avance tecnológico que significa el biocombustible y la biotecnología asociada a la expansión de la producción del agro para alimentar automóviles. Esto genera inesperadas tensiones en el abastecimiento, por los precios y las cantidades disponibles, de alimentos a la población, como queda en evidencia hoy en Argentina. Esa revolución en el agro se está debatiendo mucho en el mundo académico, y algo ha empezado a filtrarse en los medios de comunicación masivos, a la vez que se ha generado una voracidad inversora –con ese tipo de especulación con destino de crac– en el ámbito de las empresas (se destinaron 49 mil millones de dólares en 2005 a energías alternativas). En ese frenesí positivista, el biocombustible es la fuente de energía renovable que vendría a reducir la dependencia del petróleo y a aliviar los problemas de calentamiento global.
La difusión de los cambios tecnológicos en la economía tiene, en general, una aceptación acrítica por parte de la mayoría. No es bien visto oponerse al avance de la ciencia. Cuestionar lo que resulta indudablemente un paso adelante para el crecimiento. Así planteado se trata de un debate falso. No se trata de la ingenua pretensión de los obreros ingleses ludditas de destruir las máquinas en el período de la revolución industrial para frenar la expulsión de trabajadores y la sobreexplotación. Lanzado un nuevo paradigma tecno-productivo la cuestión principal es cómo se desarrolla el proceso de apropiación de creación y expansión de esa renovada cadena de eslabones que une la producción y el conocimiento. Uno de los principales investigadores argentinos en temas industriales, radicado en Santiago de Chile, Jorge Katz, explica que así como el paradigma metalmecánico ayudó a construir el modelo de crecimiento que Argentina disfrutó durante el proceso expansivo que cubre la década de los años sesenta y parte de los setenta, “el paradigma biológico-genético se posiciona hoy como uno de los pilares del mundo productivo de las próximas décadas”.
En un fabuloso libro, Biotecnología y desarrollo. Un modelo para armar en la Argentina (editado por Universidad Nacional de General Sarmiento y Prometeo), que reúne una serie de trabajos compilados por R. Bisang, G. Gutman, P. Lavarello, S. Sztulwark y A. Díaz, se plantea que dadas las características específicas del modo de desarrollo previo, Argentina enfrenta dos senderos de crecimiento posibles ante ese nuevo panorama. Esos investigadores los detallan: 1. Uno basado en la eficiente difusión y adaptación de los “saltos” tecno-productivos ocurridos en el plano internacional a partir de una inserción internacional pasiva. 2. Otro alternativo, de corte proactivo, basado en una creciente integración local (o regional) de las fases dinámicas de la nueva división internacional. No lo expresan en forma directa, pero esos expertos se sienten más cómodos con la segunda opción advirtiendo, sin embargo, que “ambas posibilidades y sus diversas combinatorias, a lo largo del tiempo, requieren conocer la dinámica del fenómeno tecnológico internacional y la capacidad local de comprensión, adaptación, adopción e, incluso, generación propia de los nuevos desarrollos”. Concluyen que “la biotecnología es, sin duda, un caso paradigmático de estos procesos”.
En la última semana, el Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología - ArgenBio irrumpió en ese escenario convulsionado con una investigación de conclusión impactante: los beneficios totales generados en Argentina por los cultivos genéticamente modificados (GM) de la soja (90 por ciento del área cultivada), el maíz (70) y el algodón (60) han sumado unos 20 mil millones de dólares en el período 1996-2005. Pese a esa posición triunfalista, coherente con el impulsor de ese documento, los autores Eduardo Trigo y Eugenio Cap afirman que “queda claro que este proceso no ha sido libre de costos e interrogantes”, como los posibles impactos negativos del proceso de “sojización” en la fertilidad futura de los suelos y los potenciales efectos de esa expansión en los ecosistemas más frágiles. De todos modos, concluyen que “esas preocupaciones son absolutamente legítimas pero no por ello desmerecen el balance claramente positivo de la primera década de cultivos GM en la Argentina”.
Con un poco más de recaudos, los investigadores universitarios que participaron del libro arriba citado señalan que “el conjunto de transformación (asociado a los conocimientos tecno-productivos generados por la biotecnología), lejos de ser neutro, tiene claras, amplias y probablemente aún desconocidas consecuencias sobre los senderos de desarrollo seguidos por los distintos países”.
La complejidad de la cuestión, con increíbles avances en la aplicación de la biotecnología en la producción farmacéutica y, por lo tanto, en la salud general, se presenta, en cambio, controversial en el agro. La “sojización” es la polémica más difundida, pero el caso del etanol y los biocombustibles adquirirá tanto o más intensidad que las generadas por el monocultivo. Este, en última instancia, las gatilla por la calidad de los alimentos, el impacto en el suelo, la biodiversidad y la expulsión de históricos pequeños y medianos productores. En cambio, la producción de energías alternativas a partir del agro provoca el choque entre dos fuerzas potentes: el milenario mandato de que la tierra deberá ser para alimentar a la gente versus el novel descubrimiento de que los motores de millones de automóviles –y también de tractores–, con una poderosa industria detrás, pueden ser alimentados por diversos cultivos. La última semana, en el mítico Salón del Automóvil de Detroit, donde se reúnen las firmas líderes para mostrar sus innovaciones, se presentaron varios prototipos con propulsión opcional a etanol.
El boom que rodea el desarrollo del etanol como biocombustible, con foco en Estados Unidos, ha alterado los mercados en la segunda mitad del año pasado y promete que lo seguirá haciendo. Los síntomas evidentes de esa revolución se observan en la continua alza de los precios de los campos y del maíz. En el interesante sitio de la red abueloeconomico.blogspot.com, que se ocupa de temas del agro, entre otros, se destaca el vertiginoso mundo del etanol, en donde todos los pronósticos de los más importantes organismos a nivel mundial que se ocupan del tema quedan desactualizados en pocos meses. Estados Unidos está destinando cada vez más su producción de maíz al consumo interno para la generación de etanol como biocombustible, disminuyendo el saldo exportable. La consecuencia es un salto del precio del cereal a nivel internacional. Esta revolución del objeto de la agricultura provoca alteraciones en el funcionamiento de la economía de países como la Argentina, como se comprueba con las medidas (retenciones y subsidios) anunciadas anteayer por la ministra Felisa Miceli.
La veloz transformación del destino de la producción del agro se encuentra en el centro de un atractivo debate académico en Estados Unidos, reflejado a principios de diciembre del año pasado por The Wall Street Journal. El diario de finanzas menciona a David Pimental, un profesor de políticas ambientales de la Universidad de Cornell, que plantea sus dudas respecto al avance del combustible alternativo, al asegurar que al expandir la producción de maíz para alimentar la elaboración de biocombustible se merman los recursos de agua y se contamina el suelo con los fertilizantes y químicos que requiere el proceso. Pimental concluye que a largo plazo, los costos ambientales podrían anular los beneficios de los biocombustibles.
Los avances de la ciencia y la tecnología no se detienen como pretendían los ludditas. Simplemente hay que saber que los atractivos beneficios vienen inexorablemente acompañados con sus indeseables costos, y que ocultarlos sólo los terminarán agravando.
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