Sáb 20.01.2007

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Mal necesario

› Por Alfredo Zaiat

En 1978 operaban en el sistema financiero local 721 entidades al ritmo alocado que inauguró José Alfredo Martínez de Hoz con la desregulación del mercado. Desde entonces, al calor de la frenética bicicleta financiera, las quiebras, defraudaciones y sucesivas crisis, la cantidad de bancos ha estado disminuyendo sin pausa. La democracia, en 1983, comenzó con 402 y Carlos Menem inició su mandato con 236 funcionando. El Efecto Tequila, a mediados de los noventa, y el corralito años más tarde han completado una limpieza impresionante, por la veloz y cruenta depuración. Hoy, el Banco Central tiene listados 90 bancos pero con las fusiones en marcha se reducirán a 85 y no llegan a 70 con una política activa de captación de depósitos. Apenas 10 de ese total son los verdaderos dueños del mercado por volumen de depósitos y préstamos. El proceso de concentración en casi treinta años ha sido fabuloso: en 1994, los top ten recibían uno de cada dos pesos de los depósitos totales; hoy, poco más de siete de cada diez.

En esa traumática travesía quedaron muchos en el camino. Banqueros nacionales, algunos enriquecidos y otros quebrados. Extranjeros con falsas promesas de seguridad y respaldo de sus casas matrices. Varias empresas ahogadas financieramente por tasas usurarias y otras eternamente salvadas por vinculaciones con el poder de turno. Miles de ahorristas que fueron estafados y perdieron el capital depositado. Y la economía en su conjunto padeciendo la irrupción de centenares de improvisados y arribistas hombres de la city que de la noche a la mañana se pusieron el traje de banquero, para luego provocar desfalcos. Todo eso como parte de un modelo de generación de pobreza y exclusión social. Si la aspiración es a cambiarlo de raíz todavía queda pendiente el diseño de otro sistema bancario que, con los riesgos sistémicos propios de su actividad y no de regímenes basados en la valoración financiera, sea estable y volcado a dar préstamos a la producción.

El banquero ‘formal’, ¡ay!, no es el que prevé los peligros y sabe evitarlos, sino el que, cuando se arruina, lo hace de una manera convencional y ortodoxa, y en compañía de sus colegas, de manera que nadie pueda realmente censurárselo, John Maynard Keynes.

Se sabe que los bancos son un pilar básico para el funcionamiento de la economía. La intermediación que realizan del dinero permite la fluidez de millones de transacciones diarias. Son imprescindibles para que la rueda de la actividad general siga rodando. Con la defraudación a la confianza de los ahorristas que significó el corralito y la virtual quiebra del sistema, muchos estimaban que los bancos tardarían varios años en recuperarse. No fueron tantos. El dinero escondido en algún rincón de la casa termina generando miedos y paranoia. En la caja de seguridad brinda tranquilidad hasta que empieza a trabajar el bichito de la codicia, que vence al resentimiento para terminar depositando el dinero a plazo. Para otros, la renta por colocaciones en el exterior ha descendido y, por lo tanto, la fuga de capitales ha mermado. Las entidades volvieron a ser, entonces, lo que eran. Con todo lo bueno y lo malo de que así sea.

Si a la característica natural de los bancos de ser un mal necesario, repudiados y a la vez admirados por la gente, se le suma que fueron rescatados con compensaciones millonarias por parte del Estado y que la economía ha estado creciendo a tasas chinas, la respuesta surge sola sobre cómo pudieron recuperarse tan rápido de la peor debacle de la historia financiera del país. De todos modos, no deja de sorprender semejante resurrección. Sus balances ya no reflejan pérdidas, sino ganancias que se duplican año a año. Las utilidades de 2006 serán un poco más del doble de las contabilizadas en 2005, al ubicarse en unos 4000 millones de pesos en conjunto.

El proceso por el cual los bancos crean dinero es tan sencillo, que repele a la inteligencia, John Kenneth Galbraith.

El patrimonio neto de los bancos aumentó cerca de 5900 millones de pesos el año pasado. A octubre pasado, las entidades registraban un 23 por ciento más de patrimonio que en similar mes de 2005. Los economistas Andrés Méndez y Gustavo Perilli, de la consultora Actividad, Moneda y Finanzas, en el primer informe semanal de este año explican que ese aumento “no sólo refleja el alza de las utilidades que están registrando como consecuencia de la coyuntura favorable que está atravesando el sistema bancario, sino que también influye en la contribución de los crecientes aportes de capital”. Ese ingreso de fondos ya no es solamente para equilibrar las cuentas por los efectos de la crisis de 2001, sino que los dueños de los bancos reinvierten sus utilidades y suman capital por las perspectivas de multiplicar ese dinero en una actividad en expansión. Ese dúo de especialistas indican que desde hace dos años, la intermediación financiera crece a tasas interanuales del 20 por ciento. “En 2006, el retorno sobre activos (ROA) habría triplicado al de 1998”, sentenciaron.

En un reporte anterior, Méndez y Perilli habían señalado tres aspectos relevantes de esa recuperación: crecimiento de la intermediación financiera, mejoras en materia de eficiencia y una menor exposición al sector público. “En este último aspecto, el financiamiento a los gobiernos jurisdiccionales (provincias) en términos de activo neteado ha tendido a disminuir en el último año, dando lugar a una mayor participación del crédito al sector privado, en un contexto donde la irregularidad (y las previsiones) de cartera han tendido a disminuir”, destacaron esos especialistas.

Cuando yo era joven, la gente me llamaba jugador. Cuando aumentó la escala de mis operaciones, me llamaron especulador. Ahora me llaman banquero. Pero siempre me he dedicado a lo mismo, Sir Ernest Cassell, banquero del rey de Gran Bretaña y de Irlanda entre 1901 y 1910.

Los bancos más importantes del sistema ya dejaron atrás la crisis. Dieron vuelta esa página de su historia negra. Retiraron las chapas que utilizaban para tapiar los frentes de las sucursales céntricas en los años de las cacerolas. El mercado sufrió una importante transformación en los noventa para desembocar en una aguda crisis y luego resucitar en los últimos dos años. Pero la lógica de su funcionamiento y el corazón de su marco regulatorio siguen intactos. Una economía que aspira a consolidar un crecimiento sustentable requiere de un sistema financiero que permita hacerlo viable. El actual no lo es. Muchas son las habilidades que muestran los banqueros para hacer negocios con el dinero ajeno. Pero la principal –que saben cómo ocultar– es la capacidad que tienen para anular la historia. Esto es borrar de la conciencia colectiva las recurrentes estafas y las irresponsables políticas de crédito. No es una característica particular de la Argentina, sino que forma parte de la propia lógica del negocio financiero a nivel mundial. Sólo hay que estar atentos. Y saber que al mal necesario hay que controlarlo y ordenarlo para que sea funcional al crecimiento económico. Así, al menos, se estará más prevenido ante la eventual reiteración de otro zafarrancho.

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