NOTA DE TAPA
› Por Esteban Magnani
Adoradores de los finales abruptos y los cierres repentinos, los profetas –religiosos, tecnológicos y antojadizos– sintieron desde siempre una paranoica debilidad por los apocalipsis. Si fuera por ellos, hace tiempo el mundo (y todo lo que hay en y debajo de él) ya habría explotado en mil pedazos. Pestes inclementes, sospechosos cálculos bíblicos, cometas tóxicos, asteroides perdidos, cuelgues informáticos y epidemias destructivas sirvieron y aún sirven como excusa para producir kilómetros de títulos catástrofe y para despertar un miedo visceral humano: el espanto ante el fin.
› Por Mariano Ribas
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