El ex vicepresidente estadounidense, de visita en Argentina, alentó su desarrollo, pero sin dañar bosques ni la disponibilidad alimentaria. La postura argentina, a través de Scioli y Peirano.
En el Primer Congreso Americano de Biocombustible que se clausuró ayer hubo dos hechos políticos notorios. El ex vicepresidente de los Estados Unidos Al Gore avaló la producción de esos carburantes alternativos, aunque a condición de que esto no se haga con desforestación o menguando el stock de alimentos. A través del vice Daniel Scioli y el secretario de Industria, Miguel Peirano, Argentina respaldó la misma iniciativa que denosta Hugo Chávez, quien confronta también en este tema con la administración de George Bush.
Gore fue la figura destacada del evento que cerró ayer en el Alvear Palace Hotel y su exposición fue de notorio tono ambientalista. “La Tierra tiene fiebre: dentro de cincuenta años ya no habrá nieve en el Parque de los Glaciares en Alaska”, alertó el ex número dos de Bill Clinton, para advertir sobre el problema que genera al mundo el cambio climático y cuya resolución es una necesidad “moral”, según la definió. El biocombustible –presuntamente menos contaminante que las naftas– “puede ser la solución a la crisis climática”.
Pero esa producción, según alertó Gore, debe desarrollarse “con cuidado de no destruir bosques” ni provocando la escasez de alimentos. Este llamado y aquella preocupación por el calentamiento global contrastan con la política estadounidense de negarse a suscribir el Protocolo de Kioto, en el que se impone a las naciones un límite para la emisión de gases que provocan el agujero de ozono. Este hecho fue puesto ayer sobre la mesa por el ministro de Salud, Ginés González García, quien recordó que el visitante fue responsable, junto a Clinton, de aquella resistencia, agravada por el hecho de que Estados Unidos es causante “del 25 por ciento del total de las emisiones”.
El secretario de Industria, Miguel Peirano, también avaló la estrategia de producir biocombustibles, recordando que Argentina tiene una norma de desgravación fiscal que impulsa esa actividad. Según señaló, existe un complejo oleaginoso lo suficientemente fuerte como para atender tanto las exigencias alimentarias como de la industria energética: de 22 millones de toneladas, la mayor proporción se exporta. El razonamiento oficial se completa con la especulación de que quienes compran esos granos en el exterior podrían derivarlo a la producción de biocombustibles, para un mercado que Argentina podría atender si desarrolla esta industria.
De algún modo, esta posición implica una diferenciación de lo sustentado públicamente por Chávez cuando, semanas atrás, Brasil y Estados Unidos suscribieron el compromiso público de estimular la elaboración de esos carburantes con insumos renovables para ir sustituyendo a los derivados de los fósiles. En esa ocasión, el presidente venezolano advirtió que la iniciativa entrañaba el riesgo de que los alimentos resultaran más caros y más escasos por el presunto desvío hacia la producción de combustibles. Posición similar a la que sostuvo también el presidente cubano, Fidel Castro.
Los biocombustibles se presentan como una alternativa para paliar, en parte, la inevitable escasez de petróleo a mediano plazo, que el titular de la Federación de Industrias de San Pablo, Roberto Rodrigues, ayer destacó. “Dentro de treinta años, la demanda de combustibles líquidos crecerá un 55 por ciento”, subrayó. Desde otro ángulo, esta alternativa es promovida por tratarse de un recurso que atenúa la contaminación ambiental, ya que el etanol (sustituto de la nafta) y el biodiesel (del gasoil) son menos contaminantes.
El otro costado insoslayable es el económico. El BID ya tiene 3000 millones de dólares comprometidos para financiar esos proyectos que, según su jefa del área de Finanzas, demandarán 200 mil millones de dólares en todo el mundo durante los próximos catorce años.
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