ECONOMíA › OPINION
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Se puede discutir cuánto de la crisis energética es culpa de las empresas por no haber invertido más, cuánto es responsabilidad de gobiernos anteriores por pésimas políticas, y cuánto del gobierno actual por imprevisión de lo que era evidente y por las demoras ejecutivas.
También es motivo de debate si el congelamiento tarifario tiene poco o mucho que ver con que el consumo residencial (representa más de un tercio del total) esté aumentando a un ritmo cercano al 20 por ciento anual, mientras que la demanda total de electricidad crece al 12 por ciento.
Se puede polemizar sobre la conveniencia política y la eficacia económica de aumentar tarifas a los consumos de las clases altas, que están pagando de luz por bimestre menos que lo que les cuesta por mes el cable o la banda ancha. Considero que el congelamiento generalizado a los hogares es socialmente injusto por sus efectos distributivos, pero también por su impacto sobre la producción; y además creo que la demanda de energía de los sectores acomodados es elástica, es decir bajaría ante un aumento tarifario. Pero admito que es materia opinable.
Se pueden discutir muchas cosas más respecto de la crisis energética, pero lo que resulta inconcebible es que mientras la escasez de energía se viene equilibrando mediante largas horas de racionamiento que todos los días soportan los grandes usuarios (un universo de 4700, entre los que hay abrumadora mayoría de plantas industriales), el Gobierno no haya tomado ninguna nueva medida para estimular el ahorro energético.
Por ejemplo, no hay campaña publicitaria alguna que exhorte a un uso responsable. Por más limitado que sea el grado de solidaridad de la población y aun cuando la señal de precio es contradictoria con el ahorro, una buena campaña nunca está de más, y menos en una emergencia.
El Gobierno tampoco tomó medidas obligatorias de restricción a usos que en una crisis se pueden considerar superfluos, como la iluminación ornamental en vidrieras y carteles, y cierto alumbrado público que no afecta la seguridad. La 9 de Julio de noche se parece más a Champs Elysées que a la avenida de un país con cortes a la industria.
La ausencia de campañas y de medidas forzosas como las señaladas no es consecuencia de la distracción del Gobierno sino algo deliberado. La lógica que viene imperando es la de aquellos que consideran que esas iniciativas instalarían con mayor fuerza en la sociedad la sensación de crisis, lo que constituiría un costo político más valioso que el eventual ahorro de energía. Hasta ahora el presidente Kirchner se ha inclinado a favor de los que a su alrededor razonan de esa manera. Con pocas luces.
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