Sáb 29.09.2007

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Tarde o temprano

› Por Alfredo Zaiat

La seducción es una imprescindible arma para conquistar. Acción que se pone en práctica para capturar amores o votantes, para fortalecer la cadena de amigos o atrapar un grupo de periodistas, para fascinar voluntades de diferentes ámbitos o convencer a auditorios rebeldes integrados por empresarios y banqueros. Esa virtud, que no es una propiedad que puedan acreditar todos, tiene sus riesgos. El despliegue de las bondades de la atracción implica en algún momento la obligación de responder a las ilusiones creadas en la contraparte atrapada en esas redes de embellecimiento. El Diccionario ideológico de la lengua española, de Julio Casares, ofrece dos definiciones para la palabra seducir que, en forma particular, adquieren oportuna actualidad: “Cautivar el ánimo con algún atractivo físico o moral” o “persuadir al mal con engaños o halagos”. La elección de cuál de las dos acepciones o ambas corresponden para este momento queda a gusto del lector.

La misión que se ha instalado en el presente escenario electoral como fundamental para asegurar un tránsito futuro sin turbulencias de la economía se resume en la seducción. Seducir a inversores financieros y productivos del exterior para que orienten su interés hacia estas playas. El consenso del sentido común ha decretado que se requiere del aporte de esos dólares para hacer sustentable el sendero de crecimiento elevado. Esa tarea de persuasión, que ha comenzado a desplegar la candidata del oficialismo desde su discurso en el encuentro de IDEA, continuada estos días en Nueva York, requerirá luego brindar respuestas satisfactorias a ese convite. Y, en general, de acuerdo con las experiencias pasadas y recientes, no se trata de invitaciones de costos bajos. Más allá del papel que ha jugado la inversión extranjera directa en traumáticos períodos de inestabilidad macroeconómica, y del más evidente factor perturbador de los fondos especulativos, resulta llamativa esa exhortación teniendo en cuenta que la etapa de crecimiento elevado 2003-2007 no ha sido motorizada por esa corriente de capitales.

El informe sobre Balance de Pagos revela en forma contundente, a lo largo de la historia de la economía argentina, que el aporte del capital extranjero resulta finalmente bastante menor que el dinero remitido en concepto de regalías y utilidades por esas firmas a sus países de origen. Es lógico y esperable en las reglas del sistema capitalista la obtención de ganancias para recuperar el capital invertido. Pero el resultado empírico muestra que las rentas conquistadas por esas firmas –como también por las nacionales, en el caso argentino– son escasamente reinvertidas para desarrollar un círculo virtuoso de crecimiento. Y si así fuera, las exigencias son cada vez mayores para asegurar una elevada tasa de rentabilidad. Vaya uno a saber por qué, pero la mayor o menor inversión extranjera pasó a ser símbolo de éxito o de fracaso de un país. Una respuesta posible es que, cuando la autoestima es baja debido a crisis recurrentes, se requiere del reconocimiento externo. Pero no se presenta muy convincente ese argumento. Lo cierto es que los capitales extranjeros no desembarcan en un país por factores emocionales. Esas decisiones tienen su motivación en la renta esperada dado un contexto macroeconómico local e internacional, y en la estrategia global de esos capitales. Prueba de esa lógica la brinda el comportamiento de las principales terminales del mundo, que han comprometido fuertes desembolsos para ampliar su frontera de producción en Argentina.

La propuesta de seducir al capital extranjero, en realidad, es el estandarte para precisar los límites del disciplinamiento. Por caso, se promete que si se cierra la negociación con el Club de París, se facilitará el ingreso de inversores del exterior. Para concretar esa refinanciación se propone pasar previamente por la oficina del FMI. Como son repudiados los condicionamientos que impone ese organismo desprestigiado, que acaba de estrenar jefe francés de matriz socialista aggiornada, se buscan vías alternativas para introducirlo por la ventana. En caso de ser aceptada esa forma de negociación, el camino ya está trazado con flechas que indican la orientación a seguir: aumento de tarifas, desaceleración del gasto público, incremento del superávit fiscal, alza de la tasa de interés y contención de reclamos salariales. Esa es la política “amigable” que el potencial seducido pretende escuchar. Se sabe que después se necesitará de una dosis mayor para cautivar esos capitales, y luego más y más. Así funciona ese perverso vínculo de estrategia de convencimiento del político-inversores del exterior, que exige hasta obtener la conversión del seductor, pero que igualmente nunca será aceptado como socio confiable.

Frente a esa situación se presenta la opción de desarrollar una política de atracción de capitales con el objetivo de demostrar que serán bien tratados, lo que implica compromisos futuros a cumplir. O la de fortalecer las bases de la economía para hacerla atractiva y convocar de ese modo el interés inversor, como se revela en el comportamiento de los frigoríficos brasileños y estadounidenses capturando la crema del negocio de la carne en el país. En esa disyuntiva, lobbistas y usinas del sentido común ocultan que Argentina tiene uno de los regímenes más liberales en el tratamiento del capital extranjero. De todas maneras, ya sea por la pésima comunicación de los hacedores de la gestión económica, por anteojeras ideológicas de la secta de economistas de la city, o por la natural voracidad de querer más por parte del capital, Argentina aparece con la peor calificación en el consenso del mercado internacional.

Un reciente y confidencial reporte del banco de inversión Morgan Stanley, realizado por Marcelo Carvalho, refleja esa percepción: Everbody loves Brasil. All hate Argentina. Ese analista informó que dedicó las últimas dos semanas a visitar clientes en Europa y en Estados Unidos que invierten en bonos y acciones. La conclusión a la que arribó fue el título de su informe, destacando que las palabras que sus clientes describen los sentimientos hacia Brasil incluye “positivo”, “confortable”, “constructivo”, “confianza”, entre otras. En cambio, los sentimientos hacia Argentina, que relevó Carvalho, han sido outright negative (completamente negativos), destacando que algunos afirmaron que Argentina will hit a wall sooner o later (se estrellará contra la pared tarde o temprano), mientras que unos pocos mencionaron que los elevados precios internacionales de los commodities can prolong Argentina’s survival (pueden prolongar la supervivencia de Argentina).

Ante esa percepción externa, que puede ser discutida por distorsionada pero es la que existe, se plantea cuál debería ser la estrategia a seguir: emprender la tarea de seducción para cambiar esos preconceptos porque se supone que si se tiene éxito en esa tarea vendrán capitales que asegurarán el mantenimiento de un crecimiento elevado, o fortalecer las políticas públicas de desarrollo doméstico para de ese modo cautivar los capitales, tantos nacionales como extranjeros. No se presenta sencilla la elección de la segunda opción teniendo en cuenta que gran parte de la oposición y cada vez más en filas del oficialismo ha empezado a calar ese discurso hegemónico que deposita en la aprobación del capital extranjero el sello de calidad de un gobierno. Esa idea de “volver al mundo”, que se traduce en “gestos amigables al capital” forma parte de esos lugares comunes que desconocen el recorrido de los países que pudieron ingresar en un sendero de crecimiento y desarrollo sostenido. Estos, para ser exitosos, definieron primero las condiciones –reglas de juego– de funcionamiento de la economía en función del interés local, conociendo las restricciones y las oportunidades que ofrece el comercio internacional ampliado, para luego seducir al mundo con su propia y positiva experiencia. En cambio, “hacer los deberes” para atraer capitales y así depositar en ellos la llave de la fortuna concluirá sooner o later en una nueva frustración.

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