Sáb 15.12.2007

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

La plétora de capital

› Por Alfredo Zaiat

Una señal indudable de un cambio de época en la economía mundial la ofrece el salvataje de la quiebra de los principales bancos de Estados Unidos, el Citibank, y de Suiza, el UBS, por parte de capitales asiáticos y de Medio Oriente. La extraordinaria crisis financiera con epicentro en la primera potencia del planeta y en Europa no implicará la desaparición del imperio dominante del siglo XX, pero sí la dispersión de su influencia. Proceso similar al que vivió el Imperio Británico, que en las primeras décadas del 1900 empezó a ser desplazado por la hegemonía ascendente de Estados Unidos, sin perder los ingleses ni su lugar destacado en el concierto del poder mundial y ni su impronta de ser uno de los dueños de la Tierra. Ahora, en un proceso que parece que se presenta acelerado por la debacle financiera de colosos bancarios, pero que en términos de etapas históricas ya tiene varios años de desarrollo, la supremacía va trasladándose a ritmo pausado hacia Oriente, en particular a China y a las potencias asiáticas. En los hechos esa dinámica quedó expuesta con dos millonarios salvatajes bancarios. El Citi fue rescatado por capitales árabes, del mismo modo que en 1991 por el príncipe saudita Al Waleed bin Talal, en esta oportunidad por la Autoridad de inversión de Abu Dhabi, que capitalizó la entidad con 7500 millones de dólares a cambio del 4,9 por ciento de las acciones. El UBS, por su parte, fue auxiliado por Singapur, que desembolsará unos 9700 millones de dólares por el 9,0 por ciento de la entidad. Por el momento, esos dos bancos son los casos más resonantes, pero otras entidades como los ingleses Barclays, HSBC y Northern Rock, el líder francés BNP Paribas, el alemán IKB Deutsche Industriebank, y los fondos Bear Stern, Merrill Lynch, entre otras varias, han contabilizado una fuerte descapitalización y, por lo tanto, enfrentan el riesgo de la insolvencia debido al estallido de la burbuja hipotecaria en Estados Unidos.

La profundidad de la crisis y, en especial, el desconocimiento sobre su magnitud es lo que está generando un nivel elevado de incertidumbre y desconcierto en el mundo de las finanzas internacionales. Desde que se exteriorizó el grave problema de insolvencia en el negocio de los préstamos hipotecarios denominados subprime (créditos otorgados con normas flexibles en cuanto a garantías para su repago), se sucedieron una serie de medidas para limitar los daños, con resultado aún desconocido:

- La Reserva Federal y el Banco Central Europeo entregaron al sistema, vía operaciones de mercado de corto plazo, fondos por un total de más de un billón de dólares para superar lo que en su momento se pensaba que era sólo un desequilibrio de liquidez.

- La banca central de Estados Unidos resolvió iniciar una política de reducción de la tasa de interés, que con el último retoque del martes pasado la ubicó en 4,25 por ciento. En pocos meses ya la disminuyó en un punto porcentual para aliviar las cuentas de los deudores y, en consecuencia, evitar un empeoramiento mayor de los balances de los bancos.

- Un grupo de bancos líderes estructuró un paquete de ayuda por 100 mil millones de dólares destinado a capitalizar entidades en peligro.

- La administración Bush instrumentó un plan de rescate de 1,2 millón de deudores hipotecarios que no pueden pagar sus compromisos. A la vez, el indicador de ejecuciones hipotecarias del mes pasado fue el más alto de la última década, lo que adelanta que ese programa deberá ser ampliado en un futuro próximo.

- Como fue mencionado, capitales asiáticos y de Medio Oriente se han convertido en prestamistas de última instancia de poderosas entidades financieras de Occidente.

- El jueves pasado, en una operación de coordinación inédita, los principales bancos centrales del mundo diseñaron en forma conjunta un plan de contingencia para enfrentar la crisis global de iliquidez y solvencia bancaria. La Fed de EE.UU, el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra, el Banco Nacional Suizo y el Banco de Canadá acordaron una estrategia de abastecimiento de recursos por casi 100 mil millones de dólares. Monto inicial que subirá a medida que la crisis lo requiera.

Esas intervenciones revelan que existe una crisis de proporciones que para sorpresa de muchos no tiene casi impacto en la economía argentina, acostumbrada a recibir cualquier golpe financiero de origen externo. Esta cierta inmunidad vuelve a dejar descolocados a los profetas de ilusiones que no se cansan de aconsejar la subordinación pasiva al mundo globalizado. El prestigioso economista francés Michel Aglietta señaló, en un reportaje publicado en Le Monde Diplomatique, que “hay que apreciar bien la fantástica amplitud de los cambios de la economía globalizada”. Explicó que el cambio fue emprendido después de la crisis asiática de 1997 cuando, endeudados en dólares, los países asiáticos cobraron conciencia de que su desarrollo era dependiente de los países centrales. Aglietta apunta que entonces reorientaron sus políticas para dejar de ser importadores de capitales y devaluaron, para fortalecer su estrategia exportadora y competitividad. También pagaron sus deudas y ganaron independencia frente al FMI y sus exigencias. “Eso ha tenido dos consecuencias a nivel mundial: un cambio de rumbo de los movimientos de capitales y una presión inmensa sobre los precios de las materias primas y los salarios”, indicó, para concluir que “esa autonomía política que han ganado se observa en el corazón mismo del capitalismo: en la empresa. En Asia, al revés que en Europa, un capitalismo de Estado, a la asiática, se refuerza”.

Con el auge de las materias primas, esas naciones han acumulado gigantescas reservas y, con esos fondos, están en condiciones de capitalizar a los bancos occidentales, transitando así el sendero conocido de construcción de hegemonía por parte de imperios en ascenso. En este notable proceso, el espacio dominante de Estados Unidos en la economía mundial ha empezado a ser cuestionado. Un síntoma contundente en ese sentido fue la réplica del viceministro chino de Comercio, Cheng Deming, durante la tercera edición del Diálogo Económico Estratégico, que se desarrolló a mediados de la semana pasada, al secretario del Tesoro de Bush, Henry Paulson, que ante las presiones para la apreciación del yuan y el proteccionismo, le recomendó que antes de ocuparse de China se preocupe por sus propios problemas, en referencia a la crisis hipotecaria y a la debilidad del dólar. El investigador mexicano Alejandro Valle Baeza, en un reciente coloquio de la Sociedad Económica y Política Latinoamericana, realizado en Caracas, destacó que “en los años recientes, Estados Unidos ha sido el único país industrializado que ha tenido persistentemente un déficit en cuenta corriente superior al 5 por ciento del PIB”. Recuerda que desde 1970 ningún otro país, industrializado o pobre, ha logrado mantener por más de cinco años un déficit externo elevado sin caer en una crisis de pagos. El experto aclara que “la razón de esa excepcionalidad es la hegemonía del dólar como dinero mundial”. La clave se encuentra en que ese predominio ha empezado a ser cuestionado.

La actual crisis financiera y la debilidad de la economía de Estados Unidos fueron abordados desde una visión crítica por el economista Rolando Astarita en un reciente documento, en el cual advierte que se necesita “romper el hechizo que ejerce la ingeniería financiera mundial”. Explica que “es común encontrar gente que piense que los ‘genios’ de las finanzas son siempre lo suficientemente listos como para generar estructuras inmunes a las tormentas de la economía. Pero eso no es más que una leyenda, alimentada, entre otras razones, por los propios managers financieros, con gran provecho para sus bolsillo”. Esa magia queda desnuda ante las debacles, cuando aparecen las excusas y los lamentos, como los expresados por el presidente del Consejo de Administración del conservador UBS, Marcel Ospel: “Personalmente me avergüenzo de que hayamos producido algo así”. Ese “algo así” es una pérdida adicional de 10 mil millones de dólares por especular con los créditos hipotecarios subprime de Estados Unidos. Astarita ubica la especulación y posterior crisis en ese mercado en el marco de “la plétora de capital”, proceso que ocurre cuando se verifica una expansión desmedida del dinero que se multiplica en la esfera de las finanzas (por la tasa de interés o la valorización de activos inmuebles o bursátiles) sin ser acompañado de una expansión similar de la inversión y de la actividad productiva. Las crisis y debacle de los activos financieros, en este caso de los créditos hipotecarios y los otros que arrastró, viene a destruir ese “dinero ficticio” sin contrapartida en el valor de bienes tangibles. Astarita explica que “no toda crisis financiera deriva linealmente en una caída de la producción, y de la economía en general”, que se traduce en una recesión, fantasma que sobrevuela a Estados Unidos. Y concluye que algunas crisis simplemente actúan como depuradoras de las burbujas, lo que no descarta que suceda con la actual. Pero, a diferencia de otras debacles, lo desafiante es que en ésta emerge un imperio naciente con otro que aún pelea por mantener una presencia hegemónica.

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