ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Raúl Dellatorre
La atención de las urgencias se cruzó con los movimientos estratégicos, pero sin chocarse. El resultado fue que Argentina vivió la semana más intensa en materia de política económica por la que haya pasado desde que Cristina Fernández es presidenta. Cuando llegue el final de este sábado, en Buenos Aires se habrán sucedido tres encuentros trascendentes en apenas cinco días, desde el martes hasta hoy: una reunión de cancilleres de Latinoamérica y de países árabes, que debe haber metido preocupación en más de un centro de poder mundial; la visita de Lula, acompañado de buena parte de su gabinete, para firmar acuerdos que consolidan una alianza que abarca hasta temas de defensa y tecnología, con todo lo que ello significa; y, finalmente, la cumbre trilateral de los presidentes de Bolivia, Brasil y Argentina de hoy para buscar una salida acordada para el suministro de gas del primero a los dos últimos.
Fronteras adentro, y en forma paralela, funcionarios del área económica, de trabajo y de planificación dedicaron largas jornadas, esta misma semana, a atender cuestiones relativas a precios, salarios y suministro eléctrico. A su vez, se aceleró en estos días el paso en materia de políticas de aliento a la inversión privada. Para el gabinete de Cristina, la época de vacaciones concluyó anticipadamente, no sólo respecto del calendario, sino también en relación con lo previamente imaginado.
Los acontecimientos económicos mundiales agigantan la proyección de los eventos ocurridos en Buenos Aires. Mientras el barril de petróleo volaba por encima de los 100 dólares, la preocupación por la caída en recesión de la economía estadounidense sigue extendiéndose como mancha de aceite en el agua. Las novedades políticas en Europa (Kosovo) elevan la tensión, por posiciones encontradas entre las potencias del Viejo Continente (Alemania, Francia e Inglaterra) y Rusia. Y en América, el renunciamiento de Fidel Castro agita el ánimo de halcones y dinosaurios estadounidenses y pronorteamericanos en general. Y eso, en economía, siempre se paga caro.
Los encuentros en Buenos Aires parecían la contracara de esa realidad mundial. En un acontecimiento sin precedentes, los cancilleres de toda Latinoamérica se reunieron con los representantes del mundo árabe, principal reservorio de hidrocarburos y la zona más caliente del planeta. La búsqueda de una relación directa entre los dos continentes debería ser un hecho fundacional, tanto en lo económico como en lo político. Pero en este tipo de encuentros, con tantos participantes, los resultados de los nuevos vínculos recién suelen conocerse con el paso del tiempo.
Más cercana geográficamente, la relación entre Argentina y Brasil pareció anudarse ayer a través de una alianza estratégica de vastos alcances. Los acuerdos firmados abarcan no sólo cuestiones ligadas a “buscar una nueva matriz energética”, como destacó Lula en su mensaje al Congreso, sino en otras cuestiones que vinculan la actividad industrial con la defensa y la tecnología.
“Nunca nos detenemos a pensar en la deficiencia estructural de energía de nuestro continente”, planteó en tono autocrítico Lula. La profundización de la integración propuesta por el mandatario brasileño incluye la necesidad de una estrategia energética común, una cuestión “que es mundial y muy delicada”, ante la cual Sudamérica deberá buscar respuestas propias. En ese plano, sostuvo la necesidad de la región de analizar su potencial hídrico, su potencial en la fabricación de biocombustibles y su potencial nuclear. Al menos en dos de esas tres alternativas, Argentina y Brasil vienen avanzando sobre bases concretas.
En materia hídrica, ambos gobiernos están convencidos de la conveniencia de impulsar la construcción de la represa de Garabí, sobre el río Uruguay y frente a la costa correntina, muy cerca de la frontera con Misiones. En referencia al tema nuclear, uno de los convenios firmados ayer prevé desarrollos conjuntos, que no eluden la posibilidad de erigir una planta nuclear compartida.
La inclusión de estos temas en la agenda bilateral aparecían como asuntos prohibidos hasta hace dos o tres décadas, cuando todavía cada uno de los dos países era considerado una “hipótesis de conflicto” para el otro. Hoy, el conflicto que se visualiza es otro: la lucha contra los límites al desarrollo impuestos por la centralización financiera y la dependencia tecnológica. Contra esos males, el mejor camino de los países sudamericanos es luchar juntos.
Fueron muy claros los dos presidentes en sus caracterizaciones. Lula recordó que en los años ’70 su país vivió el llamado “milagro brasileño”, con tasas de crecimiento económico de hasta el 14 por ciento. Pero cuando terminó esa etapa el país estaba “más endeudado y el pueblo brasileño más empobrecido”.
Cristina Fernández repitió ante Lula una frase ya dicha ante Hugo Chávez, jefe de gobierno venezolano, pocas semanas antes: “Energía y alimentos serán la clave del desarrollo”. Fue durante el almuerzo en Cancillería, con lo cual le dio el pie más conveniente al eje del discurso que un par de horas después elegiría Lula en el Congreso.
Y si algo le faltaba a la alianza entre ambos países para tomarla en serio, ahí están los acuerdos de complementación en industria aeronáutica –civil y militar–, de construcción de un satélite binacional y de cooperación científica.
Al encuentro de hoy con Evo Morales, por el tema del gas, se llega con el mejor clima posible. En un tema complejo, donde las necesidades se superponen, lo mejor que podía pasar es que los representantes de cada nación arribaran con la mirada puesta en el largo plazo, preservando los intereses estratégicos antes que las demandas inmediatas. “Nadie debe resignar su soberanía, pero tampoco perder la mirada estratégica”, recitó un miembro de la delegación brasileña. Nadie arriesga a decir cuál puede ser la improbable fórmula que conforme a todos, pero hay confianza en que la reunión de hoy no será un paso atrás en lo logrado en estos días. Ayer, Julio De Vido, su par boliviano, Carlos Villegas, y de Brasil, Silas Rondeau, fueron activos operadores de la búsqueda de una salida.
¿Y por casa...?
Mirar la proyección que logró Argentina en todos estos días como sede de importantes reuniones casi paralelas le debe haber resultado de sumo agrado al Gobierno. Cristina Kirchner obtuvo credencial internacional en este tramo. Pero no puede descuidar la economía doméstica, en la que los dos meses y medio que lleva al frente del Ejecutivo parecieron tenerla siempre a la defensiva. La preocupación por los precios no sale nunca de escena. Carnes, lácteos, útiles escolares y cuotas de colegios privados, así como de medicina prepaga, reclamaron en las últimas semanas un seguimiento y una intervención oficial que, en el mejor de los casos, obtuvieron algún resultado parcial para evitar una suba masiva de precios. Las tensiones son crecientes en cada uno de estos sectores, y en muchos el propio Ejecutivo aparece con discursos contradictorios, como suele ocurrirle con los productos de origen agropecuario.
El tema de la inflación se le coló, también, en las negociaciones salariales por actividad, como no podía ser de otro modo. El intento oficial de trazar una huella, con el aporte de los camioneros, a los porcentajes de aumento, tiene alcances inciertos. El Gobierno está apurado en cerrar acuerdos y acortar los plazos de discusión, buscando así acotar eventuales situaciones de conflicto. Es la coyuntura que se le cuela, aun en medio de jornadas donde prevalecen los avances estratégicos.
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