ECONOMíA • SUBNOTA › EL RESCATE DE LOS ADICTOS
› Por Raúl Dellatorre
Viéndolo en forma desapasionada, se diría que el plan de estabilización votado ayer consiste en envolver el impacto de la explosión de la burbuja inmobiliaria dentro de una burbuja mucho más grande. Desapasionada, aquí, quiere decir no entrar en la lógica de la de-sesperación alimentada por el discurso “urgente” de Bush, que buscó convencer por la vía del pánico a los estadounidenses –congresistas incluidos– y al mundo de la necesidad de apoyar el paquete, sin contemplar sus razones ni el origen del problema. Pánico expresado en discursos de tono dramático, como el del pasado 19 de septiembre, enunciando “tenemos que actuar ahora para proteger la salud de nuestra nación, amenazada por riesgos graves”. Y que fue subiendo de tono al correr los días sin una respuesta positiva.
Volviendo a lo de las burbujas superpuestas, los 850 mil millones votados ayer no están orientados a atacar el problema real. Por el contrario, se diría que lo agravan. Y a muy corto plazo, en cuestión de semanas. Esto, si se entiende que el problema real es que Estados Unidos se armó, para sí y para el mundo, un sistema financiero divorciado de la actividad productiva, un sistema que dejó de estar al servicio de la creación de riqueza y que, en cambio, creó un maravilloso mecanismo de multiplicación de dinero para quienes pudieran aprovecharlo.
El asunto es que, como paralelamente no se creaba una riqueza semejante a esa acumulación, sólo podían estar sucediendo dos cosas: se estaba asistiendo a una fabulosa transferencia de riquezas en favor de los “jugadores más afortunados” en la ruleta o se estaba creando un capital ficticio (papeles y activos que no valían lo que decían valer). Lo que sucedió fue una perversa combinación de ambas.
¿Cómo pudo pasar, y justo en el corazón del capitalismo? Las hipotecas basura son apenas la punta del iceberg: el aliento hasta la alienación de la compra de viviendas por parte de quienes no tenían con qué pagarlas (o de varias por parte de quienes no podían llegar a poseer más de una), con la ilusión de que las casas “se pagaban solas”, por una suba en su valorización que iba a superar largamente el costo del crédito obtenido para comprarla con hipoteca. Pero otros muchos negocios ilusorios se fueron armando siguiendo la misma lógica: comprar sin plata, endeudarse y esperar multiplicar la inversión inicial tanto que iba a permitir cancelar la deuda y quedarse con el capital adquirido.
Para hacer factible el mecanismo, los intermediarios del negocio (bancos de inversión, sociedades de crédito, aseguradoras, fondos de riesgo) se valieron del comercio electrónico para poder multiplicar al infinito las operaciones y reducir a segundos su concreción. La virtualidad hizo creer que multiplicando las operaciones se reducía el riesgo. Pero pasó lo contrario, porque el inversor en este juego se vio obligado a actuar como jugador adicto: a más apuesta, más necesitaba ampliar la masa de dinero en juego. Pero un día, la carroza volvió a ser calabaza, como en el cuento.
El plan que ayer votó el Senado no dice cómo desarmar esta terrible maquinaria. Por el contrario, aceita las piezas respaldando a las entidades (apostadores) que jugaron fuerte y perdieron. Los compradores de viviendas y depositantes, que le prestaron la plata para su aventura, ahora deben creer en la “solvencia” del sistema y soñar así con recuperar lo suyo.
El plan no resuelve la ficción sincerando la verdadera contabilidad bancaria. Por el contrario, la encubre, diciendo que entidades quebradas son confiables. El costosísimo valor enunciado sólo intenta hacer más contundente el argumento con el que se encubre el problema real. La bien actuada situación de pánico por parte de la Administración (Bush, Paulson y Bernanke en la primera línea) es funcional a la solución (¿solución?) ensayada. Y además, para poder darle salida a la ley, recurrió a una ficción todavía mayor, sin sonrojarse siquiera por lo ilógico del planteo: la enorme partida de 850 mil millones de dólares que costará no se pagará con más impuestos, sino que los contribuyentes pagarán menos impuestos. Hasta habrá desgravaciones para ciertas inversiones en energías alternativas. El plan, así, no sólo es inofensivo, sino que además suena limpio, no contaminante.
Si así fuera, el rescate se estaría pagando con una fabulosa emisión de dólares, lo cual convertiría a la moneda estadounidense, precisamente, en la nueva burbuja. La futura burbuja que estalle podría ser la del dólar, de allí que haya quienes se aventuren a pronosticar el fin de la hegemonía monetaria estadounidense.
Pero a no alarmarse, que el gobierno más poderoso del mundo es el que está al mando. Y no hay por qué no creerle: es el mismo que nos alertó a tiempo sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak.
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