Jue 28.05.2009

ECONOMíA • SUBNOTA  › OPINIóN

Una mirada fría entre gritos de histeria

› Por José Natanson

La ofensiva empresarial para que el gobierno argentino reclame al venezolano compensaciones por la estatización de nuevas empresas es lógica y natural. También lo es la queja ante la decisión de Techint de depositar el primer pago por la nacionalización de Sidor en un banco extranjero. Resulta en cambio menos comprensible la reacción a dos extremos: la de quienes acusan a los Kirchner de constituir una pieza ciega e irracional del dispositivo chavista y, del otro lado, la de aquellos que reclaman una radicalización del modelo argentino para llevarlo a punto de hervor revolucionario que no existe ni en Venezuela.

En todo caso, la relación de los Kirchner con Chávez no es muy diferente a la que mantiene con él Lula da Silva, siempre alabado por estas pampas, que ha construido un vínculo cordial con el venezolano e incluso ha hecho campaña abiertamente a su favor. “No tengo duda de que en Venezuela hace muchos años que no había un gobierno que se preocupase por los pobres como tú te preocupas”, le dijo Lula a Chávez en una acto público en Maracaibo poco antes de su reelección, en noviembre de 2006. La relación es tal que Lula hasta organizó un esquema de reuniones bilaterales con Chávez cada tres meses (la última fue anteayer).

Igual que con Brasil, el vínculo entre Argentina y Venezuela se ha intensificado. Desde el punto de vista político, existe un entendimiento mutuo y unos cuantos cortocircuitos, desde el escándalo por la valija hasta la estatización de las empresas de Techint, que produjo un reclamo empresarial de defensa de los intereses argentinos similar al que en su momento despertó la decisión de Evo Morales de nacionalizar los campos de Petrobras en Bolivia (en aquella oportunidad Lula tampoco le declaró la guerra a Bolivia, y reaccionó más o menos como los Kirchner: obligadas alusiones a las “decisiones soberanas” y negociaciones discretas para salvar lo que se pueda).

Desde el punto de vista económico, la relación entre Argentina y Venezuela es crecientemente importante. El intercambio bilateral se multiplicó geométrica entre desde 2002, cuando era de apenas 150 millones de dólares, hasta llegar a unos 1400 millones en 2008. Es muy ventajoso, no sólo porque la proyección se mantiene, sino porque es claramente superavitario para nuestro país. Y como si esto fuera poco, es asimétrico: Argentina exporta a Venezuela productos manufacturados, como maquinaria agrícola, alimentos procesados e insumos químicos, e importa commodities, sobre todo petróleo y combustibles, según el análisis de Norberto Pontiroli en el Informe Nº 29 de la Fundación Exportar. En otras palabras, lo que cualquier manual de comercio exterior sugiere hacer: vender valor agregado y comprar materias primas.

Tercera economía de América del Sur, poseedora de recursos naturales esenciales y con dinero para gastar en importaciones, Venezuela es un país clave. Para Brasil, como mercado y como paso necesario para la salida de su producción al Atlántico (esto explica el segundo puente construido sobre el Río Orinoco, de 156 metros de longitud, cuatro canales vehiculares y una vía férrea, a un costo 1.220 millones de dólares, financiado por Lula a través del Bndes, es decir con fondos públicos brasileños). Para Argentina, Venezuela también es crucial, pero no como meca revolucionaria ni como exportador de un modelo inaplicable en nuestra geografía, sino como proveedor energético en tiempos de escasez (aunque no necesariamente barato), como fuente de recursos financieros (aunque ya no lo sea) y, sobre todo, como un destino cada vez más importante para nuestras exportaciones, tanto cuantitativa como cualitativamente.

En suma, una relación guiada menos por los sentimientos y la empatía personal que por las ventajas y conveniencias, como aconsejan las teorías realistas de las relaciones internacionales. Por eso llama la atención el clima de estos días: que las cosas se exageren en tiempos de campaña es comprensible y hasta lógico, pero una mirada más fría exige considerar los números y los intereses entre tantos gritos de histeria.

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