ECONOMíA • SUBNOTA › DESENCUENTROS CON EL GOBIERNO, PERO CON PROYECCIóN CONTINENTAL
El exabrupto de Méndez marca un hito en la escalada de desencuentros entre el Gobierno y las corporaciones. Intereses, “códigos” y escalas de valores que distancian. La alusión a Cuba y una evocación de la dictadura de Fulgencio Batista.
› Por Raúl Dellatorre
El desencuentro entre la cúpula fabril y el Gobierno reconoce, entre sus episodios más recientes, tres destacados: la publicitada foto de los máximos referentes de la Asociación Empresaria Argentina (Héctor Magnetto, CEO de Clarín, incluido) y la UIA, el “faltazo” de las máximas autoridades de la central industrial al acto de presentación del informe “Papel Prensa: La Verdad”, y el correspondiente desaire del Gobierno en la celebración del Día de la Industria, que dejó a las autoridades de la UIA fuera del festejo realizado en Paraná, Entre Ríos.
No es “el clima de negocios” el que se enrareció, sino el clima de las relaciones políticas entre la cúpula de las corporaciones empresarias y el Gobierno. En términos habitualmente usados para relaciones sórdidas, como las que históricamente ataron a los gobiernos con los más fieles representantes del poder económico, estos últimos consideran que las actuales autoridades políticas del país “rompieron los códigos”. Nadie como el gobierno actual –salvo algún episodio puntual de Raúl Alfonsín– se había atrevido a enrostrarles a las cúpulas empresarias que son ellos, y no otros, los que evaden impuestos. Que mientras reclaman subsidios por un lado, denostan la “intervención distorsiva” del Estado en la economía. Que reclaman “seguridad jurídica” al Estado al tiempo que pisotean las leyes laborales.
Es el discurso que volvieron a desempolvar en oportunidad de la reunión UIA-AEA en la primera semana de agosto. “Seguridad jurídica” y “reglas claras”, exigieron, “en un marco institucional republicano sólido”. Así lo volcaron en el texto que después se distribuyó, con la firma de Héctor Méndez y Héctor Magnetto, por las entidades aglutinantes, pero que también fue suscripto, del lado de la UIA, por Adrián Kaufmann (Arcor), Luis Betnaza (Techint), Enrique Cristofani (Banco Santander-Río), Sebastián Bagó (laboratorios), José Ignacio de Mendiguren (textiles) y Daniel Funes de Rioja (alimentación). Junto a ellos, por AEA, Jaime Campos (su presidente), Cristiano Rattazzi (Fiat), Paolo Rocca (Techint, otra vez) y Federico Nicholson (Ledesma).
Puertas adentro hubo expresiones más fuertes, sin mucho esfuerzo por evitar que trascendieran. Críticas al “estilo autoritario” del Gobierno, “sin esperanzas de que pueda cambiar”, dadas “la soberbia y ambición” de las personalidades que lo conducen. Como en oportunidades anteriores, se habló allí del “estilo Chávez” y de prácticas en espejo con Venezuela. Quizás haya sido aquella oportunidad la fuente de inspiración para que Méndez, un mes más tarde, cruzara el Caribe y pusiera proa a La Habana, en tren de comparaciones.
No habrán sido lazos de solidaridad, sino fuertes amarras de intereses económicos los que llevaron a los popes empresarios que protagonizaron aquel encuentro a desairar al Gobierno, el 24 de agosto, cuando se convocó a la presentación del informe oficial sobre Papel Prensa, apuntado contra Magnetto, entre otros. Diez días después, el 3 de septiembre, los festejos del Día de la Industria marcaron un nuevo hito de la fractura: los industriales de Paraná debieron optar entre cenar con el gobernador, Sergio Urribarri, o con Héctor Méndez, porque el primero condicionó su participación a que éste no estuviera. El titular de la UIA, finalmente, fue “invitado” a no estar presente en la celebración del día de su sector.
El exabrupto de Méndez, señalando que con proyectos como el de distribuir ganancias con los trabajadores, el país “se parece a Cuba”, ataca, justamente él, la seguridad jurídica al desconocer un derecho reconocido por la Constitución nacional. Despojado de todo rigor jurídico, los dichos de Méndez –expresión desatada de lo que piensan en voz baja sus pares de la Mesa UIA-AEA– pretenden descalificar proyectos y políticas, suponiendo que todos comparten su escala de valores, en la que comparar al país con Cuba es descalificante. Refiriéndose a la Cuba actual, claro está. No a la Cuba de Fulgencio Batista, la dictadura previa al 1º de enero de 1959, la de la prostitución y de la fiesta de los industriales norteamericanos que explotaban la mano de obra cubana. Un modelo de país sobre el que Méndez y sus pares aún no dieron su opinión. Aunque algunos de sus dichos dejan entreverla.
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