ECONOMíA • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Eric Nepomuceno *
A cuatro meses y medio de haber asumido la presidencia de Brasil, Dilma Rousseff enfrenta su primera crisis –de intensidad apenas relativa, por cierto– en la política externa brasileña. No sorprende que sea con la Argentina: al fin y al cabo, en los últimos años, los encontronazos entre los dos países, provocados por el comercio bilateral, han sido parte de la rutina. A cada encontronazo, las mismas quejas, las mismas palabras, realzando la importancia de mantener un buen entendimiento, las mismas presiones, las mismas promesas que no serán cumplidas, y luego todo empieza otra vez.
Las treguas suelen ser establecidas a partir del compromiso de que altos funcionarios crearán una agenda de encuentros y reuniones para impedir que suceda lo que acabó de suceder. Y tan pronto lo que sucedió sucede nuevamente, el juego empieza a partir de cero. Se comprueba, de esa manera, un viejo dicho: cuando no quieres resolver nada, la mejor salida es crear un grupo de estudios y discusión.
Hay algo de exasperante en esa historia cíclica, pero –y a pesar de ese permanente malestar– la verdad es que el comercio entre los dos países no cesa de crecer. Ahora mismo, cuando se discute la dura reacción brasileña a lo que sería el rutinario incumplimiento, por parte de la Argentina, de compromisos asumidos, se registra un nuevo salto en el comercio bilateral. En otras palabras: lo de ahora no hace más que repetir viejas situaciones, que se arrastran desde hace por lo menos tres años.
Para Dilma es una especie de estreno. Pero, observadora astuta, la presidenta de los brasileños parece bien preparada para llegar a buen puerto antes que al impensable naufragio. Y en Brasilia se confía que la Presidenta de los argentinos está exactamente en la misma situación. Según aseguran los exportadores brasileños, sus productos pasan rápidamente por la frontera, en cumplimiento a lo acordado, pero luego son retenidos en controles internos, o sea, ya en territorio argentino. Para el gobierno brasileño, de ser cierta esa versión, no se trata exactamente de un ejemplo de juego limpio.
Puede que sea cierto, es decir, que el gobierno argentino esté haciendo juego pesado. Puede que todo eso se restrinja a informaciones sin base pasadas por exportadores brasileños al gobierno de Dilma Rousseff.
Lo que no cabe discutir es que ese malestar ya viene desde hace mucho tiempo, y que en ese tiempo nada cambió en términos generales: Brasil sigue exportando cada vez más (Argentina es nuestro tercer mayor cliente, luego de China y Estados Unidos, y si se mantiene la marcha en poco tiempo llegará a ser el segundo), obteniendo superávit cada vez más significativos, y la Argentina sigue tratando de defenderse mientras busca un muy difícil equilibrio en ese comercio tan vigoroso.
Las diferentes barreras argentinas alcanzan 24 por ciento de las exportaciones brasileñas. Las barreras brasileñas, disfrazadas bajo el sello de protección a la industria automovilística, alcanzan, de lleno, a casi el 44 por ciento de lo que Argentina exporta a Brasil. Teóricamente, toda importación de vehículos está sometida a esa nueva regla (cancelación de las licencias automáticas, o sea, plazos mayores para el ingreso en Brasil). Pero ocurre que más del 30 por ciento de los vehículos importados por Brasil provienen de la Argentina. En algunos segmentos (coches medianos, por ejemplo), esa relación supera el 50 por ciento.
Sea como fuere, existe un aspecto de todo este lío que merece una observación cuidadosa: las presiones ocurren en ambos lados. En Brasil, los empresarios reprochan con vehemencia al gobierno de Dilma Rousseff (a ejemplo de lo que hicieron antes con el gobierno de Lula da Silva) por lo que consideran ser demasiada condescendencia de su gobierno frente a los abusos argentinos. En la Argentina, los empresarios reprochan con vehemencia la demasiada avidez de sus colegas brasileños, y por eso presionan al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (a ejemplo de lo que hicieron antes con el gobierno de Néstor Kirchner) contra lo que consideran demasiada sumisión frente a los abusos brasileños.
Ambos lados tienen razón. Hay funcionarios argentinos que tratan de eludir hábilmente lo acordado, como si se tratase de un partido de fútbol. Hay empresarios brasileños con hambre insaciable frente al mercado argentino, como si se tratase de un gran asado sin ley ni regla.
Les tocará a dos mujeres de carácter fuerte y comprobada capacidad de aguantar presiones y resolver el problema. De momento, y como en un comienzo de baile en el cual todos son tímidos y a la vez osados, las dos pusieron altos funcionarios para abrir la danza. Mejor sería, quizá, que ambas decidiesen de una vez bailar juntas, para que la fiesta sea de todos.
* Escritor y periodista brasileño.
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