Los organismos financieros internacionales se caracterizan por su constancia. Y al menos desde el “brain storming” que dio origen al Consenso de Washington, el FMI tiene a la banca pública en la mira. La puja empezó en los ’80. La palabra “privatización” asociada al Banco Nación data de las épocas de Raúl Alfonsín, aunque a tono con el espíritu de la época, las palabras no lograron plasmarse en hechos. Ya a principios de los ’90, se optó por un camino menos radical. Como “privatización” sonaba inaceptable, la consigna fue transformar al Nación en una Sociedad Anónima, con control del Estado, por supuesto, y abrir el paquete accionario al capital privado. El menemismo fase II trajo una nueva propuesta: la búsqueda de un “socio estratégico”. Dispuesta a acabar con la fiesta, la administración de Fernando de la Rúa se despachó con el ingenio de transformar al Nación en el Banco Federal, el que comenzaría con un 10 por ciento de capital privado. Según sus críticos, los objetivos explícitos de la auditoría externa se inscribirían en esta corriente, lo que es negado por las autoridades del Nación y del Ministerio de Economía.