Mar 06.12.2005

ECONOMíA • SUBNOTA  › OPINION

Provocaciones

› Por Alfredo Zaiat

Las siguientes dos afirmaciones son una provocación ante la tormenta de opiniones, medidas y debate que origina el aumento de precios:
1 La inflación en los actuales niveles no es un tema para alarmarse.
2 El Gobierno está exagerando sobre la importancia del presente movimiento de precios, con el peligro de convertir en problema –si ya no lo hizo– lo que en realidad hoy no lo es.
La traumática memoria inflacionaria está haciendo su previsible trabajo, inevitable ante los desbordes padecidos en los últimos treinta años, coronados con dos híper, la primera con Raúl Alfonsín y la otra con Carlos Menem. Los sueños destrozados, la miseria provocada, la pérdida de riquezas y la violenta transferencia de ingresos que provocó la inflación en largos períodos de la historia reciente justifican los reflejos defensivos. Sin embargo, una cosa es ocuparse –que implica también preocuparse– ante una dificultad y otra distinta es reaccionar de una forma que termina asustando.
Existen factores económicos y políticos para abordar la cuestión de la inflación, que si ambos no se comprenden en una relación dinámica e interdependiente se arriban a falsos diagnósticos y, por lo tanto, a equivocadas estrategias. En resumen, después de decenas de años de crisis la base estructural de la economía argentina quedó con una marcada concentración, excesiva extranjerización, escaso entramado industrial, fuerte primarización y volcada al mercado externo. En ese deforme esquema, que brinda rentas elevadas en los sectores privilegiados y con una clase empresaria que no tiene vocación inversora, sobran consumidores locales. Entonces el ajuste de precios que se está produciendo tiene un origen multicausal en un contexto diferente a los de inflaciones pasadas, lo que desorienta a muchos. Entre las causas que no explican el actual movimiento de precios, dejando huérfanos de argumentos a los economistas mediáticos especializados en pronósticos errados, se encuentra el frente fiscal y el monetario.
Esos dos históricos factores de propagación de procesos inflacionarios no se están verificando. No hay déficit sino un abultado superávit fiscal, lo que implica el cese de tarea de la maquinita de emisión para financiar desequilibrios del Tesoro. Y la política monetaria, pese al cacareo de especialistas de la city, no es expansiva sino que, analizando la evolución de la Base Monetaria, se observa una contracción de la misma.
Tampoco es un factor de propagación la lenta recomposición salarial que todavía, en promedio, sigue siendo negativa en términos reales en un contexto de fragilidad laboral. La última vez en la cual los incrementos de sueldos jugaron como impulso inflacionario fue en el Rodrigazo, en junio de 1975. En la economía argentina, desde hace bastante, los impulsos inflacionarios provinieron principalmente del mercado cambiario. Eso fue lo que se verificó a la salida de la convertibilidad, del mismo modo que en experiencias traumáticas anteriores. Hoy, ese frente está en calma y sin un horizonte inmediato de inestabilidad. Sin embargo, la cuestión cambiaria merece ciertas precisiones. Si bien está alejado el riesgo de otro shock inflacionario por una fuerte devaluación, la que resultó en forma descontrolada al quebrarse el 1 a 1 regaló una intensa sacudida inicial de precios que todavía seguirá filtrando sus efectos. No hubo una traslación inmediata de ese ajuste a precios porque los pulverizados ingresos no estaban en condiciones de convalidar aumentos astronómicos de bienes y servicios.
El traslado de la depreciación cambiaria a los precios domésticos (pass through lo denominan los economistas) fue relativamente muy reducido y, en consecuencia, el tipo de cambio real se mantuvo relativamente más depreciado que otras experiencias devaluatorias (México diciembre ’94, Indonesia julio ’97, Rusia agosto ’98, Brasil enero ’99, Ecuador enero ’99 y Turquía febrero ’01), aun después de transcurrido casi cuatro años. Esto se verifica en la amplia brecha abierta entre el incremento acumuladoentre los precios mayoristas (163,1 por ciento) y los minoristas (72,2 por ciento) en ese período. Esa diferencia permite vislumbrar una tendencia “natural” (por mercados concentrados y oligopólicos) hacia la recomposición de los márgenes de las cadenas minoristas. Esa brecha adelanta, entonces, futuros índices de precios poco agradables.
A esta altura vale precisar un par de definiciones. La primera: inflación se considera a un crecimiento continuo y generalizado de todos los bienes y servicios existentes en una economía. La segunda: aumentos de precios significa variaciones puntuales del valor de ciertos productos. Si bien esa diferencia conceptual puede no significar nada cuando se padece la disminución del poder adquisitivo de la canasta de bienes y servicios, resulta relevante para tratar de entender qué está pasando y, fundamentalmente, cuál será el horizonte inmediato.
En la actualidad no se ha disparado un proceso inflacionario sino un ajuste de precios relativos con orígenes diversos. No se trata de una espiral inflacionaria, como muchos temen y otros sienten en sus finanzas personales, porque no se está en presencia de impulsos estructurales –como ya se explicó– al alza de precios que tienden a mantenerse. O sea, por ahora, no existe un encadenamiento de aumentos que se propagan de un mercado a otro. Esto se traduce en subas de precios de ciertos bienes que se extienden a otros, y luego a salarios, alquileres, tarifas de servicios públicos y así se retroalimenta esa secuencia. Es lo que se conoce como indexación de la economía.
Otra de las cuestiones es que una economía con una estructura de comercio exterior basada en productos que son los mismos bienes de consumo masivo (alimentos) de la población generará presión en los precios. Y otro factor no menor es que un ritmo de crecimiento muy intenso indefectiblemente provoca tensiones en el sistema de precios. En ese esquema económico deforme que se describió más arriba, las ganancias abultadas en, precisamente, esos sectores dinámicos que están subiendo los precios no reinvierten para ampliar la frontera de producción. Así la inflación se convierte en el mecanismo de apropiación de ingresos de los sectores más vulnerables por parte de los grupos más concentrados.
Frente a esa compleja situación, no hay magia ni recetas milagrosas para frenar los precios. Esos índices seguirán molestando. Trabajar en varios frentes (el económico y el político) a la vez permitirá manejar el problema. En cambio, alarmar y amplificar la dificultad no cambiará esa incómoda realidad. En fin, provocar ayuda a debatir más allá de lo evidente.

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