ECONOMíA • SUBNOTA
La historia de la energía nuclear nunca ha podido sacarse de encima su origen bélico, su pecado original: cualquier central recuerda, en el imaginario popular, la destrucción de Hiroshima y Nagasaki.
› Por Leonardo Moledo
Es posible que el anuncio de la terminación de la central Atucha II y la construcción de una cuarta central nuclear (las dos en operación son Atucha I y Embalse en Córdoba) presente dudas y levante polémicas.
La historia de la energía nuclear es polémica y nunca ha podido sacarse de encima su origen bélico, su pecado original: cualquier central recuerda, en el imaginario popular, la destrucción de Hiroshima y Nagasaki; lo cierto es que después de esas dos hecatombes y la finalización de la Segunda Guerra Mundial, cundió, como tantas veces suele ocurrir, la idea de que la generación de energía eléctrica a partir de la fisión del átomo era la panacea de los problemas energéticos de la humanidad (y eso que por entonces no pesaba el efecto invernadero como una espada de Damocles ni las corrientes ecologistas tenían la fuerza con que aparecen hoy). Es célebre la frase de Einsenhower: “A partir de la energía atómica, la electricidad va a ser tan barata que no va a valer la pena cobrarla”. Por entonces, era un pasatiempo común entre los norteamericanos salir de picnic con contadores geiger para encontrar uranio, un poco a la manera de la fiebre del oro del siglo XIX.
Luego, la situación cambió y el estado de la opinión pública respecto de la energía nuclear dejó de ser favorable, lo cual puede basarse en varias hipótesis.
a) Incomprensión: no hay entre la población una idea acabada de qué es en realidad una central nuclear y en el imaginario colectivo una central se asimila muchas veces a una bomba atómica desactivada, pero que en cualquier momento puede estallar. Desde ya, las cosas no son así: una central nuclear simplemente es escenario de una reacción de fisión del uranio controlada que produce calor, calor que a su vez calienta agua que hace girar turbinas.
b) La burocracia nuclear, que a menudo mezclada con las burocracias militares siempre manejaron todo lo referente a las centrales nucleares con una dosis de secreto y de misterio, y sin la menor idea de lo que significa comunicación científica. Y el secreto, desde ya, aumenta los temores de la gente.
c) La energía nucleoeléctrica no resultó tan barata como parecía, ya que las medidas de seguridad encarecieron su producción.
d) Chernobyl: en 1986, la explosión en Chernobyl (que, aclarémoslo no fue una explosión atómica, sino un estallido de vapor que arrastró residuos radiactivos al ambiente) generó la idea de que por qué no puede ocurrir aquí.
e) La ilusión, muchas veces falsa, de las energías “alternativas”: eólica, solar, mareomotriz. Lo cierto es que ninguno de esos sistemas se ha desarrollado lo suficiente como para garantizar una buena integración a las redes nacionales.
f) Paranoia: la reacción que se produjo ante la exportación del reactor nuclear de experimentación a Australia (un logro industrial enorme de la ingeniería argentina) es un buen ejemplo.
g) El punto más flojo del sistema nucleoeléctrico: por ahora no existe un sistema apropiado para librarse de los desechos.
e) La sospecha, siempre latente, de que la tecnología se utilice para la fabricación de armas atómicas.
Los argumentos son a medias válidos, a medias falaces, como suele ocurrir con casi todo. La verdad es que prácticamente la totalidad de los sistemas que sostienen la infraestructura de un país, a la vez que lo hacen más fuerte, lo hacen también más vulnerable; las energías alternativas pueden de todas maneras desarrollarse; la energía nucleoeléctrica en cierto sentido es más limpia que la termoeléctricas, ya que no libera gases de efecto invernadero, y así siguiendo. Por otra parte, el mundo se encamina lenta, pero inexorablemente a un colapso energético a medida que el petróleo se encarezca y después, inexorablemente, se acabe y todas las formas de energía alternativas al petróleo van a ser necesarias (y esperemos que alguna vez estén listos los reactores de fusión nuclear, que por ahora están en veremos).
Así, una nueva, o varias nuevas centrales nucleares (recordemos que países como Francia obtienen el 70 por ciento de su electricidad de centrales nucleares y que Inglaterra está pensando ya en construir nuevas) no son peligrosas (o son tan peligrosas como cualquier otra cosa) en tanto se implementen simultáneamente tecnologías muy severas de control, tanto nacional como internacional.
Todo es peligroso, al fin y al cabo: los aviones sirven para derribar edificios; los trenes descarrilan y los barcos chocan contra los icebergs. Hiroshima, al fin y al cabo, está rodeada de centrales nucleares que la proveen de energía.
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