Como si nada pasara en el Tíbet, el Partido Comunista de China (PPCh) se reunió ayer para reafirmar al presidente Hu Jintao en su cargo durante cinco años más. Los muertos tibetanos y las llamadas de atención de la comunidad internacional poco han molestado a la vida política de Beijing. Por eso, como estaba programado hace meses, la Asamblea Nacional Popular sesionó y eligió al nuevo gobierno. La victoria de Jintao, quien cumplirá su segundo y último mandato, estaba cantada. Sin embargo, la expectativa estaba puesta sobre quién sería su segundo y, según la lógica de la política china, su sucesor. Con casi el 99 por ciento de los votos, Xi Jinping, un dirigente hasta ahora poco conocido, será el número dos del gigante asiático.

Jintao prometió mantener la misma línea de gobierno que tuvo hasta ahora, según él, centrada en la lucha contra las desigualdades sociales creadas por el vertiginoso crecimiento económico que viene viviendo el país en las últimas décadas. “Queremos una sociedad armoniosa”, dijo el mandatario, mientras el ejército reprimía las protestas tibetanas.

Su vice, en tanto, es un político en ascenso. Jinping fue secretario del partido en Shanghai, un cargo considerado la plataforma ideal para lanzarse a la Presidencia, después que su antecesor tuviera que renunciar por denuncias de corrupción. Ingeniero de profesión –igual que Jintao–, el ahora vicepresidente había sido designado hace unos días como el responsable de la seguridad de los Juegos Olímpicos. Su desempeño puede llegar a marcar su ascenso o su desaparición de la dirigencia política.

También será el responsable del otro gran evento que se avecina en el gigante asiático para este año. Tendrá que preparar las celebraciones por el 30º aniversario de la reforma y apertura china iniciada en 1978, que terminó con la política de economía planificada y convirtió al país en una “economía socialista de mercado”.