EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Con el acuerdo de Santo Domingo se disparó el debate de la integración latinoamericana y cobró fuerza la vieja idea de un proyecto de desarrollo común, sin el patronazgo de una potencia mundial.
La cumbre plasmó los cambios en la geografía política de la región ocurridos en los últimos años. Al surgimiento de un bloque progresista o centro-progresista en Sudamérica se suma otro fenómeno hasta ahora menos comentado, por lo menos en estas playas, que es el cambio que se ha producido en Centroamérica. Por primera vez en cien años, gobiernos no alineados con Estados Unidos dominan el itsmo, algo que ni siquiera ocurrió en la década del ’60. Ni Martín Torrijos en Panamá, ni Alvaro Colom en Guatemala, ni Daniel Ortega en Nicaragua ni Manuel Zelaya en Honduras pueden ser tildados de títeres del imperio. Sobran ejemplos, pero basta decir que Martín Torrijos es el hijo de Omar, Colom representó a la ex guerrilla en las presidenciales del ’99, Ortega sigue representando lo que queda del sandinismo y Zelaya es un liberal con acento en la i que después de derrotar a los conservadores viró a la izquierda, cerró un acuerdo petrolero con Chávez, pagó con la suspensión del programa de visas a Estados Unidos y terminó festejando en Managua el último aniversario de la revolución abrazado a Chávez y Ortega.
Por su parte, Costa Rica es gobernada por el socialdemócrata Oscar Arias, premio Nobel de la Paz mantiene su tradicional neutralidad en las relaciones internacionales. Finalmente El Salvador, gobernado por Tony Saca de ARENA, es el último reducto de los gobiernos pronorteamericanos de mano dura en la región. Pero el favorito para las elecciones salvadoreñas del 2009 es el aggiornado FMLN.
En el Caribe también se vislumbra un cambio y Cuba ya no está sola. Además de República Dominicana, miembro pleno del ALBA, las islas de Antigua y Barbuda, San Vicente y Grenadinas firmaron convenios con el ALBA, la alianza anticapitalista que agrupa a los países más radicalizados de la región: Cuba, Nicaragua, República Dominicana, Venezuela y Bolivia. Claro que gran parte de estos cambios se explican más fácil con números que con ideas. El gobierno bolivariano de Hugo Chávez, que dispone de sus reservas, a diferencia de Brasil, que cotiza en bolsa, ha resuelto la ecuación energética de varios de esos países a través de la iniciativa Petrocaribe, que le vende petróleo a precios subsidiados y en cómodas cuotas a Honduras, Belize y casi todo el Caribe, desplazando a Estados Unidos y México del negocio.
México es gobernado por Felipe Calderón, quien seguramente tomó nota de toda esta situación. Calderón es un cuadro de la derecha panista que asumió tras una cuestionada elección que desató meses de protestas masivas encabezadas por el líder de la centroizquierda. Sus relaciones con el norte no son fáciles. Le pusieron un muro. Se la pasaron puteando a México durante toda la campaña. Ahora Calderón enfrenta una revuelta social para renegociar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos porque se disparó el precio del maíz, insumo básico en la dieta de los mexicanos.
En la reunión de Santo Domingo, Calderón se mostró activo y cercano a Cristina Kirchner. Alentó la creación de una Organización de Estados Latinoamericanos, que es lo mismo que decir una OEA pero con Cuba y sin Estados Unidos y su aliado incondicional en el foro, Canadá. “Calderón, un presidente más pragmático y perspicaz que Fox, ha planteado una cierta ofensiva de México hacia América latina con el intento de ocupar espacios, desarrollar el costado estratégico y no dejar libre casillero. Pelearon con Cuba la candidatura del SELA (Sistema Económico Latino Americano) y quieren instalar su candidato para que sea el próximo secretario general de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), con lo que por supuesto hay disonancias con la visión de Brasil, que es más sudamericana”, analiza Chacho Alvarez, secretario general del Mercosur.
La integración se da a distintos niveles. Desde el más amplio, alentado por las novedosas señales de autonomía que llegan desde Centroamérica, el Caribe y la OEA del chileno José Miguel Insulza, hasta el más inmediato, como lo demuestra la alianza sin precedentes que están forjando Argentina y Brasil.
El mes pasado ambos países firmaron un acuerdo de cooperación sin precedentes para el desarrollo conjunto de determinados proyectos, pero el hecho pasó casi inadvertido en medio de las peleas por el gas. Para el acuerdo eligieron precisamente el tipo de proyecto que por su sensibilidad los había enfrentado en un pasado no muy lejano: la energía atómica y la industria bélica. Además de la fabricación del “Gaucho”, un vehículo de uso militar, los acuerdos incluyen el lanzamiento de un satélite, varios proyectos energéticos, la desdolarización del comercio y algunas, cosas más. En el convenio de trece hojas todos y cada uno de esos proyectos viene acompañado de un preciso cronograma de seguimiento para que se vayan cumpliendo paso a paso. Fueron impuestos a pedido de la Presidenta, quien dijo en la firma del acuerdo: “Soy mujer y quiero plazos”. Según el cronograma, la próxima oportunidad para medir los avances será durante la visita de Estado que Cristina hará en septiembre. Lula la invitó para que esté en Brasilia durante la celebración de la máxima fecha patria de ese país, el 7 de ese mes, lo cual es todo un símbolo. Mientras tanto, Taiana y Marco Aurelio van y vienen. “Es el mejor momento de la relación entre Argentina y Brasil”, analiza Agustín Colombo Sierra, subsecretario para América latina de la Cancillería.
La integración enfrenta obstáculos, como pueden ser los enfrentamientos de proyectos contrapuestos. Después de una larga siesta, Estados Unidos volvió a dar señales de vida esta semana. Lo hizo con un discurso furibundo de Bush atacando a Chávez y con una gira de Condi Rice a Brasil y Chile. Washington no se resigna. El surgimiento de un bloque del Pacífico compuesto por Colombia, Perú y en menor medida Chile, que favorecen la integración al mundo globalizado a través de Estados Unidos, es el germen de enconos que la cumbre de Santo Domingo apenas pudo disimular.
La respuesta dialéctica a ese desafío es el fortalecimiento del Unasur, el flamante organismo multilateral de la comunidad de naciones sudamericanas, donde confluyen la Comunidad Andina y el Mercosur. La tercera cumbre del grupo estaba programada para el 28 y 29 de marzo, nada menos que en Cartagena, Colombia. Había quedado en suspenso tras el tiroteo en la frontera ecuatoriana, pero la pax dominicana vuelve a encarrilarla.
A esto se suma la iniciativa de Brasil de crear un Consejo de Seguridad Sudamericano, que ya tiene el aval de Argentina y Chile. Lula aprovechó la visita de Rice para transmitirle la novedad. No la consultó, sino que le vendió un paquete prácticamente cerrado, como para que lo mastique y digiera con su jefe Bush.
Mientras tanto, los líderes de la región se mueven, olfateando la oportunidad. Ellos saben que ya no se trata de poner la cara en la foto y despedirse hasta la próxima. Avanzar en la integración, en la creación de un bloque latinoamericano, significa fortalecer sus instituciones. Blindarlas de los cambios de gobierno y del vaivén de los vientos ideológicos. No es fácil el camino, pero bien vale unas cuantas cumbres.
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