EL MUNDO › ENTREVISTA CON EL POETA CUBANO VICTOR CASAUS, DIRECTOR DE UN CENTRO CULTURAL EN LA HABANA
De visita en la Argentina para presentar a un grupo de trovadores de su país, Casaus acusa a los medios internacionales de tergiversar el sentido de la transición cubana y habla del impacto de las últimas medidas de Raúl Castro.
› Por Verónica Gago
Todo uso del lenguaje es político. Esto hay que tenerlo en cuenta, dice el escritor y poeta cubano Víctor Casaus, para interpretar la coyuntura de su país. ¿Qué significa apertura? ¿A qué refiere el término liberalización? Y, en todo caso, ¿se puede hablar de transición? En cada una de estas palabras hay una disputa viva por interpretar el período post-Fidel. Esta semana, Raúl Castro anunció en la isla la desregulación de la venta de computadoras, reproductores de DVD y teléfonos celulares. ¿Cuál es el significado de estas medidas? Casaus –quien preside junto a la argentina María Santucho el centro cultural Pablo de la Torriente Brau de La Habana y estuvo en Buenos Aires para presentar a jóvenes trovadores cubanos– analiza el impacto de estas normativas bajo la perspectiva de cambios de más largo plazo y de debates que ya tienen un tiempo en su país pero, sobre todo, explica por qué en ellos se juega una lengua política.
–Las últimas noticias sobre Cuba son la liberalización de la venta de electrodomésticos y celulares. ¿Estos son los signos de una apertura?
–Lo que está sucediendo es mucho más que estas anécdotas. Pero ocurre que se ha establecido una relación perversa entre los grandes medios de comunicación y la realidad cubana: las noticias deben pasar por esos grandes medios que las cargan de ciertas insinuaciones. Este es un problema que no tiene solución. Estas medidas puntuales me parecen muy positivas: responden a una larga historia de restricciones de compra y tenencia de ciertos objetos que tuvo sentido en otros momentos. Ahora, ¿qué entendemos por liberación? Es una palabra que en Cuba utilizamos para muchas cosas: desde algunas bastante más importantes a otras más triviales y comerciales. Si la pregunta se dirige a si este proceso va a propiciar un debate mayor sobre la cultura y los medios, diría que eso ya se está dando. No son temas ajenos a la realidad cubana y creo que estas medidas de acceso a medios de comunicación van a viabilizar que cada quien lleve a debate su verdad.
–Pero en el debate político-cultural de Cuba, ¿se usa el término apertura para caracterizar el momento actual?
–Podría decirse que determinadas palabras se marcan. Estos días vemos cómo se caracteriza desde los medios, aquí en Argentina, a ciertos grupos y cómo se utilizan palabras que son condicionantes para quien escucha. Lo mismo pasó con los últimos acontecimientos en Colombia. Tras el asesinato de Raúl Reyes, vi entrevistas a gente común en las calles de Bogotá, y su lenguaje estaba marcado por el modo en que los medios presentaban a los “tenebrosos terroristas”. Lo que advierto es un riesgo de empobrecer las discusiones por precariedad del propio vocabulario. Para ir a Cuba: esto mismo sucede con el término transición, que ha sufrido muchos embates de la manipulación y la repetición desdichada. El concepto de transición específicamente se aplica a Cuba hoy en un sentido más mimético que analítico: surge de la comparación de la situación cubana con la transición española, como si en Cuba estuviera por salir de un dictador similar a Franco. Cualquier persona mínimamente informada se da cuenta de que esto es una barbaridad absoluta.
–¿Cómo se sitúa este proceso de complejización de la vida cubana en el ámbito de la cultura?
–Sobre todo a partir del congreso anterior de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), en 1998, que fue un gran marco de discusión sobre la consideración de la cultura no como un elemento secundario o auxiliar sino como una forma esencial de la presencia de la sociedad y de la revolución que ha transformado esa sociedad. En aquellos momentos difíciles de los años ’90, donde parecía que se iban a perder muchas cosas y algunos pensaron que se iba a perder todo, se creó la conciencia de que la cultura era lo primero que había que salvar. De hecho, éste fue un comentario de Fidel en el congreso, que recogía lo que sentíamos muchos intelectuales, artistas y muchos cubanos y cubanas de otros ámbitos. Desde el período especial –que aún no ha finalizado– hay una resensibilización de las cuestiones culturales como cuestiones centrales en términos políticos.
–¿Cómo repercute en la realidad política y cultural cubana la existencia de los llamados gobiernos progresistas de América latina?
–Creo que fundamentalmente en dos sentidos. Primero, en el sentido externo como cambio de la relación de fuerzas en el poder, aun con todas las diferencias y contradicciones en las políticas internas y externas entre esos países. Es imposible esperar una respuesta similar al calco de la opinión cubana sobre determinados temas, por parte de fuerzas políticas que llegaron al poder con composiciones y trayectorias tan diversas. Y esto fue efectivamente lo que tuvo efectos positivos y lo que hace, por ejemplo, que dentro de la OEA –aun siendo aquel ministerio de colonia del que hablaban Fidel y el Che– se den situaciones esperanzadoras en términos de integración latinoamericana. Un segundo elemento es el que tiene que ver con las transformaciones profundas que se están dando en Cuba –y que no tienen nombrecitos de electrodomésticos– y que tienen que ver con el funcionamiento de una diversidad política de los gobiernos progresistas entre sí. Para los cubanos en general y para los políticos cubanos en particular es una enseñanza de que esa diversidad no es un tema preocupante para Cuba, sino de interés para nuestro destino.
–¿Cómo sigue la discusión respecto de los permisos para entrar y salir de Cuba para los ciudadanos nacionales?
–Nuevamente se trata de medidas que tuvieron su sentido en otro momento y que hoy, aunque no haya desaparecido el contexto de hostilidad externa totalmente, son posibles de eliminar. En este camino está también la posibilidad de que ahora los cubanos tengan acceso a bienes y servicios del propio país, como tuviera los hoteles. Era anacrónico realmente que un cubano no pueda hospedarse en un hotel aunque tenga el dinero.
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