EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
De todos los procesos políticos en los países vecinos el paraguayo es lejos el que menos atención recibe. Será porque desde hace 61 años gobierna el viejo y confiable Partido Colorado, que sin despeinarse demasiado pasa de la dictadura a la democracia y del nacionalismo acérrimo de Stroessner y Oviedo a esta versión neoprogre que encarnan el presidente Nicanor Duarte Frutos y su candidata Blanca Ovelar.
Pero habría que prestarle más atención porque nada es para siempre. La elección de hoy tiene todos los ingredientes de una buena novela de suspenso, emnpezando por los personajes, porque además de la primera mujer con chances, participan un ex obispo suspendido por el Vaticano y un general golpista que acaba de salir de la cárcel. Mejor aún, los 61 años de hegemonía del Partido Colorado corren serios riesgos por primera vez en muchos años ya que Fernando Lugo, el ex obispo, marcha adelante en las encuestas, con Blanca y Lino Oviedo pisándole los talones. Y las encuestas, cuando no aciertan, cosa que pasa, tienden a sobreestimar a los candidatos favoritos de los centros urbanos y de los medios, sayo que en este caso le cabe al ex religioso.
Más allá de lo que pase hoy, el fenómeno Lugo ha tomado a muchos por sorpresa. En la Navidad del 2006 anunció su postulación para presidente y de la noche a la mañana se convirtió en el favorito de la opinión pública. La oposición se abroqueló alrededor de su candidatura, pariendo una inédita alianza entre los movimientos sociales y el Partido Liberal, una tradicional fuerza opositora de centroderecha, aggiornada con la agenda social que traía el ex obispo. Así llega a las elecciones.
Pero los colorados no llevan 61 años gobernando en vano y no iban a entregarse así nomás. A fines del año pasado soltaron al ex general Lino Oviedo.
Oviedo había encabezado un golpe fallido en 1998 contra el gobierno de Juan Carlos Wasmosy y había sido encarcelado, después de vivir asilado en la Argentina menemista y prófugo en Brasil, por el asesinato en 1999 de Luis María Argaña, entonces vicepresidente de Raúl Cubas. Por supuesto que no fue el gobierno propiamente dicho quien liberó a Oviedo, sino la Justicia paraguaya, que en rápida y llamativa sucesión encadenó fallos que aliviaron su situación penal, que en ese momento incluía, además, imputaciones por la represión del llamado “marzo paraguayo” y por otro intento de golpe en el año 2000, además de vínculos no probados con el narcotráfico y la desaparición de la hija de un prestamista argentino. La Justicia paraguaya que liberó a Oviedo viene siendo señalada por Transparency International (TI), una organización no gubernamental con sede en Berlín, a través de denuncias reiteradas y disponibles en su página de Internet, como ejemplo de una Justicia sumisa, al servicio de los intereses del gobierno, y carente de la idoneidad necesaria para garantizar la transparencia en ese país. Así que Oviedo sabe muy bien a quién le debe su libertad.
Oviedo tiene su lado oscuro, pero también su carisma y su orgullo nacionalista-militarista, llegada a los sectores populares, credenciales del Partido Colorado, en fin, toda una serie de atributos electorales que le arriman una nada despreciable intención de voto de cerca del treinta por ciento para su partido, Unace. Esto es, casi un tercio del voto y una deuda enorme con el Partido Colorado, más precisamente con el sector que encabeza Duarte Frutos. Ese sector, que sostiene la candidatura de Blanca Ovelar, viene de una dura interna con el ex vicepresidente Luis Castiglioni, quien denunció públicamente haber sido víctima de un fraude en las disputadas primarias coloradas. Así, mientras Oviedo hace su juego, Blanca suma votos comparando a Lugo con Chávez y Evo, y Lugo responde con otro argumento taquillero al acusar a los colorados de vendepatrias por los acuerdos económicos con Brasil y Argentina.
¿Qué pasará? ¿Habrá fraude? ¿Habrá arreglo? ¿Qué hará Oviedo para devolverle el favor a Nicanor? Paraguay está plagado de observadores electorales, se vale de un sistema de conteo moderno y las últimas elecciones presidenciales fueron consideradas limpias. Más allá de los arreglos por debajo de la mesa que los colorados y los oviedistas puedan alcanzar en algunos distritos, serán los mismos paraguayos los encargados de escribir el guión cuando voten hoy. Será a todo a nada. La primera minoría se alzará con la presidencia, aunque sea con poco más de un tercio de los votos. El sistema electoral paraguayo no parece el ideal para garantizar la gobernabilidad.
Mientras tanto Cristina estará de viaje por Ecuador. Eso no quiere decir que no tiene una política para Paraguay. La Presidenta recibió y se sacó fotos con los tres candidatos principales. Pero tuvo una deferencia especial hacia Blanca Ovelar, a quien recibió tres veces. Más allá de la coincidencia de género, queda claro que el Partido Colorado se ha convertido a través de los años en un aliado confiable para Argentina y que en los últimos años Duarte Frutos ha sintonizado el discurso de la región. Tan buen vecino ha sido Nicanor, que ha soportado las desigualdades del Mercosur sin llegar al extremo de coquetear con la idea de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, como hizo el otro socio menor del bloque, Uruguay. Por eso, mientras a muchos miembros del Gobierno les gustaría ver ganador a Lugo por afinidad ideológica, no lo dicen para no perjudicar a Blanca, garante de una relación tranquila. En cambio Lula y el PT jugaron en favor del ex obispo, cuyo viaje a Brasilia el mes pasado le dio un empujón en las encuestas. Corrido por izquierda, Lugo se definió como “un camino entre Lula y Chávez”.
Si gana Lugo se abre el interrogante del día después. ¿Podrá su joven coalición resistir la doble presión de Oviedo y los colorados? Lo que está claro es que el ex obispo necesita recursos para su agenda social. A tal fin quiere renegociar los contratos de Itaipú y Yacyretá con Brasil y con Argentina, que es lo mismo que decir que Lugo quiere abrir dos cajas de Pandora.
La corrupción en Paraguay no es un tema menor. El contrabando de autos, la exportación de marihuana, el lavado de divisas y los negociados con la compraventa de combustible forman parte de un mosaico económico que hacen del Paraguay una especie de agujero negro en la región, el lugar donde los más respetables vecinos hacen sus negocios más discretos. Esos vecinos no quieren que las cosas cambien demasiado.
Lugo se pasó años predicando en el mismo Chaco paraguayo que Duarte Frutos militarizó. El ex obispo es un emergente del movimiento campesino y prometió una reforma agraria. No se deja intimidar. Ignoró presiones del mismísimo Vaticano para bajarse de su candidatura. La revista conservadora The Economist lo comparó con Hugo Chávez. Encarna un cambio del statu quo, un cambio histórico. Pero en términos K, va por colectora. Primero tendrá que ganar y después demostrar que puede gobernar.
Blanca es otra cosa. Conoce los códigos. Sabe negociar. Tiene abiertas las puertas de la Rosada.
Y Oviedo es Oviedo. Tiene muchos amigos. Nunca hay que darlo por muerto. Quienes mejor lo conocen opinan que es mejor tenerlo cerca que de enemigo.
Hoy los paraguayos se mirarán al espejo y el espejo devolverá el halo de Lugo, la postal de Blanca, o el fantasma de Oviedo. Espejo espejito: ¿Será rojo si gana el purpurado? ¿Será Blanca, la dama de Colorado? ¿O será tiempo de Lino, el golpista fracasado? ¿Será el fin de una era o cine continuado? Mañana, a más tardar, sabremos el resultado.
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