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La puerta giratoria
Pakistán hizo lo que hace siempre: entregar a Estados Unidos a un terrorista importante pero quedarse con el principal. Esto forma parte de su política, medio lumpenesca, de quedar bien al mismo tiempo con Estados Unidos y con los militantes islámicos, con la policía y con la oposición. Y los términos de la transa son obvios: del lado de Estados Unidos, Islamabad espera plata; del lado de los islámicos, una relativa inmunidad a los ataques terroristas. Desde luego, todo es aún un poco más turbio que esto, ya que el ISI, el poderoso servicio de espionaje interno paquistaní, está repleto de generales que simpatizan con los islamistas y con Osama bin Laden. Pero esencialmente eso es lo que hizo Pakistán la otra semana cuando arrestó a Ramzi Binalshib, el coordinador de los ataques del 11 de setiembre, para su extradición a Washington. La contraparte es que, mientras Binalshib era esposado y sacado del edificio donde residía en Karachi, una figura mucho más importante, el jeque Khalid Mohammed, considerado el jefe militar, se escapaba tranquilamente por la puerta trasera. Es que el dinero no tiene religión.