Mar 24.09.2002

EL MUNDO

El excéntrico y centrado Fischer

Empezó su carrera política golpeando policías y ocupando ilegalmente casas abandonadas en Frankfurt. Le dijo “hijo de puta” a un presidente en el medio del Parlamento. Hoy, Joschka Fischer es la clave del éxito ecologista.

“Con su permiso, señor presidente, es usted un hijo de puta”, fue la legendaria frase espetada al presidente del Parlamento alemán en 1994 que marcó el comienzo del ascenso político del novel diputado verde Joschka Fischer, hoy respetado ministro del Exterior, personaje clave en la reelección de la coalición verde-socialdemócrata y el político más popular del país. El antiguo rebelde de los ‘70 ha sido el gran artífice del triunfo del gobierno en los comicios del domingo y fue el actor clave de la inflexión que supuso para Alemania el envío de tropas a misiones de combate por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.
Fischer tiene 54 años. De chiquito nomás empezó a ser rebelde: abandonó la escuela a los 15 años y fue alternativamente taxista, obrero, traductor y comerciante. Compañero de luchas juveniles de Daniel Cohn-Bendit –el “Danny el Rojo” de mayo del ‘68, hoy eurodiputado–, Fischer inició su carrera pública en un movimiento que se dedicaba a ocupar casas abandonadas en Frankfurt para combatir la especulación inmobiliaria. En esa época, como el propio Fischer reconoció en una ocasión, el actual jefe de la diplomacia alemana y sus compañeros no se tomaban “demasiado en serio el código penal” y llegaron a tener enfrentamientos con la policía, que intentaba desalojar las casas. Uno de esos enfrentamientos persiguió a Fischer hasta su actual cargo cuando fue publicada una fotografía que lo mostraba golpeando a un policía. La oposición abrió un debate sobre el tema y trató, sin éxito, de forzar la dimisión de Fischer, quien logró terminar la legislatura no sólo en su cargo sino también como el político más popular del país.
Para los Verdes Fischer siempre ha sido un político algo incómodo por su heterodoxia frente a los principios básicos del partido, pero a la vez su principal baza electoral debido a su popularidad y a sus dotes oratorias. La primera ruptura con la línea ortodoxa del partido se dio en la década de los ochenta, cuando empezó a propugnar la idea de que para llevar a la práctica al menos parte de los ideales verdes era necesario buscar compromisos con el Partido Socialdemócrata (SPD) y estar dispuesto incluso a asumir responsabilidades de gobierno. Esa posición llevó a Fischer a enemistarse con la líder histórica de los Verdes, Petra Kelly, que propugnaba el seguimiento de la doctrina pura, y a ser un personaje clave en el primer intento de coalición roji-verde, a nivel regional, en el estado federado de Hesse, donde se convirtió en ministro de Medio Ambiente en 1985. A su jura en el cargo asistió con zapatillas deportivas. Ahora Joschka ha cambiado su aspecto: prefiere los trajes oscuros con chaleco, lleva una “vida sana” y practica con fervor el jogging desde que, a mediados de los ‘90, se separara de su tercera mujer. Corredor de maratones tras haber perdido más de 30 kilos, se dio el lujo hasta de escribir un libro de autoayuda sobre cómo hizo para cambiar.
En 1994 Fischer se convirtió en líder del grupo parlamentario de Los Verdes en el Bundestag (Cámara baja del Parlamento). La legislatura 1994-1998 fue una época estelar para Fischer, quien como diputado y, pese a ser líder de un partido minoritario, se convirtió en el principal oponente de Helmut Kohl en el recinto del Bundestag, siendo considerado como jefe secreto de la oposición.
En el Ministerio de Exteriores, adonde llegó de la mano de Schroeder en 1998, Fischer ha seguido desafiando los fundamentos ideológicos de Los Verdes en nombre del pragmatismo. Con su defensa contundente de la intervención de la OTAN en Kosovo, con participación activa de Alemania, subvirtió uno de los principios de parte de la generación del ‘68, que había dado origen al movimiento pacifista de donde vienen muchos verdes.
“Nunca he sido pacifista y creo que la lección que debemos aprender de nuestra historia no es ‘nunca más guerra’ sino ‘nunca más Auschwitz’”, dijo durante las discusiones sobre Kosovo.
Otras facetas de su gestión, como sus esfuerzos por ayudar a la reconciliación de israelíes y palestinos en Medio Oriente, le han valido el reconocimiento de buena parte de los alemanes, aunque por el carácterde la cartera que ocupa difícilmente puede darle a su trabajo una identidad propiamente verde. Sin embargo, en la fase final de la campaña, Fischer ha dejado de aparecer como jefe de la diplomacia para volver a ser el político de partido que defiende las realizaciones de los últimos cuatro años, entre las que están algunos proyectos de los Verdes, como el abandono de la energía nuclear o el giro ecológico en la política agraria.
Ahora que la campaña terminó, Fischer deberá dedicarse inmediatamente a limar las asperezas con Estados Unidos luego del antiamericanismo que campeó antes de las elecciones. Y tendrá que soportar que el propio Edmund Stoiber quiera ponerse como canciller en las sombras al visitar Estados Unidos para explicar que no todos los alemanes miran mal a Washington. Por hoy, le queda disfrutar por lo que consiguió.
“Es el líder indiscutido de los Verdes. Nadie sabe si el partido tendría un futuro sin él. A veces parece que le quedase chico, como un traje viejo”, afirmó de él Der Spiegel. Desde hace años es el político más popular del país. Según la última encuesta efectuada a pocos días de las elecciones por el Instituto Infratest para Der Spiegel, 81 por ciento de los consultados dijeron que era su político preferido.

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