EL MUNDO › ENTREVISTA CON GUSTAVO MONCAYO, PADRE DE PABLO EMILIO, SECUESTRADO POR LAS FARC
En Colombia bautizaron a Moncayo como “Caminante de la paz” por poner en acción el pedido de que liberen a su hijo, rehén de la guerrilla desde hace diez años. Moncayo cree que el gobierno de Uribe tiene interés en seguir con el conflicto.
› Por María Laura Carpineta
El profesor Gustavo Moncayo aprieta fuerte las cadenas que rodean su cuello y sus muñecas, y sus ojos se empiezan a nublar. Se está acordando de su hijo, de sus proyectos, sus novias y sus mañas. Del día en que el joven cabo lo sentó y le dijo que iba a trabajar un año más en el ejército para ahorrar y ayudarlos a terminar de construir la casa familiar. Después renunciaría para empezar la universidad. “Pero nunca terminó el año”, dijo con la voz quebrada. El 21 de diciembre de 1997 las FARC tomaron el cuartel del cerro de Patascoy y a 18 militares como prisioneros, entre ellos a su hijo, el cabo segundo Pablo Emilio Moncayo. Sólo tenía 18 años. Del otro lado de la mesa, su hija Yuri Tatiana intenta no mirarlo. Con la mirada perdida en la calle Corrientes, la hermana menor del secuestrado más antiguo de las FARC hace esfuerzos para no llorar. Después de unos minutos en silencio, Moncayo se seca las lágrimas y cambia el tono de voz. “Estamos acá para que la presidenta Cristina escuche nuestra historia y nos ayude a buscar el canje humanitario”, le dijo a Páginai12 el hombre al que los colombianos bautizaron “Caminante de la paz”.
Durante diez años, el profesor Moncayo luchó para que su hijo no fuera un rehén más. “En el mundo todos conocen y piden por Ingrid Betancourt. El resto perdieron hasta eso, su identidad. Ese es un insulto que ni yo ni mi familia podíamos aceptar”, explicó ayer el profesor de historia de 56 años. Para sacar a Pablo Emilio del anonimato se reunió con los últimos tres presidentes colombianos y con toda la cúpula de las FARC. Con palabras de apoyo pero sin soluciones concretas, se encadenó y emprendió la travesía que lo marcaría para siempre. Caminó más de 1200 kilómetros desde su Nariño natal hasta Bogotá. Habló en cada plaza, en cada pueblo, en cada ciudad y, al poco tiempo, su historia y sus cadenas se convirtieron en un icono del sufrimiento de los secuestrados y sus familias.
Este año el Caminante de la paz empezó un nueva travesía, pero esta vez por el mundo. Recorrió Francia, España, Bruselas y el Vaticano, y de vuelta en la región pidió apoyo entre los gobiernos de Nicaragua, República Dominicana, México, Ecuador, Venezuela y, esta semana, Argentina.
–En los últimos días se reunió con los presidentes Hugo Chávez y Rafael Correa. ¿De qué hablaron?
–Los dos me comunicaron su compromiso para seguir trabajando por la libertad de todos los secuestrados, más allá de las tensiones y las fricciones que existen con el presidente Uribe.
–¿Qué le pareció el llamado que hizo Chávez a las FARC para liberar a todos los rehenes, sin condiciones?
–Chávez, con sus errores, es un hombre de una enorme calidad humana, en quien uno siente que puede confiar. Sus palabras de ayer (por el domingo) sólo reafirman esa impresión.
–Hace menos de un año habló con el presidente Alvaro Uribe. ¿Qué impresión se llevó de ese encuentro?
–Uno siente dolor, tristeza e impotencia porque no puede depositar toda la confianza en su presidente. Es un hombre arrogante y prepotente, que quiere imponer su voluntad por encima de todo. La única forma de lidiar con la tristeza y la frustración que eso provoca es pensar que ojalá que cambie pronto este gobierno y que el próximo líder tenga verdaderamente voluntad de alcanzar la paz y la libertad de todos los secuestrados.
–¿El gobierno de Uribe no quiere alcanzar el acuerdo humanitario?
–No y es muy fácil de demostrarlo. En el proceso de paz del Caguán, las FARC liberaron 370 soldados unilateralmente. Los primeros 50 a cambio de unos guerrilleros enfermos y el resto, como un gesto para alcanzar un proceso de paz. Hoy el presidente Uribe dice que el proceso en el Caguán fue un error y por eso se niega a despejar (militarmente) Florida y Pradera. Yo le digo que no fue un error porque se liberaron 370 personas. Con uno solo ya hubiese sido suficiente para justificar el diálogo, ¡pero fueron 370!
–¿Por qué cree que no se avanzó más?
–Porque hay mucho interés en que la guerra continúe. Este gobierno se llena las arcas con dinero de todo el mundo para combatir a la guerrilla.
–¿Cómo fue hablar con la cúpula de las FARC durante las negociaciones del Caguán (1998-2002)?
–Frustrante. Nosotros les pedíamos que nos facilitaran pruebas de vida, que nos dejaran llevarles medicinas, ropa y que les permitieran estudiar en la selva. Pero ellos siempre nos contestaban lo mismo: liberaremos a sus hijos a cambio de los guerrilleros que están prisioneros en las cárceles y que también están sufriendo. Pienso que ellos también tienen un resentimiento. Muchos guerrilleros que fueron detenidos fueron golpeados y torturados. Creo que tienen el mismo dolor que yo. Están defendiendo su movimiento y a su gente. Por eso, si hay un mismo dolor, se puede mitigar a través del diálogo y el entendimiento.
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