EL MUNDO › EL LíDER DEMóCRATA ASUMIRíA UN ROL DE MEDIADOR ENTRE ISRAEL Y LA AUTORIDAD PALESTINA
Obama pasó más tiempo con los políticos israelíes, seduciendo al lobby judío en Washington. Dijo estar listo para apadrinar las negociaciones con Siria. Y agotar la diplomacia con Irán.
› Por Sergio Rotbart
Desde Jerusalén
Al mismo tiempo que incrusta el papelito enrollado en una de las fisuras que separan los bloques que componen el Muro de los Lamentos, Barack Hussein Obama, cuya cabeza está cubierta por el tradicional solideo judío (kipá), dirige su mirada hacia arriba. Desde el extremo superior de la muralla, y del lado en el que se encuentra la Explanada de las Mezquitas, se asoma un árabe con su tradicional kefiá (pañuelo) cubriéndole la cabeza, y le grita: “¡Hussein, te equivocaste de lado!”. La escena, claro está, no fue registrada por ninguno de los cientos de periodistas locales y extranjeros que acompañaron al candidato a la presidencia de los Estados Unidos durante su visita fugaz en Israel y en la Autoridad Palestina (AP). Simplemente es producto de la imaginación de Daniela London Dekel, caricaturista del diario Haaretz.
Como buena expresión del humor gráfico, el dibujo recrea un espacio real y lo convierte en el escenario de una situación ridícula o absurda. Pero, a la vez, la ocurrencia no dista demasiado de la realidad. Es entonces que podemos decir que, como en el caso de la caricatura de la dibujante israelí, su imagen vale más que las miles de palabras que podrían describir la estadía de Obama en Medio Oriente. En ella se condensan dos marcados contrastes que la caracterizaron: entre los distintos tiempos que el dirigente demócrata le dedicó a cada una de las partes del conflicto israelo-palestino y, en segundo lugar, entre sus promesas preelectorales dirigidas a una solución del enfrentamiento regional y sus actos destinados a captar el apoyo de los grupos y sectores del público norteamericano que le aseguren la victoria en las cruciales elecciones que se realizarán en su país en noviembre próximo.
El senador por Illinois, por cierto, invirtió gran parte del corto tiempo que estuvo en la zona a recorrer Israel y a encontrarse con sus dirigentes. En Ramalá (la “capital” de la AP), en cambio, estuvo apenas una hora. El presidente Mahmud Abbas y el primer ministro, Salam Fayad, no pudieron ocultar su desilusión por la negativa de la comitiva de Obama, pese a las insistencias de los dirigentes palestinos, a quedarse a almorzar en la Muqata, la sede de la AP que sirvió como cuartel general de Yasser Arafat durante la segunda Intifada. En el lado israelí, en cambio, el popular visitante exhibió sin límites su carisma y su pulido arsenal retórico. No cabe duda de que, mientras los pies de Barack Obama pisaban Jerusalén, Sderot y Tel Aviv, su mirada expectante apuntaba a Washington, donde el lobby proisraelí (Aipac), cuya influencia política y mediática ha crecido notablemente en la cadencia de George W. Bush, aprueba o impugna cada palabra y cada gesto que el candidato de origen africano-musulmán emite con respecto de Tierra Santa. Por eso el muchachito formado en la Chicago de los campos universitarios donde surgió un discurso alternativo sobre la identidad afroamericana, en su reciente estadía en Israel aseguró y reaseguró que no hay valor más importante para la política exterior de su país que la seguridad del Estado judío.
Sin embargo, contrastando con algunas declaraciones anteriores sobre la “unificación” de Jerusalén bajo la soberanía israelí (afirmación que luego corrigió), las que hizo Obama en esta gira tienen matices importantes que lo diferencian de la línea de los halcones republicanos, y del actual candidato –más moderado que George W. Bush– de ese sector, John McCain. En primer lugar, el líder demócrata fue claro al sostener que los Estados Unidos, bajo su futura presidencia, tendrá una injerencia más notoria en el papel de mediador entre las dirigencias israelí y palestina con el propósito de impulsar las negociaciones sobre los límites, dimensiones y el carácter de un futuro Estado palestino. En segundo lugar, y aquí ya se puede ver un giro sustancial con respecto al actual gobierno con sede en Washington, Obama dijo estar dispuesto a apadrinar también las negociaciones que Israel viene manteniendo, de manera indirecta, con Siria sobre la devolución de las Alturas del Golán. Y tanto los dirigentes norteamericanos como los israelíes saben, o creen, que ése es el camino para apartar a Damasco del “eje del mal” regional comandado por Irán. Por su parte, el presidente sirio, Bashir el Assad, sabe, o cree, que el territorio conquistado por Israel en 1967 no alcanza para que la renuncia al trabajo que los iraníes le piden que haga en el Líbano, proveyéndole armas al Hezbolá, brinde como contraparte un rédito de igual o mayor valor que el garantizado mediante la alianza con Teherán. Para que la fórmula sea redituable, a esa meseta –hoy en manos de Israel– hay que añadirle el apoyo económico y militar de la potencia hegemónica. Obama, en tal sentido, ya le hizo un guiño al líder sirio.
Aquí, en este punto, se entrelaza el tercer contraste: la disposición del candidato demócrata a agotar la vía diplomática para persuadir a Irán de que desvíe el desarrollo de tecnología nuclear del carril armamentista, antes de recurrir al aumento de la presión económica o a las amenazas militares (tan redituables para los intereses de Bush, dado que instantáneamente se traducen en una nueva subida espectacular del precio del petróleo y, por otra parte, justifican los altos presupuestos militares, pero a la vez tan devastadoras para la economía del mundo y de la propia sociedad norteamericana). En este sentido ya pueden verse claros indicios por parte del actual gobierno en la intención de reparar, sobre el final de la segunda administración Bush, algo (tan poco y tan tarde) del daño causado por la vía de la fuerza militar. Por eso un diplomático norteamericano de alto rango, William Burns, y representantes de la Unión Europea se reunieron días atrás con una delegación iraní, a la que le propusieron suspender, durante un período de prueba, el programa nuclear a cambio de la cancelación de las sanciones económicas ya adoptadas contra Irán. Los representantes de este país, también expertos en exprimir al máximo la jugosa retribución que les brinda la dinámica de la confrontación total, aún no han dado una respuesta.
A todo esto, el gobierno israelí mira con preocupación y recelo la desaceleración de la cruzada antiiraní, a la que aporta su buena cuota de arsenal “disuasivo” (incluida una gran maniobra de la fuerza aérea sobre el Mar Mediterráneo) y de retórica incendiaria. Pero, en los últimos días, el gobierno norteamericano ha declarado abiertamente su oposición a la opción militar, incluso a una iniciativa israelí en ese rumbo. En Tel Aviv, tanto la corporación militar como el establishment político saben, o creen, que los años dorados que se iniciaron con la “guerra contra el terrorismo” el 11 de septiembre de 2001 ya están agotándose, y quién sabe cuándo volverán.
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