Mié 02.10.2002

EL MUNDO  › CARDOSO DEJA A SU SUCESOR UN ENVENENADO CALENDARIO DE VENCIMIENTOS DE DEUDA

Cuando ganar es tomar una bomba de tiempo

Un dólar valía en enero 2,30 reales y estos días puede llegar a cuatro reales o más. Octubre, noviembre y diciembre presentan una serie de vencimientos de deuda que estallarán en el medio de la transición. Y cualquiera sea el vencedor de las elecciones, estará fuertemente condicionado.

Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro

Brasil está en vilo: ¿habrá o no una segunda vuelta en las elecciones presidenciales? Y si la hay, ¿quién será el adversario de Luis Inácio Lula da Silva, el antiguo dirigente sindical que se presenta por el Partido de los Trabajadores (PT)? Conocidas las respuestas, la expectativa de 10 de cada 10 analistas es que la tensión se mantendrá elevada al menos tres meses y que podría prolongarse por un plazo mucho mayor.
Desde mediados de abril, a medida en que la campaña electoral empezaba a ganar fuerza, un segmento de la vida brasileña entró en turbulencia: el mercado financiero, termómetro de los temores y expectativas de la banca y del empresariado nacional, y de los inversionistas extranjeros. Impulsada por factores externos (la crisis de Argentina, el confuso escenario internacional y la difícil situación económica de EE.UU.) e internos (el alto volumen de la deuda brasileña, pública y privada, y la dependencia de capital externo), la economía del país entró en ritmo cada vez más lento, según crecían las perspectivas de que un candidato opositor llegara a la victoria. Al mismo tiempo, la especulación con títulos públicos y con la moneda alcanzó niveles inauditos.
El dólar valía en enero 2,30 reales, el primer día de junio se cotizaba a 2,53, muy por encima de las perspectivas oficiales, y cerró ayer en 3,60 reales, luego de haber alcanzado, la semana pasada y en el auge del nerviosismo, 3,92.
Cuando faltan cinco días para la fecha decisiva, nadie en el mercado financiero se arriesga a un pronóstico: “En estos días puede llegar a cuatro reales, o más”, decía el domingo el operador de cambio de una importante financiera de Río de Janeiro. Con esa tasa de cambio, la deuda pública brasileña ya alcanza un 62 por ciento del PBI. Ganan fuerza los temores, verificados en determinados sectores de la economía, de que el país tenga dificultades para cubrir los compromisos que vencen hasta diciembre y suman 16.700 millones de dólares.
Nadie discute las causas que llevaron al dólar a romper todas las marcas frente al real. Sus desastrosas consecuencias se sienten tanto en la vida de las empresas como en la población, que experimenta índices de inflación inquietantes, por encima del 2% en agosto y septiembre.
Para analistas económicos, la deuda pública interna preocupa tanto como la privada. El ministro de Hacienda Pedro Malán y el presidente del Banco Central Armínio Fraga, experimentado y respetado operador de bolsa, hacen lo que pueden para demostrar que la confianza de los organismos financieros internacionales y de la banca privada en Brasil se mantiene. De los primeros lograron un préstamo del FMI de 30.000 millones de dólares. De la segunda, declaraciones formales y ni un centavo.
El arsenal de que dispone el Banco Central para hacer frente a la guerra especulativa que amenaza a los mercados financieros está al borde del agotamiento, sin probar su eficacia. Y, para culminar, la fuerte desconfianza de que la victoria del candidato opositor pueda significar un cambio brusco en las políticas económicas y monetarias llevadas a cabo desde 1994 hace que los inversionistas opten por dos salidas: retraerse, o buscar la protección del dólar presionando aún más las tasas de cambio y debilitando el real, que este año perdió un 68% de su valor.
La fuerte dependencia brasileña de capitales externos será combatida, según los candidatos, pero ninguna de las soluciones presentadas hasta ahora parecen posibles. Brasil necesita anualmente de 30.000 a 35.000 millones de dólares, cuyo origen tiene de ser el capital internacional. Todas las previsiones indican una fuerte retracción de esa fuente en los próximos años. Tomando como base los años ‘90, los países de llamada economía emergente cuentan hoy con menos de la mitad de los dólares disponibles para inversión. Y hace una semana, Brasil se desplomó deltercero al puesto 130º entre los países más atractivos para la inversión extranjera en todo el mundo. Ninguno de los cuatro candidatos ha explicado, de manera convincente, qué hará para disminuir esa dependencia, y mucho menos para atraer al país más capitales.
Otro punto se refiere a los compromisos a cumplir todavía en el período en que Fernando Henrique Cardoso esté al frente de la presidencia, de aquí al 31 de diciembre. Al contrario del calendario electoral, que todavía deja lugar a ciertas dudas, el de compromisos es fijo, y sin remedio. Ya hay 1288 millones de dólares en títulos públicos indexados al dólar que tendrán de ser pagados o renegociados. El gobierno dispone de recursos para rescatarlos, y el mercado pide –además de la indexación– tasas de hasta un 50 por ciento el año para prorrogar los plazos. El 17 de octubre, otro vencimiento: 3600 en títulos públicos. Y el 23, coincidiendo con la reunión con el Consejo de Política Monetaria, que determina la tasa de interés básico, un tercer vencimiento, esta vez por 1100 millones de dólares. Finalmente, a lo largo de octubre, el total de deudas externas del sector privado alcanza los 1490 millones de dólares. Total: 6474 millones de dólares.
Noviembre no dará treguas: el primer día del mes, 450 millones de dólares de deuda pública. El 14, otros 1740 millones. El 20, 2240 millones. La deuda del sector privado en noviembre será de 715 millones de dólares. Total: 5145 millones.
Luego, diciembre: el día 2, vencen 445 millones de dólares en títulos cambiarios. El 6 se dará la primera revisión del reciente acuerdo firmado con el FMI, que determinó un préstamo de 30.000 millones de dólares hasta el final de 2003. El 12, otros 1690 millones de dólares de la deuda pública indexada a la moneda norteamericana. El 18, 1360 millones más. La deuda del sector privado en diciembre asciende a 588 millones de dólares. Total aproximado: 4083 millones de dólares.
Compromisos de unos 16.700 millones de dólares ya serían motivo suficiente para temor e inquietud, pero hay un agravante. En este período Brasil sabrá quién será el próximo presidente.
Buena parte del sector productivo de la economía declara que la llegada de Lula al poder sería “aceptable”, pero hay consenso de que los próximos meses serán poco o nada tranquilos. Entre agentes del sector financiero, cuyos beneficios a lo largo de los últimos cuatro años han roto todas las marcas anteriores en Brasil, la sensación es otra: se teme un total descontrol del mercado.
La especulación corrió y corre suelta, aseguran economistas tanto del gobierno como de la oposición. Sabedores de que, gane quien gane, el modelo económico que tanto benefició al sector financiero en los últimos años sufrirá cambios, los bancos tratan de ganar lo que pueden. Desde Delfim Netto, poderosa eminencia gris del régimen militar, hasta Guido Mantega, principal asesor económico de Lula, pasando por Pedro Malán, actual ministro de Hacienda, todos dicen que el ataque especulativo contra la moneda brasileña es el más brutal registrado en la historia contemporánea. Mantega llegó a afirmar que “los que están buscando protección en el cambio no aceptan pagar cuatro reales por dólar”, asegurando que la cotización de la moneda es manipulada por los bancos interesados en obtener lo máximo posible por los títulos públicos indexados al cambio. Al pedir tasas anuales de interés de hasta 50% más la indexación, esos bancos estarían dejando al gobierno sin otra opción que rescatar los papeles, una vez que las tasas aceptadas por un nuevo plazo incidieran sobre el próximo gobierno.
La evidente especulación deja claro que por más que el empresariado nacional asegure que el temor a Lula es mucho menor de lo que era hace 13 años, las dudas persisten. En aquella época, Mario Amato, entonces presidente de la todopoderosa federación que reúne al empresariado de SanPablo, dijo que una victoria de Lula provocaría la “fuga en masa de 800.000 empresarios brasileños al exterior”. Ahora, Lula cuenta con un inédito respaldo empresarial. De Eugenio Staub, dueño de la Gradiente, gigante del sector electrónico, a Ivo Rosset, líder del sector de ropas íntimas femeninas y que emplea a 4000 personas, pasando por José Pessoa de Queiroz, uno de los más fuertes productores de azúcar y alcohol de Brasil, 500 empresarios manifestaron su apoyo al candidato del PT.
Pero la economía del país necesitaría aumentos mínimos de un 5% en el PBI en los próximos cuatro años sólo para cumplir las promesas de crear nuevos puestos de trabajo. Este año el crecimiento previsto es de poco más de 1% por ciento y el promedio desde 1994 es un 2,4%. Hasta los más optimistas admiten que esa perspectiva es casi imposible.
Mientras persisten las dudas, nadie sabe decir qué se puede esperar en los tres primeros meses del próximo gobierno. Menos aún en el período desde la elección a la transmisión de mando presidencial. Lula anticipa la intención de lograr un amplio pacto entre los sectores productivos y el sector obrero. Los empresarios admiten que el modelo económico de la era Cardoso, que tanto benefició al sector financiero en detrimento del sector productivo, está agotado y necesita redefinirse. El sector financiero dice que la incertidumbre de los primeros meses podrá hundir la cotización del real frente al dólar y dificultar aún más la capacidad del gobierno y del sector privado para enfrentar sus compromisos externos.
El electorado espera que el nuevo presidente cumpla un mínimo de las promesas de campaña, pero en la opinión pública se detecta ya una inmensa duda de que sea posible. El peso de esa duda es parte fundamental del peso de la herencia que Cardoso dejará al sucesor.

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