Dom 31.08.2008

EL MUNDO  › EL PLAN DEL CANDIDATO REPUBLICANO PARA COMPETIR CON OBAMA

McCain enfrenta a un huracán

Después de la espectacularidad de la Convención Demócrata y el histórico discurso de Obama, McCain enfrenta el doble desafío de motivar a las bases conservadoras de su partido mientras seduce a los moderados y carga con los fracasos de Bush.

› Por Ernesto Semán

Desde Lawrence, Kansas

El servicio meteorológico es una de las cosas que los norteamericanos tienen en el altar, uno de los tantos recursos simbólicos y reales que sacian la ansiada demanda de previsibilidad. Si lo que dice es cierto, el huracán Gustav arrasará las costas de Louisiana entre el lunes a la noche y el martes a la mañana, justo cuando el presidente George Bush suba al escenario de la Convención Republicana para apoyar a John McCain.

La coincidencia no podría ser menos feliz para los republicanos. El presidente y la cúpula partidaria estarán en Minneapolis –un bastión progresista– tres años y tres días después de que el huracán Katrina arrasara con Nueva Orleans –otra referencia histórica de los demócratas– y desnudara tanto las falencias históricas de la ciudad como los trágicos desmanejos de las tareas de prevención previas y reconstrucción posterior. En todas las encuestas, Katrina figura como el punto más débil y problemático de la política interna del gobierno de Bush.

La tarea de McCain no es fácil, él parece saberlo, y el lugar que trata de ocupar es distinto al que mejor le cuadra políticamente a un conservador. Con grandes oscilaciones, su nombre ha estado debajo de Barack Obama en las encuestas desde que ambos confirmaron sus candidaturas, así que su estrategia debería apuntar, a diferencia de la demócrata, a cambiar el actual estado de cosas. Esa es la única dimensión significativa en la que el candidato republicano mide cada una de sus acciones. La heterodoxa elección de la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como candidata a vice tenía algo de esa búsqueda: alguien que conforme al núcleo duro republicano y cuya figura pueda atraer a votantes moderados.

Aunque la selección de un compañero de fórmula no hace ninguna diferencia para la enorme mayoría de los votantes, sí podría impactar en una fracción mínima y decisiva del electorado. Con las perversiones del sistema electoral de aquí, una decisión que sea neutra en el 99 por ciento del país, pero provoque simpatía en el cinco por ciento de los votantes de un estado disputado del Medio Oeste como Ohio puede definir la presidencia.

Pero aun en esa perspectiva, la designación podría no tener el impacto buscado por McCain. Al margen de los problemas estructurales para la continuidad republicana, el candidato busca remontar en una coyuntura inédita desde muchos puntos de vista: el discurso de Obama del jueves fue visto por televisión por más de 40 millones de personas, más que ningún evento político desde que comenzaron las mediciones en 1960, una audiencia mayor que la que tuvo la apertura de las Olimpíadas o la final de American Idol. Lo de McCain es como un grupo de rock al que le toca subir al escenario después de Los Beatles: no importa cuán bien lo haga, todo parece cuesta arriba.

De forma más estructural, la estrategia de McCain tiene que atender a dos frentes distintos y difíciles de compatibilizar. Si hoy Obama tiene más consolidado su camino a la Casa Blanca no es porque haya multitudes decididas a arrasar con el statu quo, sino porque el statu quo parece cada vez más dispuesto a acomodarse a su triunfo que a disfrutar del republicano. Y al mismo tiempo, cuanto más se expande esa sensación como parte de nuevo sentido común, más radical se hace al mismo tiempo el terror que despierta la llegada de Obama entre los más conservadores, sea por negro, por joven, por nuevo, por demócrata, o por todo eso junto.

La estrategia de McCain se acerca entonces a un teorema imposible: convencer a los más enfervorizados de que la elección es una cruzada que él debe liderar y a los más moderados de que es una elección en la que él es la mejor opción. Además de los problemas estructurales, un paradójico obstáculo es el fortalecimiento del pensamiento neoconservador durante los últimos años.

Al igual que los grupos más liberales dentro del Partido Demócrata lo hicieron en un sentido, las organizaciones sociales y religiosas neoconservadoras lo hacen en el contrario: presionan para un discurso más radical, atendiendo a su propia base social, aquella que cuestiona que se enseñe la teoría de la evolución en los colegios y cuestiona el estilo de vida de las grandes ciudades. Se trata de una población de millones de personas de todos los sectores sociales, con fuerte peso en las iglesias y los medios de comunicación que controla. Pero el problema es que cuando Obama empieza a ser descripto en buenos términos por el Kansas City Star o el Lawrence Journal World –diarios de un estado republicano como Kansas–, los discursos más incendiarios en su contra pueden terminar por aislar aún más a McCain dentro de esa comunidad masiva pero no necesariamente mayoritaria.

El núcleo duro de la revolución neoconservadora ahora defiende el fruto de estos años. Pero no reconoce las corrientes en sentido contrario que crecieron a su sombra.

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