EL MUNDO › WASHINGTON FIRMó UN NUEVO ACUERDO DE DESNUCLEARIZACIóN CON EL RéGIMEN DE PYONGYANG
Bush busca un éxito diplomático antes de terminar su mandato, pero el candidato de su partido no está muy de acuerdo. McCain dijo que no quiere relajar las sanciones todavía. En cambio, Obama apoyó la decisión de la Casa Blanca.
Desde ayer el gobierno de Corea del Norte dejó de ser malvado. Estados Unidos decidió sacarlo de su lista negra de países que apoyan el terrorismo y achicar el llamado Eje del Mal. El régimen comunista finalmente logró convencer a Washington, después de aceptar un nuevo acuerdo de desnuclearización. Eso sí, esta vez Estados Unidos tuvo que hacer primero las concesiones. “Todas las cosas que queríamos forman parte del plan”, explicó el vocero del Departamento de Estado Sean McCormack. El funcionario intentó tranquilizar a los conservadores que acusaban a la Casa Blanca de apurarse a cerrar un acuerdo para poner mostrar un último éxito diplomático antes de pasar el mando al próximo gobierno.
Ayer el candidato presidencial republicano John McCain se mostró escéptico. “Previamente dije que no apoyo el relajamiento de las sanciones contra Corea del Norte hasta tanto Estados Unidos sea capaz de verificar completamente la declaración nuclear que Pyongyang emitió el 26 de junio –aseguró el veterano de Vietnam–. No está claro si el último acuerdo de verificación nos permitirá hacer eso.” Su rival, en cambio, apoyó la decisión del presidente George Bush. “Es una respuesta apropiada, mientras se entienda claramente que si Corea del Norte no mantiene esta dirección habrá consecuencias inmediatas”, aclaró Barack Obama. Tanto republicanos como demócratas tienen fresco en su memoria el derrumbe de las negociaciones de agosto pasado.
Después de años de negociaciones a Seis Bandas, como se conoce a la mesa integrada por Estados Unidos, las dos Coreas, Rusia, China y Japón, el año pasado las potencias habían llegado a un acuerdo con Pyongyang. El régimen comunista aceptaba desmantelar todo su programa nuclear, a cambio de millones de dólares en ayuda alimentaria y energética. El acuerdo fue celebrado como un hito histórico. Sin embargo, a los pocos meses, los roces entre el gobierno norcoreano y las potencias, especialmente Estados Unidos, resurgieron y se hicieron visibles.
La disputa era básicamente quién tenía que dar el primer paso. Corea del Norte sostenía que avanzaría con el cronograma de desnuclearización y las verificaciones internacionales a medida que llegara la ayuda prometida. Estados Unidos y sus compañeros mediadores juraban que debía ser al revés. En ese tire y afloje, Pyongyang llegó a cerrar una sola planta nuclear y había autorizado las verificaciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) –una rama de la ONU– en otras instalaciones.
Pero en agosto anunció que su paciencia se había acabado y que reabriría la única central que había cerrado. A finales de septiembre se alejó un poco más de la mesa de negociación al expulsar a los científicos de la AIEA. Washington, que había intentando no irritar aún más a su histórico rival, envió de inmediato a sus principales negociadores a la península coreana y trabajaron día y noche para evitar sumar un nuevo fracaso al desastroso record del saliente gobierno Bush.
El Departamento de Estado norteamericano no dio demasiados detalles sobre el nuevo plan de verificación para el desmantelamiento norcoreano. “Los seis países podrán participar en las inspecciones y también expertos de países no nuclearizados. Sobre la base del consentimiento mutuo podrán visitar los sitios no declarados”, aseguró McCormack. Pero no todos en Washington son tan optimistas. Patricia McNerney, secretaria asistente estadounidense de seguridad internacional y no proliferación nuclear, advirtió que no será fácil entrar a las instalaciones y hacer preguntas. “Este es el régimen más secreto y oscuro en el mundo”, advirtió.
Unas horas antes de que se oficializara el acuerdo y la modificación del status internacional de Corea del Norte, Bush llamó a su principal socio de la región para evitar enojos. Habló con el primer ministro japonés Taro Aso, un ultranacionalista que acaba de asumir, y le pidió colaboración. Tokio se niega a sacar a su vecino de la lista negra hasta que pida perdón por los ciudadanos japoneses secuestrados en las décadas del 70 y 80, y entregue sus cuerpos.
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