Lun 19.01.2009

EL MUNDO  › AMBAS PARTES SE DECLARARON VICTORIOSAS, UNA POR ALCANZAR LOS OBJETIVOS MILITARES, LA OTRA POR SU TRIUNFO POPULAR

Hamas aceptó la tregua e Israel se repliega

Después de que el premier israelí, Ehud Olmert, decretara un alto el fuego unilateral, Hamas anunció que cesará los ataques con cohetes durante una semana. Tel Aviv comenzó a retirar sus tropas de la devastada Gaza, que no significa el retiro total.

› Por Eduardo Febbro

Desde Sderot, sur de Israel, y Jerusalén

Una última salva de cohetes lanzados por Hamas contra el sur de Israel y la rápida respuesta del ejército israelí precedieron la confirmación de que, al menos por un período incierto, la guerra había marcado una pausa. Veinticuatro horas después de que el primer ministro israelí, Ehud Olmert, decretara un alto el fuego unilateral, los misiles caseros de Hamas dibujaron en el cielo su humareda gris y encendieron las alarmas de las localidades sureñas. Luego, Hamas sacó a la superficie su retórica habitual y anunció, junto a otras facciones palestinas radicales de Gaza –como las Brigadas de Azdein El-Kasam– que cesarían sus ataques con cohetes contra el sur de Israel durante un período de siete días. Hamas y sus aliados dieron un plazo de una semana a Israel para abandonar el territorio palestino, de lo contrario reanudarán las hostilidades.

A la guerra real le siguió la confrontación de comunicados y amenazas, como si tres semanas de bombardeos y 1300 muertos sólo fuesen una metáfora más en el extenso y desequilibrado antagonismo entre israelíes y palestinos. Un portavoz del gabinete de Olmert respondió diciendo que Israel no considerará un calendario de retirada del suelo palestino hasta que Hamas ponga punto final a los disparos de cohetes. Entre ambas exigencias y pese a la ausencia formal de un pliego de compromisos mutuos entre el movimiento islamista e Israel, la brisa de una paz frágil se extendió sobre Gaza. Al anuncio de Hamas le siguió el principio de un retiro del ejército israelí de Gaza. Se trata de un repliegue por fases que se inició ayer con el abandono de posiciones estratégicas ocupadas por el ejército, pero que no significa el abandono total del territorio palestino.

El primer ministro israelí, que por la noche se reunió con los líderes europeos que habían participado en Egipto en una cumbre convocada por el presidente egipcio Hosni Mubarak (ver aparte), dijo a sus interlocutores que Israel retirará todas sus tropas “lo antes posible”, es decir, cuando se verifique que la tregua es “estable”. Los canales de televisión ya transmitían anoche imágenes de tanques y soldados de infantería dejando el enclave palestino con una gran sonrisa en los labios y una V de la victoria en las manos. Anoche había, en realidad, dos victorias paralelas: la de Israel, cuyos responsables políticos y militares proclamaron mil veces que todos los objetivos de la operación que se inició el 27 de diciembre habían sido alcanzados, y la de Hamas, que también hizo suya la victoria. El líder de Hamas en Gaza y primer ministro del territorio salió de su madriguera para clamar victoria. Ismail Haniyeh reivindicó una victoria palestina contra Israel. En un discurso transmitido por la televisión, el jefe de Hamas aseguró que “el enemigo no alcanzó sus objetivos”, habló de “victoria popular”, proclamó que “Dios nos acordó una gran victoria, no para una facción o un partido sino para todo el pueblo”, y terminó admitiendo que la tregua anunciada el domingo por el movimiento radical era una decisión “sabia y responsable”. Su retórica recuerda en muchos puntos la empleada por el difunto presidente iraquí Saddam Hussein durante las dos guerras del Golfo (1991 y 2002). En la primera, pese a la evidencia de la superioridad militar de la coalición internacional que se le iba a venir encima, Hussein hablaba de “la madre de todas las batallas”. En la segunda, cuando las tropas norteamericanas estaban en los suburbios de Bagdad, los portavoces del dictador seguían repitiendo a la prensa que las habían derrotado. Los responsables de Hamas dieron una muestra más de su incoherencia. Mientras sus emisarios negociaban en Egipto, los líderes de Hamas en el exilio decían que nunca aceptarían las condiciones de Israel, y cuando Egipto anunció que Hamas no rechazaba el plan de paz propuesto por El Cairo y París, los mismos líderes lo rechazaban en bloque.

En el medio quedó la población palestina, aplastada entre dos lógicas inconciliables, entre promesas y acuerdos jamás cumplidos, entre anuncios y perspectivas alentadoras borradas de la esperanza con represión, bloqueo, ocupación y bombas. Israel ha impuesto en esta guerra censurada a los medios de comunicación del mundo su innegable superioridad militar, pero se queda y se quedará siempre sin la victoria política que acompaña toda campaña militar exitosa. El Estado hebreo podrá inundar de bombas los territorios palestinos para reforzar su seguridad, pero no tiene ningún modelo que ofrecer mientras no abra un abanico posible de negociación y lo respete. La guerra en Gaza dejó también una víctima colateral en el camino, que es la misma Autoridad Palestina. Enfrascada en un letárgico proceso de paz marcado por los incumplimientos israelíes, la Autoridad aparece hoy como un ente normalizado, con corredores de comunicación directos con Occidente pero sin peso específico para ahorrarle a la población la aplanadora de la violencia.

Todos los radicalismos conducen al mismo callejón: mueren inocentes, mueren civiles, se destruyen ciudades, se ahonda la desesperanza y el martirio de los palestinos. La sociedad israelí, hastiada de estos ocho años durante los cuales Hamas lanzó cohetes en el sur de Israel, hizo bloque en torno de un primer ministro y de una jerarquía militar desacreditados por la calamitosa campaña del Líbano de 2006 y, en el caso de Ehud Olmert, acosado por la Justicia por sus vínculos con la corrupción. Hamas legitimó a un primer ministro en caída libre. En el mismo momento en que, a mediados de año, decía en París que un acuerdo de paz con los palestinos nunca había estado tan cerca, la Justicia israelí lo esperaba en Tel Aviv para interrogarlo.

Ayer, en Jerusalén, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, saludó la decisión israelí de detener la guerra, pero consideró que no era más que “un primer paso”. Hay que ir más lejos, dijo Sarkozy. El mandatario francés reconoció el pleno derecho de Israel a garantizar su seguridad, pero recalcó que “el lugar del Tsahal (el ejército israelí) no es Gaza”. Sarkozy propuso luego un camino en dos etapas. Una cumbre entre Israel y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, y la convocatoria posterior a “una gran conferencia internacional”. Conferencias ya ha habido muchas y ninguna logró romper el círculo vicioso de la guerra. Prueba irrefutable de la disparidad de posiciones y legitimidades es la ausencia de Israel y el mismo Hamas en la cumbre convocada ayer por el presidente egipcio. El alto el fuego unilateral de Israel y el alto el fuego de Hamas no resuelven lo que estaba en juego para la población palestina: la apertura de los ejes de comunicación entre Gaza y el mundo exterior no aparece en ningún documento ni en ninguna intención. Hamas creció a la sombra de la mala gestión, la corrupción y el desencanto de la Autoridad Palestina. Ahora es un protagonista de peso.

La tregua en vigor es tanto más frágil que ni siquiera Hamas puede garantizar que las numerosas facciones palestinas que giran a su alrededor respeten lo pactado. “No hemos venido a conquistar Gaza”, dijo anoche Olmert. Sus tanques se fueron de una de las principales posiciones estratégicas que habían conquistado, la de la antigua colonia de Netzarim, en el sur de Gaza. Las tropas también se retiraron de Jabalina et Beit Lahya, en el norte de la Franja. Sin embargo, no dejaron el territorio palestino sino que se replegaron hacia la frontera interior de Gaza. Durante la tarde, los altoparlantes de las mezquitas de Gaza felicitaban a Hamas por su victoria, mientras los palestinos salían de sus casas para descubrir la luz y muchos más muertos.

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