EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Los primeros dos días de gobierno de Barack Obama ilustran los márgenes de acción, y también los límites, del sistema presidencial norteamericano dentro de la lógica capitalista que lo engloba. Obama arrancó hiperkinético, como muchos presidentes. Con una series de medidas, contactos y nombramientos, marcó las prioridades inmediatas de su primera etapa en el gobierno, un programa radicalmente distinto al de su predecesor George Bush.
No sólo cerró Guantánamo, sino que ordenó sin vueltas terminar con la tortura y las cárceles secretas. Para que no queden dudas, ordenó desconocer todas las órdenes y recomendaciones emanadas del Departamento de Justicia desde el 2001. Al explicar su decisión, dijo que en el combate del terrorismo su país no podía abandonar sus principios ni el respeto a los derechos humanos, que esos principios no podían dejarse de lado por la llegada de tiempos duros. Así, de un plumazo, dio vuelta la política de derechos humanos de su predecesor.
De la misma manera, en sólo cuarenta y ocho horas dio vuelta la política norteamericana en los principales focos de conflicto. Primero llamó a la plana mayor y le ordenó que acelere el retiro de Irak. Después llamó por teléfono a Abbas y Olmert, aparentemente en ese orden, para dar comienzo a su diplomacia “cara a cara” o, al menos, teléfono a teléfono. Después nombró al negociador de la paz de Iranda su delegado en Medio Oriente y al negociador de la paz en los Balcanes como delegado para Pakistán y Afganistán. O sea, antes que militares y funcionarios mandó a negociadores civiles con probada aptitud y voluntad para alcanzar acuerdos duraderos en lugares complicados.
También de un plumazo Obama cambió, en el primer día de su gobierno, la política hostil de la administración Bush hacia el derecho a la información pública. Con una orden ejecutiva, Obama eliminó el veto que la administración Bush le había concedido a presidentes, ex presidentes, vicepresidentes y ex vicepresidentes sobre la publicidad de documentos de la Casa Blanca. Con otra orden ejecutiva Obama revirtió una instrucción del gobierno anterior que alentaba a las oficinas estatales a demorar y desalentar la entrega de información, y ordenaba a los empleados públicos a ser “abiertos, transparentes y que se involucren con la comunidad.”
Otra reforma que los expertos en el tema calificaron de sin precedentes se dio en la relación con los lobbies. Para cumplir con su promesa de “cambiar la manera en que las cosas se hacen en Washington”, Obama puso en práctica un sistema de control más férreo que ningún otro presidente. Bajo el gobierno de Bush un ex funcionario debía esperar un año para hacer lobby en el área de su especialidad. Ahora deberá esperar hasta el final de la presidencia de Obama, o sea hasta ocho años.
Todo eso y algunas cosas más logró el presidente en apenas dos días, surfeando una ola de apoyo popular. También logró, y no es un dato menor retener el uso de su Blackberry, después de una disputa con el Servicio Secreto, que se oponía a su uso por razones de seguridad. La victoria del presidente que simboliza la llegada de la era de Internet le permite romper el cerco informativo de la Casa Blanca para comunicarse con un pequeño grupo de amigos y asesores, y con los millones de simpatizantes que participan de los espacios multimedia: el sitio oficial barackobama.com y el sitio personalizado mybarackobama.com.
También mandó una clara señal de cambio de las políticas de género de su predecesor al escribir una carta en el 36 aniversario de Rowe v. Wade, el histórico fallo que protege el derecho al aborto. En la carta prometió defender, sin medias tintas, “defender el derecho de la mujer a elegir”. El gobierno de Bush había interrumpido el financiamiento a instituciones similares en todo el mundo.
Mientras tanto, los anuncios económicos brillaron por su ausencia. Apenas se registraron declaraciones del secretario del Tesoro diciendo que el paquete de ayuda económica será reestructurado para “reorientar” la ayuda hacia a las empresas y “limitar” la ayuda a los bancos. Pero la realidad mostraba otra cosa. Apenas el viernes pasado Obama había dejado pasar el megarrescate de Bush para el Bank of America y ya se habla de la estatización del Citi. El equipo económico de Obama negocia con los líderes del Congreso el desembolso de la segunda mitad del paquete de rescate financiero que aprobó el Congreso sobre el final de la presidencia de Bush. Todavía no hay acuerdo.
Tampoco hubo anuncios rimbombantes sobre una economía real hundida en una recesión sin precedentes. El paquete de reactivación abrochado con la conducción demócrata: recorte impositivo para los pobres y la clase media, subsidios para la industria de energía alternativa, alivio para los deudores hipotecarios y alguna cosa más. Pero el proyecto de ley todavía no pasó por la Mesa de Entradas del Capitolio. Hay que pulir detalles.
Tanto en este tema como en el financiero Obama ha reconocido de hecho que no puede avanzar sin el Congreso, donde otros intereses y factores de poder necesariamente entran en puja.
Así planteó el juego Obama en las primeras horas de su gobierno. Marcó la agenda y avanzó, disimulando sus limitaciones. Bajo la lupa de un mundo que espera, o festeja, porque Estados Unidos cambió, un poquito o un montón, pero para mejor, porque nadie quiere que vuelva Bush.
En dos días Obama pintó la casa color arco iris y limpió el jardín. Los inquilinos están contentos, los vecinos también. Faltan los arreglos de fondo. Y si el techo no se toca, toda la estructura puede colapsar.
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