EL MUNDO › TRAS UN VOTO QUE NO ARROJó MAYORíAS CLARAS, KADIMA Y LIKUD BUSCAN FORMAR GOBIERNO EN ISRAEL
Mientras Livni busca aliarse con Netanyahu o Lieberman para compensar la falta de escaños del centro hacia la izquierda, el Likud no abandona sus aspiraciones de formar un gobierno de extrema derecha, a contramano con el clima internacional.
› Por Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
La actual canciller y líder del partido de gobierno Kadima, Tzipi Livni, obtuvo el primer puesto de la contienda electoral que tuvo lugar ayer en Israel. De acuerdo con la encuesta difundida por el Canal 1 de televisión (estatal) al cierre de los comicios, anticipándose a los resultados oficiales finales, Livni obtendría 30 escaños parlamentarios, aventajando por dos mandatos al candidato del derechista Likud, Benjamin Netanyahu, quien conseguiría 28. Avigdor Lieberman cosecharía 14 representantes, con lo que su partido de extrema derecha, Israel Beiteinu, pasó a ocupar el tercer lugar del mapa político israelí. Por su parte, el Partido Laborista liderado por el actual ministro de Defensa, Ehud Barak, quedaría relegado a un cuarto puesto, con 13 escaños.
La victoria de Livni, sin embargo, no asegura que será la próxima primera ministra, dado que deberá formar una coalición gubernamental en condiciones desfavorables desde el punto de vista de la división entre los dos grandes bloques parlamentarios. El que encabeza su partido, de orientación centrista, suma una representación de 47 legisladores, mientras que el bloque contrincante, liderado por Netanyahu y los partidos de derecha y religiosos, reúne a 63 miembros de la Knesset (Parlamento). Tal balance de fuerzas convierte al partido Israel Beiteinu en una suerte de comodín clave e imprescindible para alcanzar la mayoría capaz de constituirse en gobierno (más de la mitad de los 120 integrantes del Parlamento).
Aunque se estima que el titular de esta tercera fuerza, Avigdor Lieberman, tenderá a ocupar un lugar destacado (que posiblemente comprenda el Ministerio de Defensa) en un gobierno conducido por Benjamin Netanyahu, no hay que descartar la posibilidad de que vire hacia una coalición comandada por Tzipi Livni. A esa opción se refirió la canciller el mismo día de las elecciones, cuando dijo que ella no descarta la incorporación de Israel Beiteinu en un gobierno bajo su liderazgo, aclarando que ese paso sería viable siempre y cuando Lieberman “acepte los lineamientos de Kadima y las normas vigentes en cuanto a las relaciones entre judíos y árabes en Israel”.
De tal manera, la flamante ganadora de los comicios ya comenzó a allanar el camino que la lleve a la cúpula estatal, muy poco viable sin el refuerzo del tercer partido, pero, al mismo tiempo, quiso distanciarse del contenido racista que caracteriza a Israel Beiteinu.
El partido de Lieberman, al que muchos ven como el gran victorioso del acto electoral, llegó al tercer lugar canalizando el miedo y el odio que muchos sectores sienten hacia los palestinos y dirigiéndolo contra la población árabe de Israel. “Sin lealtad no hay ciudadanía”, fue su lema de campaña electoral. Los adeptos a tal consigna no necesitan aclaraciones, pues creen que los “desleales” sólo pueden ser los ciudadanos árabes, que no se enrolan en el ejército ni se identifican con los “símbolos patrios” y, como si no bastara, se identifican con los palestinos de Gaza y Cisjordania (cuando son, en realidad, miembros de una misma comunidad étnico-nacional cuya dispersión geográfica y status políticos diferenciados son productos de las guerras de 1948 y 1967).
La otra vía que llevaría a Livni al cargo de premier, improbable pero no imposible, es la de intentar formar un gobierno de “unidad nacional” con el Likud. Ayer, a poco de conocerse los resultados, Livni le ofreció al líder del Likud que se sume a un hipotético gobierno liderado por Kadima. En tal caso, Netanyahu debería renunciar a su sueño de volver a ser premier o, por qué no, compartirlo con la titular de Kadima. Vale decir: ambos rotarían en el cargo al cabo de los dos años de gestión, como lo hicieron Yitzjak Shamir, entonces líder del Likud, y el laborista Shimon Peres a mediados de la década del ’80. Un escenario de esa índole sería factible en el caso de que Bibi Netanyahu no quisiera ser el premier exclusivo de un gobierno de extrema derecha, destinado a confrontar con el gobierno norteamericano de Barack Obama debido a su negativa a lograr algún tipo de estabilización del conflicto histórico con los palestinos. Si, en cambio, el dirigente derechista opta por un gobierno cuantitativamente amplio pero ideológicamente estrecho, en el que seguramente Lieberman sería ministro de Defensa, tarde o temprano Israel se vería anclada en el aislamiento internacional. Si la negativa a negociar con Siria la devolución de las alturas del Golán y con la Autoridad Palestina el futuro de Cisjordania y Jerusalén oriental no fueron simples promesas electorales, destinadas a parar el drenaje de votos hacia Israel Beiteinu, y se convertirán en parte integral de un programa de gobierno, su duración quedará seriamente comprometida en un contexto geopolítico en el que el conflicto del Medio Oriente ya no es funcional a la nueva elite que gobierna a la principal potencia global.
Si, pese a las adversidades políticas internas que deberá sortear, Livni lograra traducir su victoria electoral en el ascenso al poder, su discurso negociador está mucho más apto para sintonizar con la nueva agenda de Washington. Pero la canciller sabe que los aplausos y la buena acogida que concita en el exterior muchas veces contrastan con los tropiezos y tragos amargos que le depara la realidad local.
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