EL MUNDO › OPINION
› Por Atilio A. Boron
La próxima Cumbre de las Américas pondrá a prueba la seriedad de las palabras pronunciadas por Joseph Biden en la “Cumbre del progresismo”, a finales de marzo. Allí el vicepresidente de Estados Unidos dijo que “se acabó la época en que dábamos órdenes”. Lo curioso es que pese a tan promisorias palabras, Biden fue muy enfático al afirmar que continuaría el bloqueo contra Cuba, ya próximo a cumplir medio siglo de vida. ¿Cómo conciliar ambas expresiones? La Casa Blanca dice por medio de su calificado vocero que desea instalar en la región un clima de diálogo, respeto y comprensión; pero, simultáneamente, revela que no está dispuesta a poner fin a un bloqueo criminal e ilegal que ha concitado el repudio universal desde hace décadas. ¿Cuál de estas dos afirmaciones representa la política de Barack Obama hacia nuestra región?
Bajo estas condiciones, las declaraciones del nuevo gobierno estadounidense en el sentido de flexibilizar algunas restricciones en materia de viajes y visitas de familiares a Cuba merecen un aplauso, pero el mantenimiento del bloqueo económico a Cuba es absolutamente inaceptable y debe ser condenado sin atenuantes. Un bloqueo que, conviene recordarlo, es económico, comercial, financiero, migratorio (por la canallesca “Ley de Ajuste Cubano”) e informático, impidiendo a la isla acceder a bandas de Internet de alta velocidad.
El terco mantenimiento de esta situación revela sorprendentes patologías políticas. Mencionemos apenas dos: en primer lugar, Estados Unidos se presenta como un curioso país que no tiene una sino dos políticas exteriores: una para Cuba y otra para el resto del mundo. En materia migratoria, la “Ley de Ajuste Cubano” otorga la green card a cualquier ciudadano cubano que pise suelo norteamericano; para el resto del mundo, en cambio, existen complicadísimos trámites de inmigración. El migrante haitiano, o dominicano, que arriesga su vida atravesando el Caribe en frágiles embarcaciones, será hecho prisionero y luego devuelto a su país de origen en caso de ser atrapado; el cubano, en cambio, una vez que pisa suelo estadounidense automáticamente pasa a disfrutar de todas las franquicias que se conceden a los inmigrantes legales.
En el caso de la frontera sur de Estados Unidos la persecución a los indocumentados mexicanos o centroamericanos es implacable: no sólo se ha erigido un infame muro en la frontera mexicano-estadounidense; también están la cacería de “la migra” y las masacres de los vigilantes de la frontera, todo lo cual contrasta odiosamente con el trato privilegiado que se otorga a los inmigrantes cubanos. Otro ejemplo de patología política: el Departamento de Estado condena incansablemente al régimen de partido único de Cuba, denuncia los supuestos déficit de su “calidad institucional” y proclama abiertamente la necesidad de producir un “cambio de régimen”, eufemismo para referirse a la concreción de la contrarrevolución. Pero esta política, con su definición de principios, contrasta llamativamente con las fraternales relaciones que Washington cultiva con Arabia Saudita, país en el cual los partidos políticos están prohibidos, el despotismo monárquico es absoluto y la democracia una quimera; contrasta también con las intensas relaciones económicas forjadas con países como China y Vietnam, cuyos sistemas de partidos son muy similares al que existe en Cuba. ¿Cuál es la razón de tamaña discriminación, de esta colosal inconsistencia de la política exterior norteamericana? No hay razón alguna; sólo el chantaje de un lobby mafioso ante el cual Washington se postra deshonrosamente.
Segunda patología: el bloqueo revela que Cuba ocupa un lugar especialísimo en el imaginario de la clase dominante estadounidense. Pese al tiempo transcurrido, sus integrantes y sus representantes políticos no se resignan a haber perdido a Cuba e insisten en recuperarla, en apropiarse de ella apelando a cualquier recurso. Cuba es su enfermiza obsesión, la sienten como un trofeo de guerra –de una guerra donde los patriotas cubanos habían derrotado al poder colonial español y que luego Estados Unidos con sucias artimañas les arrebató la victoria– y en pos de ella son capaces de cualquier cosa. Casi medio siglo de bloqueo es un fenómeno que no tiene parangón en la historia del imperialismo. Imperios anteriores, desde Esparta y Roma hasta hoy, sitiaron por un tiempo algunas ciudades. Pero sostener un bloqueo integral como el que padece Cuba es algo que no tiene precedente alguno en la historia de la humanidad. Constituye una monstruosidad, una verdadera aberración y una imperdonable inmoralidad.
El mantenimiento de una política que ha fracasado ostensiblemente, que ha terminado por aislar a Estados Unidos, sólo puede comprenderse como una señal de la decadencia de la clase política norteamericana. Con la inminente reapertura de las relaciones diplomáticas con Costa Rica y El Salvador, Estados Unidos será el único país del sistema interamericano que no tiene relaciones con Cuba. ¿Cómo sostener una política que no sólo ha fracasado en promover el tan anhelado “cambio de régimen”, sino que, a su vez, ha convertido a Estados Unidos en una suerte de paria del sistema internacional cuando en la última votación de la Asamblea General de la ONU el bloqueo fue condenado por 185 de los 192 países miembros de la organización?
Por consiguiente, si Obama quiere dar un nuevo comienzo a la relación con América latina y el Caribe, hay un primer paso que es inevitable: debe levantar total e incondicionalmente el bloqueo e iniciar de inmediato conversaciones para normalizar la relación con La Habana. Con el transcurrir de los años, el prestigio de Cuba se ha ido agigantando, porque siendo un país pequeño ha demostrado una notable coherencia y fortaleza en su política exterior. Cuba ayuda más que Estados Unidos a los pueblos de nuestra América y, en general, del Tercer Mundo; lo hace con sus médicos, sus alfabetizadores, sus técnicos, sus entrenadores deportivos y su amplísimo programa de cooperación científica y técnica con unos cien países. Cuba da, mientras Estados Unidos quita. Los gobernantes que acudirán a la cita de Trinidad y Tobago no podrán profundizar las relaciones de cooperación con la Casa Blanca en materias como la migración, el narcotráfico, el terrorismo y tantas otras a menos que se remueva de raíz el obstáculo que representa el mantenimiento del bloqueo a Cuba.
Demorar el levantamiento del bloqueo sólo servirá para perjudicar al interés nacional de Estados Unidos y los de numerosos individuos y empresas de ese país, sacrificados en aras de un lobby como el que aglutina la Fundación Nacional Cubano-Americana, que es una verdadera vergüenza para la política norteamericana. La misiva que el senador Richard Lugar le enviara al presidente Barack Obama el 30 de marzo de este año es sumamente elocuente. En ella dice que la política de Estados Unidos hacia Cuba ha fracasado y que “nuestros intereses políticos y de seguridad más globales” están siendo socavados. Esto requiere una “transición en las relaciones cubano-estadounidenses” y el momento para la misma es ahora: durante la Cumbre de las Américas.
Las recientes declaraciones anunciando planes para restablecer las relaciones diplomáticas con Costa Rica y El Salvador, la serie de visitas a La Habana por los presidentes de Ecuador, Bolivia, Venezuela, Chile, Argentina, Brasil, Haití, República Dominicana, Guatemala, Nicaragua y Honduras y varios más del área del Caribe y la incorporación de Cuba al Grupo de Río demuestran, a su juicio, la soledad en que ha caído Estados Unidos. “El embargo dispuesto sobre Cuba es asimismo fuente de controversias entre Estados Unidos y la Unión Europea, así como en las Naciones Unidas, que ha aprobado una resolución muy ampliamente refrendada por los demás países condenando el embargo de Estados Unidos durante los últimos diecisiete años. Para el resto del mundo –continúa Lugar–, nuestro actual enfoque desafía toda lógica: aun durante los momentos más álgidos de la Guerra Fría, los canales diplomáticos directos con la ex Unión Soviética jamás fueron cortados.” Agregaríamos: ¿cómo es posible que Estados Unidos mantenga conversaciones con países como Irán y Corea del Norte y se niegue terminantemente a hacerlo con Cuba? ¿Cómo justificar tan enfermizo empecinamiento?
El mensaje de Lugar es clarísimo: en una época de crisis como ésta, la Casa Blanca no puede darse el lujo de seguir siendo vista con enorme recelo por pueblos y gobiernos de la región. Para disipar esta actitud, Obama debería producir una radical rectificación de su política hacia Cuba, cuyo primer paso es poner fin al bloqueo (que en Estados Unidos prefieren denominar mañosamente “embargo”, conscientes del repudio universal que concita esta política). Por otra parte, no debería escapar a la atención de los estrategas norteamericanos que el imprescindible mejoramiento de las relaciones entre Estados Unidos y los países de América latina se vería negativamente influido por la continuidad del bloqueo. Todos los países de la región, aun aquellos gobernados por partidos o coaliciones de derecha, se han manifestado en contra del mismo, y para Washington sería imposible conferirle credibilidad a su promesa de fundar un nuevo patrón de relaciones interamericanas si al mismo tiempo se preserva una retórica y una política inspiradas en el apogeo de la Guerra Fría. No sólo se perjudican los intereses económicos estadounidenses, sino también se atenta contra la credibilidad global de la política exterior norteamericana.
Los gobiernos de América latina y el Caribe que asistirán a la Cumbre de Trinidad y Tobago saben que sin acabar con el bloqueo el nuevo orden que Washington pretende construir será inviable, estará muerto antes de nacer. Pese a su ausencia, Cuba tendrá un papel estelar en esa reunión y nuestros gobiernos deberán actuar con gran firmeza y coordinadamente para exigir el levantamiento del bloqueo; de lo contrario serán copartícipes del fracaso, pagando un alto costo en sus respectivos países. En Puerto España, Obama se enfrentará a la hora de la verdad. Su conducta en ese cónclave será el test ácido que pondrá de manifiesto si está o no a la altura de los desafíos que le impone la historia. Y esto no sólo en relación con la cuestión cubana, sino también ante los gravísimos retos que brotan de la crisis general del capitalismo.
* Politólogo.
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