EL MUNDO › OPINION
› Por Deborah Orr *
La Policía Metropolitana de Londres está hasta el cuello en problemas. Cuando Ian Tomlinson murió de un ataque cardíaco durante las manifestaciones del G-20 hace una semana, la declaración oficial emitida por la Met describía a los oficiales atacados por tiradores de misiles mientras trataban de administrar asistencia médica a una persona en medio de la manifestación anárquica. La policía confirmó que no había tenido contacto previo con Tomlinson.
Ahora, gracias a un video entregado a The Guardian por un empresario estadounidense, es incuestionable que hubo “contacto previo”. Se ve a un policía enmascarado pegando a un pasivo Tomlinson desde atrás en su muslo con un bastón. La técnica es usada para que a la gente se les aflojen las piernas. No obstante, Tomlinson no se cayó y luego se ve cómo el oficial corre desde atrás y lo empuja con fuerza al suelo. Un grupo de otros oficiales de la policía de Londres mira mientras esto ocurre y una persona del público ayuda a Tomlinson a ponerse de pie. Poco después que se grabara este video, se murió.
Hasta ayer, la policía de Londres había estado investigando el incidente, bajo la supervisión de la Comisión de Quejas de la Policía Independiente. Había sido una verdad tan a gritos que hasta un empresario estadounidense de visita comprendió que era mejor entregar la evidencia a los medios que a la fuerza de policía cuya conducta criminal había filmado. Ni Tomlinson ni el cameraman eran participantes activos en la manifestación. Ambos estaban legítimamente en el área como lo estaba la gran mayoría de los manifestantes. Desde el principio de la manifestación era claro que una pequeña minoría de los participantes estaba ahí para provocar incidentes. Vestidos de negro y enmascarados, eran tolerados y hasta defendidos por otros manifestantes. Más tarde, cuando un grupo de manifestantes enmascarados corría a los policías, fue claro que la simpatía de muchos espectadores curiosos estaba con los agresores enmascarados.
La policía enmascarada es una amenaza mucho mayor a las libertades civiles que los manifestantes enmascarados. Los motivos de por qué los provocadores en las manifestaciones deben cubrirse el rostro son obvios. Eso vale tanto para la policía como para los “anarquistas”. Ninguna persona sensata quiere que se desborden y la tarea de la policía es asegurarse de que esto no suceda. Pero la policía no es un actor neutral en estos dramas altamente ritualizados como se supone que sea. Ven las manifestaciones como confrontaciones en contra suyo y las tratan como batallas que deben ganarse. La policía ha llegado a considerar las manifestaciones como oportunidades para expresar sus propias creencias políticas y publicitar sus propias frustraciones.
Cualquier sugerencia de que la policía está allí para proteger y controlar a los ciudadanos, ejercitando su derecho democrático de cuestionar los procesos políticos que consideran equivocados, es arrojado por la borda. Colectivamente, la policía ve a los manifestantes como el enemigo, y cree que cualquier persona que asiste a una manifestación, casualmente o inocentemente, es juego limpio y recibe lo que se merece.
Esta no es la opinión de unas pocas manzanas podridas en la fuerza. Esta opinión viene de la cúpula de la estructura. La policía cree que no es nada atiborrando a los manifestantes en espacios chicos durante muchas horas, en lo que ellos dicen que es una técnica que controla las minorías agitadoras, pero en realidad es una técnica que condena a todos los presentes a un castigo colectivo, a veces durante muchas horas. Esta técnica estuvo en marcha desde las primeras etapas de las manifestaciones del miércoles pasado. Su principal consecuencia es provocar frustración y resentimiento en la gente común que no cometió ningún delito.
El trato que recibió el pobre Tomlinson probablemente no hubiera sido informado si no hubiera muerto poco después. Es atroz que un hombre deba morir para que la conducta de la policía el 1º de abril comenzara a investigar. Todos los casos donde la policía cometió errores tienen algo en común. La policía va a una situación ya decidida y sus justificaciones son preparadas desde antes. Nunca reconocen sus errores, pero siempre protegen a los oficiales que las cometen. De manera que nunca, nunca aprenden algo. Lo asombroso es que siguen zafando.
Esta vez deben aporrearse para comprender que deben cambiar.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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