EL MUNDO › OPINIóN
› Por Jack Fuchs*
El 8 de mayo de 1945 es la fecha de la victoria de los Aliados sobre la Alemania nazi y el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Han pasado 64 años.
Otoños o primaveras, todo depende del hemisferio desde el cual miramos. He vivido los últimos 45 años en la Argentina y cada mes de mayo es un otoño que me recuerda primaveras de mi infancia y adolescencia. Se me mezclan las sensaciones, las imágenes, los colores y los aromas. Año tras año mis nietas se ríen de mis repetidas confusiones: ¿otoño o primavera en mayo?
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Mayo de 1939. Primavera en Polonia. La última primavera antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo los desfiles militares en Lodz, conmemorando una de las fechas más importantes del calendario polaco: el 3 de mayo de 1791, día de la Constitución de Polonia, considerada como la primera Constitución Nacional moderna del continente europeo. En ese entonces no podíamos imaginar lo que sucedería luego. Todos aquellos que soñábamos con un mundo mejor no podíamos imaginar que la humanidad iba a ser capaz de semejante barbarie. La realidad poco tiempo después nos demostró que ese sueño desaparecía y el odio prevalecía por sobre todo.
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Mayo de 1940. Otra primavera. El Ghetto de la ciudad de Lodz –-mi hogar y el de 250.000 judíos más– era “cerrado” y allí estábamos, sin saber por cuánto tiempo, ni cuál sería el destino de la gran mayoría de nosotros. Aquel destino al que, por distintos caminos, los judíos polacos fuimos conducidos: los campos de exterminio y finalmente, la muerte.
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Mayo de 1941, de 1942, de 1943, de 1944. Deportaciones, en un comienzo a Chelmo, y luego a Auschwitz, destino ignorado por nosotros, pero conocido en Londres desde donde, por radio, se informaba al respecto. Sabían que los transportes, día tras día, llevaban a los campos de la muerte. En el Ghetto, al enterarnos de las noticias que circulaban en Inglaterra, nosotros mismos no podíamos creerlo. Pensábamos, ingenuamente, que se trataba de propaganda de los aliados. Eternos y oscuros meses de mayo que se sucedieron hasta el final de la guerra.
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Mayo de 1945. Europa emerge del horror, en ruinas. La humanidad parece descubrir las atrocidades de las que fue capaz. Atrocidades que ocurrieron ante la indiferencia del mundo civilizado.
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Mayo de 1946. Luego de un año de internación en Alemania, gracias a la ayuda de una organización internacional, llego a los Estados Unidos. Una nueva primavera comenzaba para mí.
Cada fecha, cada aniversario me lleva a las mismas preguntas. Y desemboco en las mismas dificultades para responderlas. ¿Cómo sucedió todo aquello? ¿Cómo pudieron cometerse crímenes tan atroces? ¿Cómo pueblos cultos y civilizados instrumentaron todo ese horror?
Los testigos y sobrevivientes debemos responder a cientos de preguntas. Una gran ironía. Nosotros, que fuimos despojados de todo, primero encerrados en el Ghetto y luego trasladados a los campos de exterminio, debemos tener respuesta para aquellos enigmas que la humanidad nunca tuvo. Pero aun sin aceptar ese desafío tan grande, aquellas víctimas que estamos vivas damos testimonio, incansablemente, de nuestras vivencias.
Elie Wiesel evoca al historiador Simon Dubnow, quien, camino a la fosa común, exhortó a los judíos de Riga -–compañeros suyos en la desgracia–: “¡Abran bien sus ojos y oídos, recuerden cada detalle, cada nombre, cada lugar! El color de las nubes, el ruido del viento entre los árboles, cada gesto de vuestro victimario: aquel que sobreviva no debe olvidar nada!”.
* Pedagogo y escritor. Sobreviviente de Auschwitz.
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