EL MUNDO › EL PREMIER ITALIANO BERLUSCONI PAGA EL COSTO DE SUS EXCESOS
Ya no son sólo sus enemigos políticos y algunos medios los que están llamando la atención sobre el espectáculo grotesco de un primer ministro de 72 años retozando con mujeres lo suficientemente jóvenes como para ser sus nietas.
› Por Peter Popham *
Un hedor a decadencia llega desde la corte del rey Silvio. Los fieles criados que lo apoyaron durante décadas y se hicieron inmensamente ricos como resultado están todavía a su lado: el pianista que lo acompañaba en sus canciones durante los cruceros, el abogado siciliano que pelea una larga sentencia por delitos mafiosos, el abogado que cumplió una condena por sobornar a los jueces romanos por Berlusconi; ninguno de ellos dejó caer ni siquiera una insinuación de disenso o duda sobre su patrón. Pero en los bordes del círculo, el chorro imparable de revelaciones e insinuaciones sobre las docenas de jóvenes mujeres hermosas que acudían a las fiestas nocturnas en las casas del Cavaliere está comenzando a producirle un daño palpable.
Ya no son sólo los enemigos políticos de los medios que están llamando la atención al espectáculo grotesco de un primer ministro de 72 años retozando con mujeres lo suficientemente jóvenes como para ser sus nietas. Esta semana, después de un largo silencio, las poderosas fuerzas de la Iglesia Católica comenzaron a hablar contra sus excesos. Primero fue L’Avvenire, el diario de los obispos italianos, que le pidió al primer ministro que “clarificara” lo que estaba sucediendo. Luego un importante semanario católico, La Famiglia Cristiana, publicó comentarios severos sobre la “decadencia moral”. Y ahora tres altos dignatarios de la Iglesia lo han criticado públicamente. Uno de ellos, el obispo de Mazara del Vallo en Sicilia, le pidió que considerara renunciar. Y una de las figuras más poderosas en el país, el cardenal Angelo Bagnasco, jefe de la Conferencia Italiana de Obispos, advirtió, sin mencionar a Berlusconi por su nombre, sobre “hombres borrachos delirantes de sus propias grandezas que tienen la ilusión de omnipotencia y distorsión de valores morales”.
La corte de Berlusconi no tiene adivinos para advertirle sobre los Idus de Marzo, pero la súbita aparición de ruidos hostiles de la Iglesia Católica es el equivalente moderno italiano de eso –especialmente, ya que la Iglesia Católica sigue teniendo un inmenso dominio sobre la opinión pública–. Hasta ahora, Berlusconi no dio indicios de que el oprobio de la Iglesia tenga algún efecto en él, ni siquiera a los pedidos de que renuncie. Por el contrario, en una conferencia de prensa en la ciudad de L’Aquila esta semana, donde los líderes del mundo serán sus invitados el mes que viene para la cumbre del G-8, se mostró optimista y desafiante. “Así soy yo –les dijo a los periodistas que preguntaron si estaba planeando cambiar su conducta frente a semanas de mala publicidad–, y no cambiaré. La gente me toma como soy. Y los italianos me quieren: tengo el apoyo del 61 por ciento. Me quieren porque sienten que soy bueno, generoso, sincero, leal y que mantengo mis promesas.”
¿No debería el primer ministro adoptar una conducta más acorde con un jefe de Estado, evitando las “situaciones peligrosas” en el futuro?, preguntó otro periodista. “¿Pero por qué? –respondió Berlusconi indignado–. La vida es tan bella. Es mucho mejor vivir la vida normalmente, tomando las cosas a medida que vienen. Además, a mi edad, ni se habla.” La campaña contra él, insistió, no era otra cosa que “mentiras y basura”.
Fue otra actuación brillante de un hombre cuya autoconfianza es legendaria. Pero las señales de peligro se están acumulando. Si en el núcleo de íntimos permanece sólido, otros que estaban antes muy cerca de él están comenzando a despegarse. Uno de los pocos intelectuales de su círculo, un obeso, ex comunista y agente de la CIA de barba roja llamado Giuliano Ferrara, que edita un delgado pero influyente diario llamado El Foglio, recientemente hizo una analogía entre la situación presente de Berlusconi y la de Mussolini el 24 de julio de 1943, el día antes que fuera despedido como Duce por el rey y se refugiara en el lago Garda para gobernar el Estado títere de Salo.
Ferrara, cuyo show político fue durante años uno de los foros más vivaces e impredecibles de debate en la televisión italiana, fue ministro del primer gobierno de Berlusconi y permaneció leal a su causa en las buenas y en las malas. Su deserción es parte del efecto colateral del juicio de divorcio de Veronica Lario: Il Foglio es propiedad en parte de la ex mujer de Berlusconi. Ferrara admitió que estaba incómodo cuando la pelea entre los dos se convirtió en una guerra abierta, y ahora resulta claro que sus lealtades están divididas.
Berlusconi, por otro lado, da la impresión de creer que lo mejor está por llegar: la fuerza de vida que todavía fluye en él casi luminosamente, su ambición es todavía fosforescente. Los críticos de izquierda pueden burlarse de que “el cisne se convirtió en un pato cojo”, pero claramente le faltan cuando años en funciones, tiene una gran mayoría parlamentaria, y sus aliados en la coalición, masajeados por su dinero y sus favores, le dan menos trabajo del que le dieron en su último mandato.
Pero es este nuevo sentido de alejamiento que surge de la Iglesia y de sus amigos que están dando forma a su problema real. Uno de sus leales, Claudio Scajola, un ministro de largos servicios, comentó recientemente que “más prudencia” sería bueno para él. Hace mucho que las relaciones con la Iglesia Católica son ambivalentes. Le fue infiel a su primera mujer y tuvo tres hijos fuera del matrimonio antes de divorciarse y casarse con Veronica Lario en una ceremonia civil. Como muchos otros italianos, cumple con la Iglesia como jarabe de pico, cuidándose de no enojarla o desafiarla; como un archianticomunista, es considerado por la jerarquía de la Iglesia como el peor enemigo de su enemigo, aun si no es exactamente su amigo. Este año, sin prevenir, defendió una campaña apoyada por la Iglesia contra la eutanasia. Su campaña fue una indicación de que sabía la importancia vital de tener a la Iglesia de su lado si intentaba la movida más audaz de su carrera: cambiar la Constitución para darle al presidente –hoy una figura ceremonial– poderes enormes. Es un secreto a voces que Berlusconi espera lograr la presidencia al final de su actual mandato.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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