EL MUNDO › TESTIMONIOS DE TREINTA SOLDADOS ISRAELíES DE LA úLTIMA INVASIóN A GAZA
Tel Aviv usó a civiles como escudos humanos, según los relatos de varios soldados a la ONG Rompiendo el Silencio.
“No tengas compasión, Dios te protege y todo lo que hacés está santificado.” La frase la repitió un soldado israelí que peleó en la última invasión a la Franja de Gaza y que ayer, junto con otros treinta compañeros, relató cómo fueron entrenados para entrar al territorio palestino y cuáles fueron las órdenes durante los 22 días de bombardeos y ataques terrestres. “Un comandante nos dijo que no habría segundos pensamientos sobre cualquier amenaza, real o imaginaria, que pudiéramos sentir. La idea era abrir fuego y no intentar considerar las repercusiones. Ante cualquier obstáculo, ante cualquier problema, abrimos fuego y no hacemos preguntas. Si hay un vehículo en el camino, se aplasta; si hay un edificio se bombardea”, resumió Amir, un sargento reservista que combatió varias veces en los territorios ocupados.
El ejército israelí rechazó inmediatamente los testimonios presentados por la ONG de derechos humanos israelí Rompiendo el Silencio. La vocera de la fuerza, la coronel Avital Leibovich, calificó al informe publicado ayer como una sumatoria de rumores. Según el mando castrense, las denuncias no deben ser tomadas en cuenta porque fueron hechas de forma anónima.
Amir, el sargento reservista, fue el único de los treinta denunciantes que habló a cara descubierta y dio su nombre de pila, el resto pidió a la ONG que no publicara sus nombres y distorsionara sus imágenes frente a la cámara. Convencido y mirando directo a su entrevistador, el sargento reservista juró que la última invasión a Gaza fue la primera vez que el ejército de su país se comportó así. “De alguna manera el ejército siempre planteaba vías para tratar de evitar heridos. La última vez no había normas de combate; la norma era disparar”, señaló el sargento. El resto de los testimonios que compiló la ONG israelí coincide en denunciar ese desenfreno de los comandantes militares.
“No era necesario tanto fuego. Tengo la sensación de que el ejército buscaba una oportunidad para llevar a cabo una demostración de fuerza espectacular”, aseguró un sargento de una brigada de infantería. El suboficial fue enviado al sur de la Franja de Gaza, a la ciudad de Netzarim, cuando la infantería entró al territorio palestino. Allí la orden fue arrasar con todo, recordó. Nunca se les explicó el porqué, pero para él habían dos razones: por un lado, destruir los escondites de armas y presuntos terroristas; por otro, prepararse para el día después. “La idea era dejar un área estéril detrás de nosotros cuando nos marcháramos. Así tendríamos buena capacidad de fuego, visibilidad abierta”, explicó el sargento.
Y lo lograron. Según calculó una misión de las Naciones Unidas en una visita reciente a la Franja, alrededor de 50 mil casas, 200 escuelas y casi un millar de fábricas fueron destruidas. La mayoría de los edificios donde funcionaba el gobierno de la organización islámica Hamas también desaparecieron. Entre las conclusiones de la visita, la delegación de trabajadores humanitarios cuantificó el nivel de destrucción con las 600 mil toneladas de escombros que todavía siguen tratando de limpiar las autoridades palestinas.
Según relató otro soldado, aún en actividad, los comandantes israelíes utilizaron todos los medios a su alcance para arrasar con las hacinadas ciudades de la Franja. Artillería, helicópteros, tanques, aviones y hasta unidades especiales de ingenieros civiles para planear explosiones controladas en casas y edificios.
Los testimonios también permitieron confirmar de forma definitiva lo que ya habían denunciado las víctimas palestinas, organizaciones internacionales y la propia ONU. Los medios de comunicación los llamaban escudos humanos, pero el código en clave de los militares israelíes era Johnnies. Los soldados relataron que antes de allanar una casa o un edificio, en donde sospechaban que habían milicianos, mandaban a civiles maniatados para evitar sorpresas, como bombas escondidas o una ráfaga de ametralladora. Otra veces les ordenaban a los rehenes civiles que intentaran convencer a los milicianos para que se entregaran.
“Alguien de 20 años no debería hacerle esas cosas a otras personas”, se quejó uno de los soldados jóvenes arrepentidos.
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