EL MUNDO › REPORTAJE A XIAMARA CASTRO, ESPOSA DEL PRESIDENTE DE HONDURAS, MANUEL ZELAYA
Ayer se calzó el sombrero de cowboy color hueso, una marca registrada de su esposo, dejó los tacos altos y se sumergió en manifestaciones multitudinarias de trabajadores, campesinos e indígenas. Dice que Zelaya no pierde la fe.
› Por María Laura Carpineta
Xiomara Castro, primera dama de Honduras, se ha puesto al frente de la cruzada nacional para traer de vuelta al país al presidente Manuel Zelaya, derrocado tres semanas atrás. Inteligente, medida y con una simplicidad que convence, se calzó el sombrero de cowboy color hueso, una marca registrada de su esposo, dejó los tacos altos y se sumergió en manifestaciones multitudinarias de trabajadores, campesinos e indígenas. “Sin pensarlo me protegieron, me ofrecieron su solidaridad; fue emocionante. Estamos cosechando el fuerte trabajo que hizo el gobierno del presidente Zelaya”, señaló Castro vía telefónica, desde la oficina de un amigo en Tegucigalpa. Hace diez días, después de la muerte del joven manifestante en la puerta del aeropuerto, Castro decidió dejar la clandestinidad y asumir el rol que a su marido le negaron.
La empresaria de 49 años se casó joven y siempre ocupó el asiento de acompañante en la carrera de su esposo. Dueña de una sonrisa encantadora, se esforzó por mantener una vida pública activa. Ayudó a fundar la rama femenina en el partido político de su esposo, creó centros de asistencia para las madres solteras en los departamentos más pobres del interior y en los últimos años se metió de lleno en la lucha regional contra el sida. Le gustaba acompañar al presidente Zelaya en sus viajes por el país y conocer de primera mano los problemas de las comunidades.
Pero la señora de Zelaya era apenas conocida para los hombres y mujeres que desde hace tres semanas arriesgan sus días en las calles para defender el gobierno de su esposo. “La verdad, nunca habíamos hablado con ella antes –reconoció a este diario uno de los dirigentes sindicales que organizan las protestas populares–, pero demostró tener mucho coraje en el momento más difícil.”
Fiel a su estilo, Castro no intentó tomar el volante, sino que llamó a las organizaciones sociales y les pidió permiso para sumarse a resistencia popular. “Es mi obligación como hondureña defender mi país, pero también mi deber como madre y esposa defender a mi familia”, explicó la primera dama. La familia se cuela en cada uno de sus pensamientos.
“Recién el domingo pasado nos logramos reunir todos de nuevo, excepto Mel, claro. Hay que entender eso. Las personas que marchan todos los días están separadas de sus familias, sus afectos; no es una situación fácil para nadie”. Por suerte, ella nunca perdió el contacto con su esposo. “Nos hablamos dos veces por día, a la mañana y a la noche. Me tranquilizo cuando veo que él aún tiene esperanzas”, contó.
Según relató, Zelaya le dijo que el peor momento fue cuando los militares irrumpieron en el Palacio Presidencial y se terminó de convencer de que mucha gente lo había traicionado. “Pero después de ver a miles de hondureños en las calles gritando su nombre, recuperó el ánimo. No siente rencor ni vergüenza; sólo quiere volver para demostrar que las acusaciones en su contra no tienen fundamento legal.”
Ayer Castro encabezó la principal marcha en Tegucigalpa junto con su hija menor, Hortensia, de 21 años. Fue la primera vez que uno de sus cuatro hijos la acompañaba. La seguridad de su familia está por sobre todo, explicó una de sus asesoras. Pero la primera dama está ganando confianza. La dictadura por ahora no la ataca.
“Van contra mi hijo, mi cuñado, mis amigos. ¿Cómo nos vamos a ir del país y dejarlos que sufran por nosotros?”, dijo, dejando entrever por un instante sus miedos.
La dictadura tiene el ojo puesto en su hijo mayor, Héctor Zelaya, el único de los hermanos que acompañó a su padre en el gobierno durante los últimos tres años y medio. Los primeros días después del golpe de Estado contra su padre, fue él quien asumió la voz de la familia. Pero hace ya dos semanas que no se sabe nada de él. “Se tuvo que esconder. Los militares lo fueron a buscar a las casas de sus amigos, primos, tíos”, contó su madre.
Esta semana la Fiscalía Nacional, un órgano que acompañó y justificó el golpe, lo acusó de tener vínculos con el capo narco Joaquín “el Chapo” Guzmán, líder del cartel mexicano de Sinaloa. Castro se vuelve a poner nerviosa, molesta. “¿Cómo se lucha contra eso? ¿Qué garantías puede tener mi hijo, si a su padre, el presidente de la Nación, le arrebataron todos sus derechos?”
Como hondureña, no duda en pelear hasta las últimas consecuencias. Como madre, lucha para que no la paralice el miedo.
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