Dom 09.08.2009

EL MUNDO  › ENTREVISTA CON EL EX ALCALDE DE BERLIN EBERHARD DIEPGEN A DIEZ AÑOS DE LA REUNIFICACION

“Había que construir un solo sistema”

Después de gobernar desde la parsimoniosa Alemania del oeste, este democristiano de primera hora debió gestionar luego de la “revolución pacífica” la integración de los dos mundos, del capitalismo real y del socialismo real.

› Por Diego González

Desde Berlín

Entre 1985 y el 2001 no fue alcalde de Berlín en sólo dos años. Y fue justamente en esos dos años, en el ’89 y el ’90, en los que todo cambió estrepitosa e imprevisiblemente. Porque una cosa era gobernar desde la parsimoniosa Alemania del oeste, la capitalista. Esa que el mundo contemplaba y que, exactamente por eso, debía rozar la perfección. Pero otra cosa muy distinta, él lo dice, era gestionar luego de la “revolución pacífica” la integración de los dos mundos, del capitalismo real y del socialismo real.

Ese 9 de noviembre del ’89, cuando cayó el Muro, el debate no giraba sólo en torno de la integración de una ciudad. Ni siquiera de un país. La discusión era feroz, grandilocuente. Sobre la mesa estaba todo. Y, en manos de Eberhard Diepgen, democristiano de la CDU desde la primera hora, estuvo la gestión de esa unificación que cambió el mundo. Hoy Diepgen se dedica a su oficio de abogado en un lujoso departamento en la coqueta Berlín. Allí fue donde recibió a Página/12, habló del pasado y del presente y de cómo, indirectamente, administró el final del siglo XX.

–¿Usted, honestamente, creía que la República Democrática Alemana (RDA) podía colapsar como colapsó?

–Lo que me fascinó en aquel entonces fue que, a pesar de que en la opinión pública alemana había mucho escepticismo, la reunificación se dio. Un hecho concreto fue que muy pocos en la República Federal Alemana (RFA) lucharon realmente convencidos de que la reunificación era posible. Para esto hay que leer el inicio de 1989, que empezó lento. En el ’89 empezó a surgir y a imponerse la opinión de que podría haber un cambio básico referente a la división alemana. Eso tenía que ver con política internacional. Tenía que ver con que se conoció muy tarde que los rusos abandonaban la doctrina Brezhnev, que consistía en que Rusia tenía legitimidad para intervenir en los Estados del bloque.

–¿Y qué otros factores, en aquel momento, daban señales de lo que finalmente sucedió?

–Había en los Estados del este, en el ’89, graves transformaciones. Por ejemplo en Polonia, donde había un gobierno no-comunista. En Hungría había una política interna reformista en lo económico, que a su vez permitía el paso hacia Austria. Es por todo esto que no se puede ver al ‘89 aislado.

–En el este fueron creciendo paulatinamente los movimientos críticos que se expresan o bien mediante las migraciones al oeste, o bien en grandes movilizaciones. ¿Y el oeste? ¿En qué términos discutían ustedes la reunificación?

–Berlín, por estar en el medio de la RDA, era un punto desde el que se podía pensar la separación. Pero para el resto, simplemente estaba naturalizada la separación. En lo que a mí respecta, siempre fui un gran defensor de la unidad porque favorecería el desarrollo tanto de Europa como de la misma RDA. No así la socialdemocracia, que si bien también planteaba la reunificación la hacía en términos lentos, por etapas. Lo decisivo tras la caída del Muro era evaluar cómo se podía proteger el devenir democrático en la RDA. Y, por el otro lado, había que jugar un delicado ajedrez en el que no se sabía cómo iban a reaccionar los países de la región.

–Pero la discusión iba en dos sentidos. Por un lado, había que ver al bloque soviético. Pero también había que poner atención con los deseos y temores de Europa central...

–Así es. Por un lado había que evaluar cómo reaccionaría la URSS. Hay que tener que en cuenta que en ese entonces había 300 mil soldados rusos todavía en la RDA. Si la URSS perdía influencia en la RDA, eso implicaba que también la perdería en los otros estados del bloque. Pero... ¿podría Gorbachov hacer eso? ¿Qué opinaban los militares soviéticos? El segundo punto era cómo iban a reaccionar los Estados vecinos, los de Europa Central. ¿Tenían interés en que surgiera una Alemania poderosa en el corazón de Europa? Un ejemplo. El por entonces presidente francés François Mitterrand, en diciembre del ’89, fue a la RDA para ver si todavía el régimen podía reordenarse. Otra fue Margaret Thatcher, que tiene una frase muy famosa: “Quiero tanto a los alemanes, que quisiera que haya dos Estados”.

–¿Como fue la gestión cotidiana para equipar a los dos bloques?

–La cosa más importante era unificar la infraestructura de las dos partes. Había que construir un solo sistema de tránsito, construir una única administración, una policía. Por ejemplo, con la policía hubo un gran problema. Había que unificarlas, pero la gente del oeste nunca iba a aceptar a un policía del este. Porque eran diferentes educaciones, formaciones de cómo trabajar con la gente. Se notaba si un policía era del este o el oeste. Primero por el uniforme, pero también por el discurso, por las decisiones, por la metodología. En el primer período posterior a la revolución podía pasar que alguien manejara por la ciudad a más de 100 km, que lo parase un policía y el conductor dijera: “¡No! Vos sos comunista, no tenés derecho a decirme nada”. Lo que hicimos nosotros fue mezclarlos, no sin antes controlar a los del este, analizar qué fue lo que hacían antes. Había también problemas con la educación y con la Justicia, que en el socialismo estaba muy politizada. Otro punto era que en el oeste había un montón de extranjeros. En el este no, sólo gente de la RDA y vietnamitas. Había que evitar una confrontación social, y ése fue el eje en los primeros 10 años.

–¿Con qué criterio orientaron los recursos económicos?

–Hubo una decisión en la administración de aquel entonces de construir el este, y sólo renovar el oeste. Hoy se puede ver, en el este hay muchos más edificios nuevos que en el oeste. Por ejemplo, todos los edificios gubernamentales en aquel entonces estaban en el oeste. La filosofía entonces era que si hacían falta nuevos edificios, se construía uno de cada lado. Sin embargo, al día de hoy, la mayoría de la administración está todavía en Bonn (la capital de la RFA luego de la división). Más gente trabaja para el gobierno en Bonn que en Berlín.

–Pasados los años, ¿diría que hoy ambos lados se encuentran en igualdad de condiciones económicas?

–Si se mira al mapa y al ingreso por impuestos, hay más industrias y servicios en el oeste. Ahora, si se mira el mapa del origen de la gente pobre, ambos lados son cada vez más iguales. No se trata de una competencia entre ambos lados, sino de una situación social, y de los movimientos internos de la ciudad. La parte oeste tiene un montón de problemas en el campo económico, por la subdivisión de Alemania. Sucede que en aquellos años, ante el constante temor de una invasión rusa, no había interés en invertir en tecnología novedosa ni bélica. El nivel de producción era muy bajo, no había cabeceras de compañías. La gente joven que quería hacer carrera tenía que mudarse a otras ciudades del oeste. Y las empresas como Siemens, Deutsche Bank, se mudaron. Eso golpeó el desarrollo incluso hasta el día de hoy. Ese es el problema por el que hay que reconstruir a Berlín.

–¿Y en el este?

–En el lado socialista era todo lo contrario. La economía, la industria de la RDA estaban ahí. Ahí estaba la burocracia, ahí estaba la elite.

–¿Y cómo ve a Berlín de cara al futuro?

–En los últimos años, la infraestructura de la ciudad se está renovando, hay nuevas tecnologías, más y más compañías están viniendo. Berlín no es suficientemente fuerte si se lo compara con el resto de las capitales europeas. Y eso tiene que ver con que el país sea tan federal. Pero si se mira el desarrollo de los próximos diez años, creo que la ciudad va a dar grandes chances. Berlín tiene posibilidades de convertirse en una gran ciudad, incluso en términos económicos.

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