Dom 17.11.2002

EL MUNDO  › OPINION

La razón de los mercados

› Por Claudio Uriarte

Durante la última reunión del Comité de Mercado Abierto de la Reserva Federal, Alan Greenspan, titular de la FED, atribuyó parte del pobre desempeño de la economía estadounidense a anónimas “incertidumbres geopolíticas”, con lo que presuntamente aludía a una posible guerra contra Irak. Del mismo modo, diversos representantes de la administración Bush han atribuido el disparo del déficit presupuestario a los costos extra de la guerra contra el terrorismo. Estas dos son sólo algunas de las últimas variaciones sobre el tema clásico del Dr. Samuel Johnson: “El patriotismo es el último refugio de un canalla”. Dicho de otro modo, las tribulaciones de la economía estadounidense tienen poco que ver con Saddam Hussein o con Osama bin Laden y mucho que ver con la economía estadounidense, y con la forma en que la administración esta desmanejándola.
Con su argumentación, Greenspan quiere hacer creer que la confianza de los consumidores, las inversiones de capital, la Bolsa y el empleo están deprimidos por la posibilidad de un conflicto en Medio Oriente. Su diagnóstico tiene una falla evidente: los precios del petróleo, que son el sismógrafo más inmediato y sensible de la región, están retrocediendo desde junio; no se entiende cómo la guerra contra Irak preocuparía a un consumidor dudando sobre si comprar un auto, pero no a los negociantes a futuro del precio del crudo. Igual falta de lógica se trasluce en el argumento de la guerra antiterrorista para justificar el déficit presupuestario. Desde los atentados del 11 de septiembre, es cierto, el presupuesto del Pentágono registró su mayor aumento desde tiempos de la Guerra Fría, entre un 10 y un 14 por ciento según como se lo mida. Pero esto representa en 34.000 y 50.000 millones de dólares; no explica cómo el presupuesto pasó de un superávit de más de 150.000 millones de dólares en 2000 a un déficit por la misma cantidad ahora, a no ser que se tomen en consideración los generosos regalos impositivos que la administración Bush y un Congreso complaciente entregaron a los sponsors corporativos de la primera.
En realidad, vuelve a comprobarse la paradoja central de este año: que los mercados se están comportando racionalmente, y la administración no. Es decir: los mercados petroleros se dan cuenta que no hay guerra contra Irak en el horizonte, mientras los mercados financieros –y los consumidores, y los inversores– se dan cuenta de que hay una profundización de la recesión en el horizonte. Tanto más con Bush al frente de ambas cámaras, y dispuesto a nuevos recortes impositivos.

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