Dom 20.12.2009

EL MUNDO  › OPINION

Aprendizajes

› Por Robert Fisk *

“Esta joven perturba a la gente”, fue el encabezado que usó el periódico libanés Orient Littéraire. Se refería a Anna Frank, quien murió de fiebre tifoidea en 1945, en el campo de concentración de Bergen Belsen, luego de ser entregada a las autoridades nazis junto con su familia, tras haber estado oculta en una casa en Amsterdam. La gente perturbada eran los libaneses de Hezbolá que lograron convencer a maestros de una escuela de Beirut de que un libro para la enseñanza del inglés en la biblioteca contenía fragmentos del hoy famoso Diario de Anna Frank. En una valiente y culta defensa de la libre expresión, Michel Hajji Georgiou dijo a sus lectores por qué este acto de censura daña a los árabes.

Señaló que Anna Frank era “una niña que se rebeló contra el miedo, la intolerancia y la locura del mundo y que hoy logra escapar de sus críticos libaneses. Anna, como víctima de la injusticia, en el sufrimiento que trascendió mediante el arte y la escritura, no es menos que una hermana de los niños palestinos o libaneses que protagonizan las novelas de Elias Joury y Ghassan Kanafani, de los niños británicos de la novela El Imperio del Sol, del británico J. G. Ballard o de La Esperanza y la Gloria, de John Boormanis”.

Judíos e israelíes podrían tener objeción con el paralelismo, y lo harán, entre el sufrimiento judío a manos de los nazis y el sufrimiento palestino a manos de los israelíes, pero al menos deberán admirar el artículo de primera plana de Georgiouis. Viene acompañado de la reconocida fotografía de Anna, sonriéndole inocentemente a la cámara, sin saber lo corta que iba a ser su vida.

El Holocausto judío no es un tema con el que los árabes hayan aprendido a vivir. Si bien la censura árabe no es tan absurda como la de Turquía, donde existen leyes que prohíben mencionar el Holocausto de cristianos armenios de 1915 asesinados por el imperio musulmán otomano. Los turcos pueden enviar a la cárcel a escritores mientras Mi lucha, de Hitler, se vende libremente en Beirut y toda referencia al Holocausto judío ha sido censurada de la televisión.

Cuando hice un documental de dos horas y media sobre el conflicto árabe-israelí para un nuevo canal libanés de televisión, se cortó una secuencia de 16 minutos sobre el asesinato de los judíos polacos cuyas familias acabaron por llegar a Israel. Sólo con furiosas reclamaciones logré que se mostrara el documental sin cortes. Pero ser el primer occidental en mostrar el Holocausto judío en un canal televisivo libanés no me ganó favores. Durante los años que siguieron, respetables y bien educadas familias de Beirut me insistían en que las matanzas de judíos de los nazis eran exageradas o inexistentes.

No hay duda de que los israelíes usan el Holocausto para reprimir toda crítica legítima a las actuales brutalidades israelíes que se cometen contra los palestinos. Negar el Holocausto judío es antisemita, pero usar el antisemitismo como una calumnia simplista contra todo aquel que condene la indignante conducta hacia sus vecinos desde hace mucho tiempo ha provocado un acendrado cinismo en los árabes cuando se les habla de los hechos de la historia judía del siglo XX en Europa.

La insistencia de académicos palestinos como Edward Said de que el Holocausto judío no debe negarse con el argumento de que negar el sufrimiento de los pueblos automáticamente anula el sufrimiento de otros (como el de los palestinos) ha sido poco comprendida en el mundo musulmán. Las peroratas del presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, han alentado este hábito de la negación.

Es una lástima, pues al tiempo que se les ha negado una importante materia de estudio a los alumnos de una escuela en Mseitbeh, un suburbio chiíta de Beirut, que usaban el método de aprendizaje del inglés conocido como Interactive Reader Plus, otros estudiantes libaneses eran privados también de los diarios de Victor Klemperer, un académico alemán judío, quien condenó la colonización judía de palestina después de la Segunda Guerra Mundial. Esto, a pesar de que él y su esposa eran amenazados por los nazis en su natal Dresde. Curiosamente, yo compré mis ejemplares de Klemperer en el muy islámico Pakistán.

En otras palabras, no todos los sobrevivientes o víctimas del Holocausto judío apoyaron automáticamente la creación del Estado de Israel. Los israelíes se dedicaron a satanizar constantemente a los palestinos y el primer ministro israelí Menachem Begin específicamente comparó a Yasser Arafat con Hitler. Esto tiene su apoteosis en el Museo del Holocausto de Yad Vashem, afuera de Jerusalén, donde se muestra una imagen del gran mufti Haj Amin Husseini con Hitler. El retrato de Husseini es auténtico; hace sólo unas semanas, el ministro israelí del Exterior lo utilizó para humillar a los palestinos. Con todo, es un inmenso mérito de los israelíes que la más objetiva biografía de esta figura antijudía fuera escrita por un israelí que fungió como gobernador militar en Gaza.

El grupo Hezbolá desde luego ha logrado entrometerse de manera muy eficiente en Beirut. Fue el canal de televisión Al Manar el que criticó el diario de Anna Frank porque la obra “está dedicada a la persecución de los judíos”. ¡Y lo que es más peligroso es que está narrado de una manera dramática y teatral que exalta la emoción con que está escrito!

El recuento de la pobre Anna Frank, de sólo 15 años, sobre su sufrimiento no era lo suficientemente frío para los guerreros de Hezbolá; su libro es “una mera prueba de la invasión sionista a la educación libanesa”.

Para ser justos, las librerías de Beirut no muestran temor alguno en vender libros sobre el Holocausto judío y acerca de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Alguna vez los judíos de Líbano eran miles y muchos llegaron de la Alemania nazi en su camino hacia Palestina, pero se quedaron porque sintieron amor hacia el país y su gente árabe. El gobierno está reparando una antigua sinagoga judía cuyo techo fue derribado en 1982 por el disparo de un barco artillado israelí.

* De La Jornada de México. Especial para Página/12.
Traducción: Gabriela

Fonseca.

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